Juan José Mendoza: “La pandemia nos puso en el corazón de una experiencia cargada de finitud”
En “Homo búnker”, el autor revisa el árbol genealógico de los distanciamientos: de las cuevas y las cuarentenas de pestes históricas a la aparición del cuarto propio y los encierros por elección
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Fue vertiginoso. Wuhan, circuló la noticia y el mundo se encerró. A la vera de esa primera realidad, nació Homo búnker (Panorámica Indie), nuevo libro del catedrático Juan José Mendoza (Junín, 1977) que, a propósito de la pandemia, revisa el árbol genealógico de los distanciamientos. El título es, ante todo, una lectura de las distintas experiencias históricas que llevaron al hombre a confinarse. Desde el lugar de las cuevas hasta las diferentes cuarentenas según las pestes, la aparición del cuarto propio o el encierro por elección. Y en tanto lectura, lenguajes. Los que la cultura analizó: el puertas adentro de Kafka, Woolf, Ana Frank; Crusoe en una isla, Gramsci o Cervantes en la cárcel, Onetti o Lamborghini en la cama son algunos casos sobre los que el arco del análisis se tensa. Cada uno de ellos, como una manera de atravesar la escritura. “Porque la escritura es una forma de organizar el mundo. Sin embargo, al escribir producimos nuevos objetos de hechos con palabras, libros, perspectivas, por lo tanto al construir nuevos objetos, estamos construyendo más materia prima para la entropía. Esa es la paradoja”.
Si la pandemia vino a modificar el sueño -enrareciendo, así, la biología de los días-, desde un marco dentro del marco, Mendoza, despierto en la madrugada, escribe. “El libro nació el 28 de marzo del 2020 a las tres de la mañana. Estábamos en el momento originario del comienzo de la pandemia y se me presentó el Homo Búnker como una figura, un personaje, y así empezó el libro”.
Doctor en Letras (UBA), estudió filología en Madrid. Es investigador del Conicet, donde trabaja en “Maneras de leer en la era digital. Formas de representación del pasado y las tradiciones en el siglo XXI”. Y también docente en la UNA y del posgrado en la maestría en Estudios Literarios y el doctorado de la UBA. Algunos de sus libros son Internet: el último continente, Diario de un bebedor de petróleo, El canon digital. Como sus publicaciones lo marcan, hay un entrenamiento en el ensayo como forma, una puesta en juego de diferentes postulaciones. “El confinamiento nos aleja más de los pueblos nómades. Esa es una hipótesis”, dice Mendoza.
En el libro, desarrolla esas situaciones entre las diferentes imposiciones -del afuera o propias- entre movimiento y quietud. Se lee en Homo búnker: “Ahora el encierro, la pérdida del espacio público y de las calles, está dando lugar al surgimiento de un nuevo orden, a una nueva división de la especie. Nos afantasma pensar que estemos ante el fin de la edad nómade, una nueva radicalización del sedentarismo que sobrevino con la organización del saber en las sociedades informatizadas y que se impuso con el home office”. Está presente, claro, el valor de la experiencia. Dentro de las hipótesis, la relación con la ciencia ocupa un lugar central. Sobre esto dice: “Las transformaciones culturales que atravesamos a raíz de la tecnología, son como un destino y una conquista técnica de los cuerpos. Si uno analiza publicidades de los 70, la relación entre los cuerpos y las tecnologías empiezan a ser más pronunciadas. Luego, se pueden ver a partir de un stent, trasplantes de órganos: comienzan a ser parte de nuestro medio ambiente. Entonces, el cuerpo humano empieza a estar rodeado de dispositivos y enclaustrado en un living pertrechado de tecnologías”. Piensa, además, el lugar en primer plano que ocupa la ciencia en la contemporaneidad. “La relación entre tecnologías vuelve a aparecer otra vez cuando aparece la vacuna, que es otra forma de conquista técnica de los cuerpos y toda la discusión que hay en torno a esto”.
La importancia de estar ahí
Una anciana japonesa con Alzheimer parada dentro de una gran caja de cartón mira a cámara, solo sobresale su cabeza. Un hombre en una buhardilla, sentado sobre un colchón en el piso. Una mujer joven en una nave espacial de la NASA. Cuadros y fotos. Diferentes obras se toman en Homo búnker para hilvanar los aislamientos vistos según artistas de distintas épocas. A propósito de Morning Sun, 1952, se lee en el libro: “También podemos ver alguna obra de Edward Hopper, maestro en la representación de la soledad en espacios sórdidos, y visionario en esto de entrever, desde los años 50, una Nueva York vacía en abril de 2020. El encierro es también una forma de duelar: algo dejó de ser lo que era”.
“La pandemia -dice Mendoza- nos puso en el corazón de una experiencia cargada de finitud. Como muy pocas veces lo hacemos porque nuestras sociedades subliman el dolor, la muerte, reprimen experiencias de ese tipo y el confinamiento las puso en primer plano”.
En la última parte de libro, titulada “La multiplicación de los informes”, entra otro formato. Una enumeración de oraciones cortas. Por caso, la 2: “En el comienzo, todo pareció estar ordenado”. O la oración 29: “Todos empezamos a ser como James Stewart adentro de La ventana indiscreta”. Así, hasta la 250: “Conos de cristal separan a las personas mientras se desplazan”. Y luego de los agradecimientos, confiesa: “Mi relación con el encierro comienza desde niño. Tempranas enfermedades personales siempre se ocuparon de mantenerme del lado de adentro de casa, con esporádicas salidas al colegio o al médico. A mi modo, he aprendido a contemplar la vida por la ventana, en la época en la que no había pantallas”.
Con respecto a ese tramo final, el autor reconoce un gen. “Yo escribo así, como en ese capítulo. En realidad, el escritor escribe así. Pero después eso se transforma en un ensayo o en un cuento, asume otra forma”. A esa parte de Homo Búnker la relaciona con lo que podría llamarse una trilogía de los archivos. El primero, ya publicado, Archivos, papeles para la Nación. Luego, en lo que trabaja ahora, Archivos 2, sobre la historia de las tecnologías de los 60 al presente. Y el tercero, que será literatura. Cuando sea habla de archivo es en el más puro sentido del material como fuente. Sobre su paso por distintos archivos y bibliotecas, como la de la Universidad de Princeton o la Biblioteca Nacional de España, Mendoza dice: “El archivo es algo abierto y trabaja la noción de conciencia documental. Nuestros países latinoamericanos tienen una triste historia de desidia archivística y de falta de conciencia documental. Es decir que el libro es muy político, en el sentido de que hay una gran crítica a las instituciones por la falta de conciencia documental”.