Juan José Becerra: “Quería la relación más brutal con mi propia prosa”
El espectáculo del tiempo (Seix Barral), publicado hace pocos meses, fue su novela más ambiciosa, con una escritura punzante, corrosiva y a la vez muy local
Dice que en 2016 no publicará otra novela, pese a que tiene varias inéditas. "Voy a darle tiempo a El espectáculo del tiempo (Seix Barral) para que haga su recorrido." Esa novela, probablemente la mejor de su obra hasta el presente, combina aspectos de la autobiografía y de la novela coral, articulados en clave fragmentaria. Ordenados de manera discontinua, distintos años encabezan los capítulos: allí aparecen los avatares personales del narrador, la relación con sus padres, sus amantes y amigos, algunos hechos vinculados con la sala de cine que él, Juan Guerra, inaugura en Junín junto a otros episodios referidos a la historia del séptimo arte, a circunstancias de personajes cercanos al narrador e incluso a reflexiones sobre la propia escritura de la novela. Becerra es además periodista, y sus columnas se publican en revistas y diarios. Un conjunto de esos textos polémicos salió en Patriotas, libro que en 2012 reunía semblanzas, similares a caricaturas críticas, de figuras públicas que hoy forman parte de la administración del nuevo gobierno nacional. En ambos registros, la escritura de Becerra se mantiene en tensión con la historia local: una tensión provista de un humorismo punzante y una capacidad notable para decantar las aventuras de personajes reales e imaginarios en frases de un clasicismo filtrado por la picardía criolla, el lenguaje del Río de la Plata y la ironía.
Si la desorganización fuese un plan, me da la sensación de que ése fue el plan para escribir El espectáculo del tiempo, porque la trampa de escribir sobre el tiempo es escribir a favor del tiempo, es decir, de la cronología, y yo no quería que el libro fuese cronológico. Me interesaba más lo que me podía dar la desorganización, la pérdida, el olvido, eso y no quedarse en hilachas colgando del relato. A la vez eso fue componiendo a su manera una hipótesis sobre la experiencia, una hipótesis vital, no una teoría, un ensayo, sino más bien sostener la idea de cómo pega el tiempo en uno, cómo produce daño, de cómo al mismo tiempo eso es más o menos falso. Lo que quiero decir es que no sé si hay una relación con el tiempo, para mí esta idea que se puede formular está en veremos, con esa idea salí yo del libro: "Me metí con un libro para hablar del tiempo, pero no pasó nada".
Hay una astilla en la novela como género, y esa astilla es la autobiografía o el simulacro autobiográfico. Me parecía que todo lo que uno puede vivir y contar no significa mucho si no va conectado con otro flujo del tiempo. El tiempo biográfico de los personajes tiene una relación invisible, pero muy tenaz con otras escalas del tiempo: el tiempo del universo, el metafísico, el histórico; eso en algún momento está en el libro, por ejemplo, si una persona siente que debe ser un pionero del cine en su pueblo, eso no comienza ahí, comienza como mínimo con los hermanos Lumière. Nada de las cosas que sean inventadas por primera vez ocurren por primera vez, lo que pasa es que las tradiciones están segmentadas y son bastante engañosas en ese sentido.
Hay un problema en el escritor, y es que la lectura del escritor está fuera del libro; por lo menos, no está dramatizada dentro del libro. Uno termina un libro y el lector, que es uno, aparece cuando el libro está terminado, sin posibilidad de enmienda. Tres o cuatro años después de terminar la novela hice algunas intervenciones en ella. Primero, para entrar en el libro de manera transversal, para ver qué ocurría en ese momento y si esa página satisfacía mi posición de lector. Lo que quería era que esa fuerza del escritor, cuando regresa a su lugar de lector, estuviese presente y fuese una fuerza embargada por el desánimo, la fuerza que mueve a una persona que está dando su fracaso. Creo que eso les pasa a todos los escritores que terminan un libro. Quería que el escritor tuviese un derecho de lector sobre sí mismo dentro del libro, y que esa operación lo defraudara, porque cuando el narrador hace esas intervenciones piensa que no dice la verdad: esa derrota tiene que estar presente dentro del libro.
Pienso en términos muy negativos sobre mis libros, cada libro que escribo me parece una oportunidad que perdí. Me pasa siempre, y me olvido de ese libro, lo dejo atrás y pienso en el próximo. No sé si El espectáculo del tiempo es el más logrado; a diferencia de los otros, es más grande; los bloques que se mueven tienen otro peso, el funcionamiento quizá pueda producir un efecto no buscado: funciona como una máquina grande. Por el tamaño y la estructura, se puede pensar que es un libro logrado. Los libros anteriores son de un escritor controlado, consciente de los niveles de escritura; en éste me pareció que había que introducir en la literatura que yo había hecho hasta ese momento un factor más biológico. Digo: si no se puede introducir en la ficción un componente de verdad en términos filosóficos, por lo menos que aparezca la verdad biológica del narrador. Que eso estuviese dominado, en la medida de lo posible, en una relación con la propia prosa que fuera la más brutal.
Cuando uno escribe hay como napas. Entonces, si uno saca la napa más profunda está congeniando con las napas posteriores, que son de alguna manera educadas para formar una prosa, una escritura que pierda lo salvaje de la idea que la mueve. Yo quería que ese salvajismo estuviese desde el primer momento, una literatura "no curada", no editada por el prejuicio del propio escritor. El asunto era sacarla, como se saca un mineral, y sacarlo del modo más bruto posible; una vez ahí, que su valor funcionara por sí mismo, no con el narrador detrás organizando, ordenando. Quería un libro que tuviera sangre, por supuesto que la ilusión de que el libro tenga sangre muere en la idea; un libro no puede tener sangre, pero sí producir el efecto de que lo tiene.
Me interesó hacer libros como Grasa o Patriotas como una persona que manda una carta de lectores a un diario, aunque creo que forman parte de un yo civil muy definido: ese tipo que mira TV, programas políticos, y le habla a la pantalla. A ese personaje que hay en mí, como hay en muchos ciudadanos, yo traté de dejarlo en esa granja de rehabilitación que es el ensayo cívico. Entonces, después de escribir eso me sentí bien, incluso nunca más volví a atacar a esos personajes como en esos libros. Muchos de ellos son gobierno ahora, Bergman es ministro, Macri es Presidente. Bueno, el mundo se mueve, las cosas ocurren.
El daño que le hace el libro a la literatura es irreversible, porque todo se termina en el libro. Esa masa crítica de libros lo que hace es acorralar a la literatura en un rincón que sigue siendo luminoso, pero imposible de volver a extenderse; allí está reducida a su mínima expresión y en su máxima concentración. Hay una estructura humana que sostiene a la literatura y así sobrevive.
Junín, 1965
Publicó seis novelas, Miles de años, La interpretación de un libro y El espectáculo del tiempo, entre ellas. Es autor además de tres libros de ensayos –Grasa es uno de ellos– y otro de relatos, titulado Dos cuentos vulgares. Vive en Gonnet con su mujer y sus hijos
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