Juana Bignozzi
Es una de las más destacadas poetas argentinas. Radicada en Barcelona desde 1974, la autora de La ley tu ley (Adriana Hidalgo editora) ha volcado en sus versos, de modo admirable, la experiencia de la militancia, el desencanto político, el valor entrañable de los ideales paternos y la pasión amorosa. En estas páginas, Bignozzi cuenta su historia en una conversación y Beatriz Sarlo traza un perfil de la escritora
En 1967, Juana Bignozzi publicó Mujer de cierto orden . Desde el título, ese libro mostraba un tono que perduró más de treinta años. Mujer de orden, contrapuesta a hombre de orden, con sus obvias connotaciones ideológicas; y mujer de un orden que no es único sino que está disminuido por el adjetivo "cierto", que lo vuelve inestable, opinable, irónico. En aquel libro importante en la poesía argentina de los sesenta, Bignozzi se presentaba contrapuesta al orden porque su orden era sólo "cierto" orden, secundario, conflictivo. Además, se presentaba como mujer, en 1967, cuando no se hablaba como hoy de literatura de mujeres. Tampoco Bignozzi lo necesitaba. Su poesía no pasó en todos estos años por el lado fashion del feminismo literario. Sin embargo, es una voz femenina la que enuncia estos poemas. Luego publicó, en 1989, cuando volvía a visitar la Argentina después de la dictadura, Regreso a la patria , un título que ubica la propia biografía en la dimensión colectiva del exilio y los regresos. En 1994, aparece Interior con poeta : título de naturaleza muerta y de retrato al mismo tiempo, que exhibe los ecos notables que la pintura produce en la sensibilidad de Bignozzi. Tres años después, el título es Partida de las grandes líneas : de nuevo, el desvío de alguien que se mueve en diagonal, que desafía lo establecido. Por fin su obra, excepto dos libros anteriores a 1967, es reunida en el volumen publicado este año por Adriana Hidalgo Editora, La ley tu ley , expresión de soberanía, de independencia y de orden propio.
Bignozzi es única en la poética de los años sesenta y sigue siendo única hoy. No puede confundirse ni con la literatura militante ni con la coloquialidad de aquellos años. Por eso, el tiempo casi no ha pasado sobre estos poemas. Sin duda, el tono grave y magistralmente irónico de los últimos poemas de La ley tu ley , que se publican por primera vez en libro, es definitivo como no podían serlo los escritos de los años sesenta. Sin embargo, la voz es la misma. La musicalidad de Bignozzi ya se escuchaba en 1967.
Quien lea por primera vez a Bignozzi en esta edición descubrirá a una poeta que durante mucho tiempo fue casi secreta. A mediados de los setenta, Bignozzi se exilió en España y vive allí desde entonces. Tuvo que terminar la dictadura militar para que volviera a la Argentina y encontrara una red amical tejida por su editor, el formidable José Luis Manggieri, que publicó todo lo escrito por Bignozzi hasta La ley tu ley . Esta red amical, de intensa productividad poética, se teje en el prólogo de Ana Porrúa a Partida de las grandes líneas , en el dossier que le dedica Diario de Poesía , organizado por Daniel García Helder y Martín Prieto, y en los reportajes que se publican, realizados por Jorge Aulicino, Daniel Freidemberg, Martín Prieto y Jorge Fondebrider. No menciono todos estos nombres simplemente como reconocimientos editoriales: son los nombres de la poesía argentina que abrieron la posibilidad de una nueva lectura de la obra de Bignozzi que hoy, con los prólogos de Jorge Lafforgue y García Helder, entra tardíamente en una consideración más amplia que la de esta red amical, que la sostuvo durante décadas.
¿Qué más se necesita para leer este libro? Las claves de Bignozzi. No las claves biográficas más toscas. Pero sí saber que algunas palabras de este libro no podrían ser entendidas fuera de las líneas de una política de izquierda con la que, hasta hoy, Bignozzi mantiene una relación de nostalgia (dirán algunos) o de reivindicación distanciada. Por allí, en uno de los poemas leemos la expresión "secretario de barrio". ¿Quién que no haya sido parte de la izquierda sabrá que esas palabras incomprensibles solían designar al responsable máximo de una célula comunista en un barrio? ¿Tiene sentido explicarlo más allá de la curiosidad? Creo que lo tiene, porque la relación imaginaria que conserva Bignozzi con ese mundo se vuelve evidente cuando esas palabras olvidadas reaparecen en poemas de estos últimos años. Están allí como huellas semánticas de un pasado político. Como ese "tigre de papel" al que "tal vez se lo coma un destructor de documentos". ¿Cómo captar la ironía del verso pasando por alto que los comunistas chinos y vietnamitas llamaban "tigre de papel" a los Estados Unidos, anunciando así su derrota final?
