Junot Díaz y la nueva cultura norteamericana
Con La maravillosa vida breve de Oscar Wao, el autor dominicano ganó el premio Pulitzer de Novela. La obra es una muestra de la mezcla de pueblos, tradiciones y lenguas. Por otra parte, es la primera narración de ambiente latino escrita en inglés que tiene un estrecho parentesco con las novelas históricas latinoamericanas en idioma español
El hood, the barrio, patio, muchacha, chico, las nannies, hola, vámonos, the bodega , empanadas, ¡azúcar!, tener attitude, salsa, el freezer, el super, ser top, los sneakers y the paella se naturalizan y mezclan en un inglés y español que dan testimonio de la gente que va y viene por las calles de Estados Unidos. No se trata de un bilingüismo que deje a cada idioma idéntico a sí mismo sino de un sonido nuevo tanto para el inglés como para el español, de una cadencia que nos invita a reconocer que la inmigración hispana ya está instalada en el Norte.
Junot Díaz, que acaba de publicar su primera novela: The Brief Wondrous Life of Oscar Wao ( La maravillosa vida breve de Oscar Wao ), es un ejemplo de la nueva cultura estadounidense. Mientras sus predecesores practicaban un relativo pintoresquismo, Díaz propone algo nuevo que lo ubica como cultor de un arte con una rica capacidad alusiva. Autor de un volumen de cuentos, Drown [ Los boys ], y colaborador del New Yorker , fue inmediatamente considerado como uno de los grandes talentos de la literatura norteamericana y su carrera comenzó a ser seguida con mucha atención pero el pasaje de los años y la ausencia de la novela hicieron que algunos dudaran de la existencia de esa novela. Era posible, después de todo, que la velada característica autobiográfica de los cuentos implicara que el autor se había agotado en un brillante ejercicio de autopresentación. Ahora, al cabo de diez años de espera, la novela está ante nosotros.
Junot Díaz nació en 1968 en Santo Domingo y a los seis años emigró a Nueva Jersey con sus padres. Allí comenzó un período de integración en la vida de Estados Unidos con el tipo de escollos lingüísticos frecuentes entre quienes comparten sus circunstancias. En lo personal, su existencia fue particularmente difícil. En la década del ochenta, casi al mismo tiempo que su padre abandonaba el hogar, uno de sus hermanos moría de leucemia y el grupo constituido de madre y cuatro hijos se vio forzado a vivir en la pobreza.
Díaz aprendió trabajosamente el inglés y cuando lo hizo, abandonó el español, que solo recuperaría a través del estudio, a una edad más avanzada. Sus padres huyeron de un Santo Domingo gobernado por Trujillo y su infancia estuvo dominada por el secreteo acerca de los crímenes cometidos por el régimen, los padecimientos infligidos a familiares y allegados comentados a medias, refractados en comportamientos que solo entendería más adelante a través de su escritura. La lengua materna de Junot Díaz es, como esas historias, un recuerdo actualizado por una elección personal cuya contraparte cultural emerge en su obra. Estudió en las universidades de Rutgers y Cornell. Actualmente es profesor en el MIT (Massachusetts Institute of Technology), donde enseña literatura creativa en inglés. Se autodefine frecuentemente no como escritor ( write r) sino como artista ( artist ).
Durante una visita que hizo a Cornell para leer partes de su novela, un estudiante le preguntó cómo se sentía enseñando en el MIT, universidad sumamente exclusiva y destacada por su enfoque científico. Hay un lugar común en Estados Unidos que sostiene que los estudiantes que asisten al MIT manifiestan una incomprensión bastante radical con respecto a la razón de ser de las humanidades. Díaz respondió que cree que su misión es enseñarles a ser compasivos y admitir la necesidad del error para equilibrar la creencia en la infalibilidad de la mirada científica. Esa perspectiva anima la construcción de la novela, que abunda en datos incorporados tentativamente y un gusto por detalles que no se ordenan en un todo armónico sino que adoptan el retazo como principio de composición.
