Julio Silva, el amigo íntimo al que Cortázar llamaba "Patrón"
Escultor. Pintor. Dibujante. Diagramador editorial. Encuadernador artesanal. La lista de oficios podría seguir: llamarlo artista a secas sería insuficiente. Para Julio Cortázar, Julio Silva era el "Patrón". Para su familia, un subversivo. Creció en un hogar humilde, sin libros, junto a sus padres y cinco hermanos. "Era la oveja negra: el único con inclinación intelectual. Como no pudo estudiar Bellas Artes porque tenía que trabajar, tomó cursos nocturnos de formación plástica y dibujo industrial", recuerda su hijo Alexis, desde Suiza, a pocos días de despedir a su padre, que murió el 4 de abril, a los 90 años, en París, donde vivía desde 1995. A pesar de no contar con el apoyo familiar, el chico Silva recibió en cuarto grado el estímulo de uno de sus maestros de escuela: Leopoldo Marechal. Para cumplir con el mandato paterno, de día era trabajador de fábrica; de noche, se iba haciendo el que fue: estudiaba en el taller de Juan Batlle Planas. Su curiosidad por lo visual, el surrealismo y la representación artística le abrió el camino hacia Francia, en donde conoció a Mario Vargas Llosa, André Bretón, Saúl Yurkievich y Cortázar, entre otros.
Los dos Julios
Una vez instalado en París, Silva comenzó a vincularse con un círculo de escritores, artistas e intelectuales que le mencionaron a un argentino "relativamente conocido" que trabajaba en la Unesco. Se presentó en su oficina, mencionó a los colegas en común y la charla continuó en la casa de Cortázar. En "Un Julio habla de otro", escribe: "El mayor de los Julios guarda silencio, los otros dos trabajan, discuten y cada tanto comen un asadito y fuman Gitanes. Se conocen tan bien, se han habituado tanto a ser Julio, a levantar al mismo tiempo la cabeza cuando alguien dice su nombre (…). Por eso Julio lápiz siente ahora que tiene que decir algo sobre Julio Silva, y lo mejor será contar por ejemplo cómo llegó de Buenos Aires a París en el 55 y unos meses después vino a mi casa y se pasó una noche hablándome de poesía francesa (...)". Los encuentros se hicieron cada vez más frecuentes y la confianza habilitó incluso las visitas sin aviso: "Mi padre cocinaba muy bien. Julio muchas veces aparecía en su casa a la hora de la cena, argumentando que estaba cansado de comer sardinas en lata". Su relación se alimentaba permanentemente de gestos generosos, de complicidades, de la elección mutua e irreversible: "Durante una exposición de dibujos de mi padre, Cortázar le dijo: ‘Hay que hacer hablar a esos personajes’, y comenzó a escribir sobre ellos. Cuando terminaron el libro, Silva le preguntó cómo quería llamarlo. ‘Es tu mundo. Lo vamos a llamar Silvalandia’, respondió Cortázar".
Además de los libros, los dibujos y los trabajos editoriales, compartieron otro mundo. Fue en Saignon, en la casa de Cortázar en la Provenza francesa, un retiro para discutir sobre arte y literatura, trabajar en proyectos o alejarse del ruido de la ciudad. Una de esas escapadas ocurrió durante el verano de 1972: quedó registrada en la serie de fotos en la que simulan un match de boxeo. Cuenta Alexis que, luego del juego, a Cortázar se le ocurrió abrir una sandía y llenarla de ron. Después de tomarlo, mientras estaban tirados en el pasto, le dijo a Silva: "Patrón: si tuviera que irme a una isla desierta, te elegiría a vos".
Las tapas cronopias
El Silva escultor tuvo una actividad ininterrumpida y una vasta producción de obras in situ en Buenos Aires, Francia, Italia, Portugal y Japón. Además, expuso dibujos y pinturas en distintos países de Europa y Asia. Coleccionaba arte africano y era experto en el uso del mármol, en particular el de Carrara: dos de sus obras más celebradas en París son "Dame-Lune", en la terraza de La Défense y "Pyegemalion", en el Forum des Halles.
El Silva diseñador y diagramador estuvo dedicado a las tapas de libros de Cortázar. La primera es de 1959: Las armas secretas. La segunda, de 1963, Rayuela. Luego siguieron Todos los fuegos el fuego (1966), 62 Modelo para armar (1967), La vuelta al día en ochenta mundos (las ediciones de 1967 y 1968), Último Round (las ediciones de 1969 y 1974), Territorios (1978), todas las ediciones de Silvalandia, las tapas para la colección de Alfaguara, los tomos de cartas, Historias de Cronopios y de Famas,Diario de Andrés Fava, Adiós, Robinson, Imagen de John Keats, Animalia y Palimpsestos.
También trabajaron juntos en el diseño y diagramación de los libros-almanaque, esas enciclopedias hechas de misceláneas gráficas y literarias que Cortázar llamaba "baúl de sastre" o collages: en La vuelta al día en ochenta mundos y Último Round hay textos, dibujos, fotos, ilustraciones e imágenes intervenidas. Según Alexis, los dos Julios estaban "sincronizados": "Mi padre era el artista que escribía con dibujos y Cortázar, el escritor que dibujaba con palabras: así era el intercambio que tenían. Ninguno se imponía sobre el otro, no había egos de artista. Cortázar lo llamaba ‘Patrón’ a modo de reconocimiento". Silva también hizo ilustraciones y diseñó tapas para el ensayista y poeta Saúl Yurkievich, amigo de ambos Julios.
Cuando la gente le preguntaba a Silva cuál era su mayor deseo, respondía risueño: "Que la vida nunca se termine". Cortázar sentía lo mismo: "Yo creo que no deberíamos morir y que la única ventaja que los animales tienen sobre nosotros es que ellos ignoran la muerte". Al fallecer Carol Dunlop, le pidió a Silva una escultura inspirada en uno de los dibujos de Silvalandia: es el cronopio-círculo (llamado Je pars avec le sourire, en español: "Me voy con una sonrisa") que custodia su tumba en Montparnasse. Cuando termine la cuarentena obligatoria y su esposa Catherine y su hija Stella recuperen sus cenizas, Silva descansará en el mismo cementerio, acaso con un texto de Silvalandia, o el epitafio que hubiese sugerido el otro Julio: "Amigo. Maestro. Patrón".
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