Juan Cruz, toda una vida preguntando: “América Latina es una lección para la literatura española”
El periodista cultural acaba de publicar la novela “Mil doscientos pasos”
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MADRID.– El sol y el calor del mediodía no dan tregua en el Parque del Retiro. La Feria del Libro de Madrid, a comienzos de este mes, era un enjambre de fieles lectores en busca de novedades editoriales y al encuentro de sus autores favoritos. “Es él; es él”, murmuran a su paso. Juan Cruz Ruiz (Tenerife, 1948) se sienta en una mesa sin cobijo de una sombrilla y queda, de repente, iluminado con el reflejo del pavimento. Él no lo sabe, o quizá sí, pero mantiene su concentración, a pesar de ser el centro de todas las miradas, mientras el bar gira su cuello para intentar escuchar lo que dice. Cruz es el periodista cultural más famoso y respetado de España. Adjunto de la Presidencia de Prensa Ibérica, un grupo de medios de comunicación con diecisiete periódicos, miembro del equipo fundador de el diario El País, una voz omnipresente en la radio española, y escritor prolífico de ficción y de no ficción. Su nueva novela, Mil doscientos pasos, se acaba de publicar a través de Alfaguara (el libro puede encontrarse en la Argentina en formato e-book), de quien fuera director editorial desde 1992 hasta 1998. Mario Vargas Llosa le entregó en el marco del Festival Escribidores en marzo pasado un premio que difícilmente encuentre en próximas ediciones a alguien con el cuerpo y el aura de su primer galardonado: el Antonio Garrido Moraga a la Difusión Literaria.
“Escribí para respirar mejor”, dice en su personal íntimo Un golpe de la vida. Rebelde, domó el asma, como su abuelo Silverio a los burros en la isla donde vivía. Y también domó algo mucho más complejo, a veces mezquino y aquello que define como la materia misma de la escritura: “los egos”. Egos revueltos es una memoria personal y de su vida literaria, una vida que no deja de sumar capítulos fascinantes. Cruz se ha pasado parafrasean otro de sus libros, Toda la vida preguntando. Hay periodistas que alardean de aquellos escritores que han entrevistado. Con Cruz ocurre algo diferente: son los escritores quien alardean de haber sido entrevistados por él.
-Además de gran escritor, es un inmenso lector, ¿cuándo encuentra la paz y el silencio para leer?
-Leo mucho, todo el tiempo, en cualquier momento. Sobre todo en los últimos tiempos me impuse la tarea de leer todos los libros sobre los que hago entrevista, es decir, todo el libro. En nuestro oficio hay una costumbre de aceptar que puedes entrevistar sin leer el libro, e incluso existe la obscenidad de decirle al autor que entrevistas que no has tenido tiempo de hacerlo. Eso indica impunidad. Esta debería ser una autocritica del periodismo hoy: que no haya tiempo para preparar una entrevista.
-¿Cuál debería ser la tarea del periodista cultural?
-Creo que este es un momento muy deficitario. Los periodistas hemos adquirido la costumbre de la superficialidad. Se nos insta, no desde los periódicos directamente, sino de los blogs, la web, de que nosotros seamos iguales que los creadores de los libros y hablamos de ellos con una enorme suficiencia. Los periodistas dejamos de ser testigos o para ser críticos y toda opinión es un engreimiento.
-Rehúye de la solemnidad a un discurso teórico y académico y siempre ha mirado con respeto a la literatura de América Latina. ¿Siente que aún hay una división o diferencia entre la literatura española y la latinoamericana, que hay aún puntos que las distancian?
-Sí, la hay y la hay a favor de América Latina. Mientras la española se ha ido acostumbrado a contar ocurrencias, cosas que han pasado o que están pasando, sobre las que no hay sedimento, en América Latina los escritores desde hace muchos años, desde antes del boom, en el boom y después del boom se han preocupado por el lenguaje, por cómo se debe decir lo que se dice. Pienso en Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez [Cruz intentó acercar a través de un abrazo a estos dos autores que se distanciaron y es un testigo privilegiado y calificado de la historia reciente de la literatura mundial], Alejandra Pizarnik o Elena Poniatowska. A mí me gustaría convencer a los escritores jóvenes de que se fijen en el estilo latinoamericano, en Héctor Abad, en Juan Gabriel Vásquez, en Mariana Enríquez. Lo que ellos escriben es una literatura que no se parece a la de nadie.