Hombre de color oriundo de Santo Domingo, a Díaz le preocupa que su obra sucumba a una mirada que lo trivialice y lo muestre solo como representante de su condición histórica y racial. Los cuentos de Drown están escritos en un inglés nervioso, interesado en captar el ritmo del habla de la calle, con una atención a la vida cotidiana que recuerda ciertos momentos de Saul Bellow en clave hispana. El lector que busque una especificidad colectiva, el ser latino, hallará aquí algo de lo que desea. La maestría de esos relatos, que presentan ambientes y personajes, reside en la crueldad y la distancia con que se narran, dejando a un lado el sentimentalismo de otros escritores latinos. Hay violencia, sexo, pobreza y palabras en español que se entremezclan con el inglés.
La novela es un acontecimiento literario de mayor originalidad. En ella se entretejen historias íntimas de personajes que han ido de Santo Domingo a Nueva Jersey, narradas con un ritmo que a ratos se acerca al de una antología de cuentos, ya que algunos de los capítulos poseen una unidad que los hace bastante independientes. El mundo de Trujillo en Santo Domingo es evocado como un universo brutal, con persecuciones caprichosas, robos, asesinatos y violaciones. Las notas al pie que remiten a versiones de hechos históricos completan el ambiente de intrigas políticas y sentimentales. Leemos allí acerca de Zsa Zsa Gabor, Barbara Hutton, Porfirio Rubirosa, problemas limítrofes, el carácter de la educación trujillista, que permitió que un estudiante graduado respondiera a una pregunta sobre las civilizaciones desde la era precolombina diciendo que la más importante había sido la de Santo Domingo durante la era de Trujillo.
Oscar Wao es un apodo dado al protagonista por un personaje que le nota un parecido con Oscar Wilde. Oscar es un nerd, lo que en inglés significa una mezcla de traga y marginado, alguien que no es cool , canchero ni piola en el habla porteña. Obeso, obsesionado por las novelas gráficas, los juegos de video y la computadora, Oscar lee y escribe, es un intelectual que mezcla el mundo de la cultura oficialmente considerada alta y la de ciencia ficción de raigambre definidamente popular. En un contexto en el cual las historias que relacionan a los otros personajes entre sí tienen que ver con las relaciones sexuales y la naturalización de la obscenidad para comunicarse verbal y sentimentalmente, Oscar carga a cuestas con su virginidad. Sus intentos por conseguir una mujer son ridiculizados, su cuerpo se interpone y solo hacia el final de la novela logra consumar el acto sexual.
La novela está tironeada por varias tradiciones que incorpora con éxito en su factura. El machismo de la literatura latina, que representa a las mujeres a través de su anatomía, está omnipresente pero la incapacidad que Oscar tiene para relacionarse con ellas revisa la tradición con una nota amargamente paródica.
Esta es la primera novela latina en inglés que acusa un intenso parentesco con la narrativa latinoamericana en español, particularmente con la novela histórica y, sobre todo, con la obra de Mario Vargas Llosa. Como en esta tradición, Junot Díaz hilvana sucesos íntimos de personajes cuyas vidas están signadas por los gobiernos y las sociedades en los cuales transcurren sus días, en una trama que abunda en corrupción fiscal, violaciones de derechos humanos y frivolidad. El protagonismo de la cultura popular de los jóvenes norteamericanos de los años ochenta sugiere que Oscar tiene una patria, es decir, un idioma personal que lo aísla doblemente en su calidad de nerd virginal y dominicano en Estados Unidos. La evocación del trujillato produce una mirada sin nostalgia hacia los orígenes.
