Juan Goytisolo: se apaga la voz más corrosiva de la disidencia española
El escritor barcelonés, creador de libros memorables como Señas de identidad y Juan sin tierra, murió en Marrakech, a los 86 años; en 2014, fue distinguido con el Premio Cervantes
Barcelona.- "Quién pudiera estar siempre en la oposición", le decía a este cronista hace escasos dos años quien fue uno de los autores españoles más grandes del último medio siglo y sin duda el intelectual disidente de la cultura oficial española más corrosivo. La ocasión, en la que confesaba sentirse como "un polizonte en un transatlántico", ameritaba su desconfianza porque por entonces, abril de 2015, Juan Goytisolo -el mediano de los geniales hermanos Goytimuchos, como los llamaban con sorna en Barcelona en los festivos tiempos del boom latinoamericano- recibía el Premio Cervantes, el galardón más prestigioso de las letras hispánicas, y el más incómodo y rebelde de los tres hermanos recelaba de semejante reconocimiento institucional. "Cuando me dan un premio siempre sospecho de mí mismo; cuando me nombran persona non grata sé que tengo razón", decía. Pero Goytisolo conservó la razón y la coherencia opositora de su voz crítica hasta el último aliento en la mañana de ayer, en Marrakech, donde murió, a los 86 años, a causa de las complicaciones y el agravamiento de un ictus sufrido en marzo pasado, según informó la agencia literaria Carmen Balcells.
Hermano menor del poeta José Agustín (1928-1999), la figura central de la llamada Escuela de Barcelona y de la Generación del 50, y mayor de Luis (1935), talentosísimo novelista constructor de catedrales narrativas como Antagonía (2009), Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) había comenzado su andadura literaria por el camino del realismo social con obras como Juegos de manos (1954) y Duelo en el paraíso (1955). Llevaba en su mochila el pesado fardo del adoctrinamiento nacional católico de la escuela franquista y las heridas imborrables de la guerra. Su madre, Julia Gay, murió en Barcelona en 1938 bajo las bombas fascistas de la aviación italiana (tragedia que marcaría la obra de los tres hermanos y a la que refieren los versos de Juan Agustín de Palabras para Julia).
Un fardo y corsé narrativo de los que el joven militante antifranquista se desembarazaría en París, donde se exilió en 1956 y donde residió durante más de tres décadas. Allí se casaría con la escritora francesa Monique Lange y se convertiría en asesor literario de Gallimard (trabajo que transformó en la puerta de entrada de la literatura hispanoamericana en Francia). Sobre todo a partir de Señas de identidad (1966), publicada en México a causa de la censura del régimen, novela que marcaría un antes y un después en su trayectoria como novelista y que transformó en trilogía con Reivindicación del conde don Julián (1979) y Juan sin tierra (1975).
En lo formal, Goytisolo se desentendió de las convenciones del realismo con rupturas temporales, supresión de los signos de puntuación, inclusión de poesías en el relato, saltos de narrador e incorporación de materiales en bruto a la manera de los collages vanguardistas para encontrar su propia voz. Un camino que lo llevaría hasta logradas novelas experimentales, como Makbara (1980), Las virtudes del pájaro solitario (1988) o Telón de boca (2003), entre otras, con las que renovaría la narrativa española de las últimas décadas y ensancharía los límites del género. La novela como un género omnívoro y total, capaz de dar cobijo a cualquier proeza verbal a través de la utilización de lo que él describía como "verso libre narrativo".
Goytisolo explicaba ese quiebre por la emancipación que le supuso asumir su homosexualidad, cuestión de la que dejó testimonio en libros de memorias como Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986). Pero esa subversiva transformación del novelista que arrancó a sus 35 años corrió en paralelo a la consolidación de una poderosa voz crítica, a través de una vasta obra ensayística, entre estudios literarios, crónicas y libros de viajes, de un solvente intelectual que disparaba sin contemplaciones contra el canon establecido, la tradición nacional católica y la rancia cultura oficial española.
Con la reivindicación de figuras marginales como Américo Castro, Manuel Azaña o Luis Cernuda, trazó en su obra teórica una suerte de canon heterodoxo que él llamaba "el árbol de la literatura", con el que sentar las bases de una cultura española híbrida y abierta, un necesario puente entre Oriente y Occidente. Cosa que hizo desde una disidencia incluso geográfica, porque en 1997 se instaló en Marrakech, a metros de la plaza Yemaa el Efna, junto a su "tribu", la familia de su amigo y ex pareja Abdelhadi. Y llegó a escribir una serie de documentales de difusión de la cultura musulmana para la televisión española. No en vano se jactaba, con razón, de ser el único escritor español que hablaba árabe desde el Arcipreste de Hita.
Pero no sólo su compromiso ético lo llevó a abrazar la defensa de cuanta minoría se pusiera a tiro, ya fueran mujeres, homosexuales, refugiados kurdos o palestinos. Compromiso en cuya defensa llegó a poner el cuerpo viajando a zonas de conflicto en una incansable batalla contra todos los integrismos, tanto religiosos como sexuales, políticos o económicos. Una actitud moral de la que dejaría testimonio con implacables libros de crónicas y no ficción como Cuadernos de Sarajevo (1993), Argelia en el vendaval (1994) o Paisajes de guerra con Chechenia al fondo (1996).
En 2012 abandonó la ficción, aunque continuó su labor ensayística e intelectual como columnista. Cosa que no le impidió ese año publicar su primer volumen de poesía, Ardor, cenizas, desmemoria. Primero en el sentido de edición unitaria, porque ya había incluido dos poemarios, Astrolabio y Zonas atávicas, en la novela El sitio de los sitios (1995) .
Tras de sí deja una obra monumental, una trayectoria de intelectual comprometido con su tiempo ejemplar y una voz crítica desde la disidencia más radical tan necesaria en el siglo XXI. Además de un último volumen inédito de sus Obras completas. Y deja en poder de su agencia literaria un misterioso libro póstumo con la orden expresa de que debe publicarse a 10 años de su muerte. Como último acto de justicia poética, será enterrado en el cementerio laico de Larache, en Marruecos, donde descansan los restos de su admirado Jean Genet, el autor de Diario de un ladrón, a quien le dedicó en 2009 su ensayo Genet en el Raval.
Biblioteca esencial
Señas de identidad 1966
Seix Barral
Implacable ajuste de cuentas con el franquismo, con el que Goytisolo se desembaraza tanto de la opresiva tradición católica como del realismo social de sus primeras obras
Juan sin tierra
1975
Seix Barral
Cierre de la trilogía iniciada con la obra anterior, protagonizada por el fotógrafo Álvaro Mendiola, exiliado en París, que consolida su estilo experimental de madurez
Coto vedado
1985
Alianza Editorial
Verdadero hito de la literatura autobiográfica española, Goytisolo descorre hasta el último velo de su trayectoria vital y literaria sin exhibicionismo ni autocomplacencia