-Pero, ¿no percibe que algo ocurre hoy con la literatura española? Me refiero a la proliferación de autores, de temas, de lenguajes, de géneros.
-A mí me preocupa de la literatura española de hoy la falta de exigencia, que se ve en el descuido del párrafo, en la atención excesiva del qué me dirán. España no está haciendo honor a vecinos muy importantes como América Latina, vecinos muy entrañables. América Latina es una lección para la literatura española y esta invasión que hoy vivimos es muy bienvenida.
La infancia, la crueldad, el tiempo
“Borré lo escrito en la pared como si estuviera apagando un fuego. Ahí se quedó la huella, nada se limpia del todo jamás, el infierno sería recordarlo todo hasta el primer instante, no tanto el fuego como su persistencia”, escribe en Mil doscientos pasos, una novela que transcurre en Canarias, el paraíso natal de Cruz, una novela sobre la infancia y la crueldad vista a través del prisma del tiempo de un hombre adulto que regresa al que fuera su hogar. Hay quizá un personaje, Lanudo, que se parece un poco más a Cruz, pero los hechos aquí narrados son fruto de su imaginación.
-Dice que esta ficción es la menos autobiográfica de toda tu obra.
-Es autobiográfica en el sentido de que estas cosas la vi, pero no todas las viví.
-¿Cuánto le dolió escribir esta novela?
-Mucho. Esta novela es una obligación que yo tenía con mi barrio, con las cosas que pasaron en la posguerra y un barrio pobre en posguerra era un barrio condenado al analfabetismo, a la dejadez, al olvido propio y al olvido ajeno, a quedarse desastrado en medio de un barranco. Fuimos muy pocos los chicos que estudiamos algo. Éramos muy pocos los que teníamos para comer y comíamos muy poco. Yo mismo nací bajito y seguí bajito porque comí poco.
-Hay un maestro muy especial en esta novela, dedicada a otro gran maestro que tuvo, el escritor y actor Domingo Pérez Minik.
-Usé su nombre para el maestro de la novela. Don Domingo fue quien marcó mi vida como lector, mi vida relacionada con la escritura y con la persona. Lo encontré una vez en la calle, creí reconocerlo y le pregunté si era él. Me dijo que sí y entonces me preguntó quién era yo. Tendría 20 años. Yo siempre que veo un joven que se dirige a mí porque me conoce, porque me ha leído, siempre le pregunto cómo se llama.
-A menudo regresa en su obra a la infancia. ¿Tuvo una infancia feliz?
-Uno nunca sabe qué es felicidad cuando es un niño porque cree que todo es felicidad o no cree nada, sino que disfruta de lo que hay. No sabía que era un niño enfermo; sabía que estaba enfermo. Según las horas del día me sentía muy feliz y a otras horas tenía padecimientos, pero no sabía qué era la infelicidad. Luego sí lo supe.
-¿Percibe resabios de la Guerra Civil hoy en la sociedad en la sociedad española?
-Muchísimos. De hecho hoy más que nunca y que en la posguerra. Hay un partido político que considera legítimo reclamos son del pasado remoto, crece la xenofobia, el odio al otro y todo eso era propio de la dictadura.
-Me imagino que se refiere a Vox. ¿Es compatible tener un gobierno de extrema derecha o de extrema izquierda, a cargo de las secretarías o ministerios de Cultura?
-Tenemos ya experiencia de la extrema derecha en la Cultura y lo que hizo con este país y a qué llevó a este país. La extrema izquierda tiene gradaciones. Algunas cosas de la extrema izquierda son francamente deplorables y casi todas las de la extrema derecha son peligrosas.
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