La poesía de Bignozzi está llena de estas marcas mínimas que remiten a referencias compartidas. Y no sólo a la política sino a líneas de la poesía argentina que fueron poco visibles. Por ejemplo, esa tierna mención de Juan L. Ortiz: "el yuyito que sólo inventó juanele".
También es preciso rememorar una topografía de Buenos Aires. Escribe Bignozzi que las luces de Santa Margherita en Liguria la "conmueven menos que la calle Montevideo". Esa calle es poética también en tiempo pasado, en las peripecias culturales de los años sesenta, donde el ritmo de la radicalización latía en los bares y más que en ningún otro en "La Paz", de Montevideo y Corrientes. Desplazamientos dobles de alguien que extraña el tiempo pasado y aquello ideológico que habitó en ese pretérito, cuyo cierre no fue un desenlace personal, biográfico, sino el de una época histórica. "¿Donde están las nieves de antaño?" escribió François Villon hace muchos siglos. El eco de ese interrogante habita el corazón mismo de la poesía de Bignozzi: "¿Siguen allí las hojas de octubre en la calle pueyrredón?" Sin embargo, la nostalgia de la poesía de Bignozzi no es blanda ni autocomplaciente. Se trata de un sentimiento activo, incluso desafiante. El pasado es objeto de la ironía tanto como de la rememoración. Bignozzi escribe desde una fractura histórica. El corte se establece entre las décadas pensadas bajo el signo de la revolución socialista y un presente de donde se ha fugado la utopía y cuya cotidianidad sólo puede ser experimentada irónicamente: "comprar una lechuga se ha convertido para mí / en una representación histórica".
En el mismo poema que acabo de citar hay un verso trunco: "como si no". El corte de este verso instala un silencio que la lectura puede completar: como si no hubiera pasado lo que pasó, como si no hubieran transcurrido nuestras vidas ni por ellas hubiera soplado el vendaval de la política y de la historia. Pero ese verso trunco también invita a no ser completado, a que se lo deje así, marcando la cesura que cortó la historia de este país. Por cierto, el verso trunco es la manifestación de un deseo y la imposibilidad de su realización. Algo, literalmente, se ha cortado y Bignozzi escribe desde el sentimiento de esa fractura. El exilio se ha convertido en "el helado parque europeo", donde la poeta sin patria se pregunta "¿no estaría mi corazón para siempre en otra tierra?" Sería inexacto descubrir este sentimiento sólo en sus últimos libros, o en los poemas magníficos fechados en el año 2000. En aquel libro de 1967, Mujer de cierto orden , Bignozzi escribe: "entre ritos familiares juana se calienta al sol / impura, / como si hubiera encendido fuego en viernes / o hubiera cantado en tierra extranjera". La marca de una distancia existencial, incluso en los momentos más plenos, subraya ese saber de la fractura. En ella, en la fractura, se despliega la ironía, la marca personal de Bignozzi.
En Interior con poeta , la distancia es nombrada de otro modo. No se trata sólo de la caída de una época histórica, ni de la pérdida de un paisaje. Incluso cuando es posible pensar que "el espacio de la izquierda sigue existiendo", está la distancia cultural y lingüística de la poeta que vive, desde 1974, en Europa. Una traductora (Bignozzi traduce profesionalmente en Barcelona) "comerá y leerá en hora y lugar inadecuados / media tarde apartando las hojas de una traducción / traducir de un lado del océano al otro / de los poetas jóvenes a los poetas de su generación /de sus viejas amigas a sus nuevas amigas / tradujo aquí su vida que debe retraducir en su país". La distancia entonces es más radical que la impuesta por las fracturas de la historia. Está allí, en el medio de la historia poética tanto como de la historia política. Está también en la poesía de alguien que ha llegado a los sesenta años y comprueba que el recuerdo se transforma en recuerdo de la literatura, de la pintura, tanto como en recuerdo de la vida: "Ya sólo recuerdo colores leídos". Ese recuerdo es más intenso cuanto más haya pasado por el arte, como en esa magnífica naturaleza muerta, esa cocina de barrio, que Bignozzi percibe a través de las naturalezas muertas de Morandi.
Quien lea por primera vez a Juana Bignozzi reconocerá sin duda muchas voces poéticas en su obra. Pavese, claro está. Pero probablemente lo que más sorprenda a sus nuevos lectores es la perfección del verso, la musicalidad discreta, surgida de no contrariar el tono de la lengua oral culta, de evocarla sin copiarla. Impactará también la nitidez de las ideas y no sólo la belleza de las figuras, su inteligencia sostenida por la distancia irónica, pero no tan irónica como para convertirse en sarcasmo, y siempre orientada por una dimensión moral que evita el cinismo. Sorprenderá la evidente huella de vidas reales que sin embargo no producen ninguna impresión de biografismo. Se trata de una poesía que coordina con aparente facilidad la densidad cultural y la densidad de la experiencia, cuya primera persona habla desde un saber apoyado en la mezcla original de sensibilidad e historia.