Jukebox, una enciclopedia (cuarta entrega)
Felicidad: Caigo en la trampa del título tentador ("Noruega, país más feliz del mundo"), hago pavlovianamente clic y sobrevuelo el ranking de las felicidades nacionales: como argentino soy menos feliz que un árabe unido, pero como francés logro ser aún menos feliz que yo mismo. Por último, como residente alemán soy más feliz que mis otros dos yos sumados (o restados, porque la infelicidad resta). Me alegra enterarme de que vivo en el amable canil alemán donde todos mueven la cola saludándose alegremente (incluidos los neonazis).
Lo inquietante de tener pasaportes de distintos colores es que el mismo suspiro puede ser interpretado como señal de alegría o de tristeza, como en los cuadros dantescos, donde es difícil distinguir las muecas de gozo de las de dolor.
¿Cómo se hace para ser feliz de a muchos? En la lista, hay cosas que no puedo ni imaginar: Finlandia está en el podio (Kaurismäki debe estar indignado).
Yo habría elaborado la lista de abajo hacia arriba: primero las fábricas de infelicidad y, como bonus, la galería del horror: la lista de pecados capitales a nivel nacional. Varios métodos de felicidad colectiva fueron probados durante el siglo XX con diversos grados de éxito. La última moda es el método sirio: la mitad de la población abandona el país para que la otra mitad pueda ejercer su derecho a la felicidad.
Esto me lleva a un chiste de expatriados: un muerto se aburre en el paraíso, que es pulcro y amable como la música de Feldman; Dios, en su infinita misericordia, le propone distraerlo con una estadía de tres días en el infierno; acepta; lo pasa bomba: drogas, alcohol, mariachis, sexo, canilla libre, ninguna secuela venérea o hepática; vuelve al paraíso; se vuelve a aburrir eternamente; a los pocos siglos, Dios le pregunta si preferiría instalarse definitivamente en el infierno; acepta instantáneamente. Esta vez lo torturan, lo queman, lo vejan, lo violan, lo asfixian, lo humillan, lo mutilan, lo resucitan, lo vuelven a matar. En un raro respiro, llama a Dios y se queja de la diferencia entre la primera estadía, cortita y festiva, y ésta, larga y atroz. Dios le responde, sabiamente: "Hijo, ahora conoces la diferencia entre el turismo y la emigración".
Si la lista fuera de músicos, los que admiro no estarían precisamente entre los felices: Gesualdo y su mujer asesinada (por él), Beethoven perdido en su isla sordomuda, Chopin vomitando sangre, Schumann insistiendo en querer ser pianista a pesar de su dedo petrificado, Ligeti, ahogado en su propia bilis. Sin nombrar a nuestros tangueros llorones, a los sombríos cantores de fado, a Chavela Vargas, a Schubert, al Mozart en modo menor, a Kurtág y sus lápidas acústicas. Tengo un colega que clasifica a los compositores según esta tipología: 1) poetas, 2) místicos, 3) trágicos, 4) maquinales, 5) happy. Estos últimos comparten caño con los excrementos.
El autor es compositor
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