Junot Díaz no quiere ser encasillado en la necesidad de representar una colectividad. Hay una multiplicidad de grupos evocados en la novela: dominicanos, fanáticos de la cultura norteamericana de los años 80, adolescentes que exploran su sexualidad, exiliados políticos, turistas que regresan a su lugar de origen, latinos en las universidades norteamericanas. Todos ellos están presentados mediante un habla articulada en un inglés hispanizado que nos deja entrever Latinoamérica. Aun cuando Díaz rechace a aquellos lectores que tiendan a proyectarse como comunidad en su obra, es difícil no asociar su éxito con la capacidad de representar a una sociedad de migrantes que, en lugar de limitarse a aprender inglés, practica el contagio de sonidos, es expeditiva en su voluntad de comunicación y celebra el hallazgo de la palabra adecuada soslayando su origen lingüístico.
El spanglish es una versión de este fenómeno. Hay quienes lo reconocen como una lengua que ya tiene su diccionario y otros que observan, con reticencia, que es solo hablado por un grupo cuya inevitable integración en la sociedad estadounidense relegará el spanglish al rincón de las curiosidades históricas. La realidad cotidiana en Estados Unidos ofrece un abanico idiomático cuya presencia pone entre paréntesis cualquier decisión política sobre edificación de barreras para impedir la inmigración y las supuestas protecciones culturales que proclaman lengua oficial al inglés.
Para los escritores hispanos que escriben en inglés en Estados Unidos, es difícil no sucumbir a la tentación de autorrepresentarse, cultivar exageradas idiosincrasias nacionales y elaborar un mito de identidad étnica que los propone en una clave a la vez exótica y emblemática de un cambio cultural que afecta la definición del país en el cual viven. La diferencia entre el lugar en el que se vive y el lugar de donde se proviene propone un hueco frecuentemente tramposo por lo nostálgico, que se llena con imágenes musicales, culinarias, sexuales. Ante la hibridez de un idioma que surge de la mezcla, la alternativa es pintar hiperbólicamente a los personajes, sus amores y desengaños. De ese modo, en la localización de lo que se cuenta, los lectores norteamericanos reconocen a su propio país pero también se ilusionan con la idea de que en Cuba o en Puerto Rico la vida, al menos en las novelas llamadas latinas , se experimenta de un modo más intenso. Y son las palabras importadas del español las que traen consigo una atmósfera por la cual el inglés gana algo que ya tiene en su nueva composición demográfica.
La curiosidad con que se lee a los nuevos autores enmascara a menudo el deseo de que sean diferentes, estereotipables, vehículos para emprender un turismo interno que los mantenga separados. La autoexotización para el consumo contribuye a crear esta percepción y cierto público lector se relaciona con las obras con el mismo apetito con que prueba platos regionales. Esta banalización de lo extranjero no es nueva pero es particularmente errónea en Estados Unidos porque el idioma nacional y la tradición literaria se encuentran en una transición cuyas características van mucho más allá de la cuestión inmigratoria.
Entre las novedades que trae Junot Díaz está la de su presencia, anclada en el inglés actual como testimonio de su múltiple pertenencia cultural. En su obra se filtran la tradición anglonorteamericana, la latinoamerciana y la latina, que tiene ya cultores importantes como Oscar Hijuelos, cuya novela The Mambo Kings Sing Songs of Love ( Los reyes del mambo tocan canciones de amor ) sirvió de base para una película ( Los reyes del mambo ); Cristina García, autora de Dreaming in Cuban ( Soñar en cubano ) y Sandra Cisneros ( The House on Mango Street/Una casa en Mango Street ).
El personaje trágico y a ratos ridículo de Oscar Wao, refugiado en novelas gráficas, cómicsy juegos de video, nos recuerda que compartimos la necesidad ineluctable de construir una vida íntima, aunque tengamos que armarla en medio de ruido, violencia, viajes entre idiomas y culturas. La naturalidad con que Oscar está incómodo en cualquier sitio, sobre todo en su cuerpo, nombra algo que intuimos como un hallazgo acerca de la vida en la actualidad.
adn*JUNOT DÍAZ
Más leídas de Cultura
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
“La Mujer Gato”. Eduardo Costantini logró otro récord para Leonora Carrington al pagar US$11,38 millones por una escultura