Julio Larraz, cubano esencial
¿SE puede ser cubano sin vivir en Cuba? El interrogante tiene respuesta en la galería Der Brücke donde, desde el martes, Julio Larraz expone sus trabajos realizados en Miami, un territorio de fuerte impregnación caribeña. Como muchos de sus compatriotas, Larraz se fue de Cuba con su padre cuando tenía once años. Sin embargo, su manera de pintar los cielos, los verdes intensos, y esos militares de bota alta recostados sobre un impetuoso Oldsmobile color crema, responde al fraseo intenso de los habitantes de la isla.
El movimiento plástico cubano, que con la apertura y el turismo se ha convertido en el boom de los noventa, tiene como figura excluyente a Wilfredo Lam, el Picasso latinoamericano, artista impregnado de las vanguardias europeas, pero también de un fuerte sentido de la geografía caribeña. Larraz aplica a sus naturalezas muertas una mirada desmesurada, que recuerda la del colombiano Botero (eje en estos días de una formidable retrospectiva en el Museo de Bellas Artes de Río de Janeiro) , como en el caso de las peras o las calas tomadas en primer plano. Sin embargo, sus pinturas resultan mucho más efectivas cuando se centran en imágenes dotadas de un simbolismo cifrado, como los hombres de negro que ilustran la portada del catálogo o la burlona visión del perro fetiche en un sillón blanco, que parece extraída de un film tardío de Mae West, ambientado en la Cuba precastrista.