Julio y Michel Verne: un vínculo complejo atravesado por celos, competencia y frustraciones
En “Los últimos días de Julio Verne”, Sergio Olguín parte del complejo vínculo entre el autor de “La vuelta al mundo en 80 días” y su único descendiente varón para narrar una historia de intrigas, aventuras y viajes con ellos como protagonistas
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Detrás de todo gran hombre (o de algunos) suele haber un lado B: misterioso, oscuro, poblado de mentiras. Cuando ese gran hombre es un escritor prolífico y famoso, la curiosidad por los secretos de su vida privada y familiar se incrementa. Uno de los autores canónicos al que su principal biógrafo, el estadounidense Herbert Lottman, reveló una cara oculta y poco conocida es Julio Verne (1828-1905). Personaje fascinante por su producción literaria pionera, el francés mantuvo una relación conflictiva con Michel (1861-1925), su único hijo varón. ¿Competencia, celos, cuentas pendientes? Todos esos ingredientes y otros más marcaron el vínculo de los Verne.
¿Qué puede pasar cuando un joven rebelde al que su padre no presta demasiada atención e intenta mantener alejado pretende heredar la vocación, la fama y la destacada reputación de su progenitor? Las respuestas son múltiples y varían según el caso, pero cuando se pone la lupa en Michel todo apunta en una misma dirección: si no logra alcanzar el lugar prestigioso que anhela, una opción puede ser ubicarse en las sombras. Y, desde ahí, publicar novelas firmadas por el gran autor de las que hay dudas sobre su autenticidad. ¿Escribió Michel los últimos libros publicados por Julio? Todo es posible en esta historia filial en la que reinan el ego, el resentimiento y las frustraciones.
En Los últimos días de Julio Verne (VR Editoras), Sergio Olguín parte de la difícil relación entre padre e hijo para escribir una novela de intrigas, aventuras y viajes con los Verne y su entorno como protagonistas. “Estamos en París, en ese recodo del tiempo entre el final del siglo XIX y los albores del XX, donde aún conviven los tranvías a caballo y la inusitada velocidad de los nuevos automóviles. Michel Verne, hijo del célebre escritor, recibe de parte de su padre un encargo que no puede rechazar: veinte mil francos a cambio de deshacerse de un cadáver”. Así presentan los editores el inicio de la novela, que tiene más de 400 páginas y atrapa a los lectores con distintas capas de complejidad y un interesante cruce de géneros.
¿Por qué escribir una ficción de aventuras y misterio alrededor de los Verne?, le pregunta LA NACION al autor de la exitosa saga policial protagonizada por la periodista Verónica Rosenthal. “Porque los vínculos filiales son siempre complejos y me gustaba la idea de que, a pesar de la nula confianza que le despierta Michel a Julio, el escritor tenga que recurrir a su hijo para resolver algo. Después vemos que todo es mucho más complejo y que una pieza importante entre ellos dos es Leyla, la novia de Michel, que es mucho más que eso”, cuenta.
El interés por Verne hijo le surgió a partir de leer la biografía escrita por Lottman (Jules Verne, de la colección Biblioteca de la memoria, de Anagrama, publicada en 2006). “Me pareció muy dramática la relación del escritor con el hijo. Julio fue muy duro con él. Michel intentó varias veces ser escritor sin conseguirlo. Que él terminara escribiendo los textos póstumos de su padre es un final muy terrible para Michel. Fue ese vínculo difícil, pero muy ‘narrativo’ lo que me llevó a ordenar la novela en función de ese vínculo”, dice Olguín. “Hay una incomprensión, una falta de comunicación entre ellos que parece más un drama absurdo, beckettiano, que el vínculo de dos personajes del siglo XIX. Pero cada tanto aparecen otros sentimientos que no terminan de aflorar: la preocupación de Verne por la vida adulta de su hijo (que se manifiesta a través del dinero, pero también a través de Leyla), la búsqueda de reconocimiento de Michel, el enojo adolescente porque su padre lo mantiene alejado. Hay un amor padre e hijo que se frustra todo el tiempo. Creo que eso es de lo más trágico del libro”. Y es, también, lo más trágico de la historia real.
A partir de sus lecturas sobre los destinos de ambos, Olguín descubrió hechos que no conocía. Entre ellos, uno que tiene que ver con la sospecha sobre la autoría de algunos textos publicados luego de la muerte de Julio. “No sabía que Michel había escrito uno de mis cuentos favoritos de Verne, ‘El eterno Adán’, una obra muy poco ‘verneana’, por otra parte. De Michel no sabía nada antes de leer la biografía de Lottman, pero tampoco sabía mucho de Julio. Tenía una imagen un poco idealizada. Conocía la anécdota de que Verne había intentado escaparse de adolescente y que fue castigado por eso. Lo que llevó a que dijera ‘a partir de ahora solo viajaré en sueños’. Esa anécdota es parte del mito, porque Verne viajó mucho: recorrió el Mediterráneo, fue a Estados Unidos, visitó Escocia. Le gustaba viajar”.
Por supuesto que viajes no faltan en la novela, pero en la trama funcionan no tanto como una invitación a dar la vuelta al mundo en 80 días sino como un camino para resolver un crimen. O, al menos, intentarlo.
“En cuanto al género, mi intención original era hacer un thriller de época, pero después me resultó mucho más interesante trabajar con los géneros. Que fuera un policial negro, pero que también tuviera el clima de suspenso de algunas novelas del siglo XIX, recuperar el sentido de la novela de aventuras que suele transcurrir en lugares exóticos (en este caso, el norte de África) y animarme con algunas formas del terror, especialmente el gran guiñol, un género teatral muy francés y muy clase B que me parecía muy adecuado para la parte final –describe el autor-. También me gustaba meter otros discursos como pueden ser los textos del doctor Zambaco (que son realmente suyos), parodiar Marat-Sade o reflexionar sobre la tragedia y la locura. Creo que esa variedad de géneros le da a la novela un toque muy personal y muy difícil de encasillar”.
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