Juan Carlos Rulfo y un largo viaje para recuperar al padre, leyenda de la literatura latinoamericana
Entrevista exclusiva con el hijo cineasta del gran escritor mexicano; mientras Netflix anuncia que adaptará “Pedro Páramo”, Rulfo cuenta la trastienda de su serie documental, recupera recuerdos y anécdotas
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CIUDAD DE MÉXICO.- Nadie regresa del exilio. Desde el inicio, todos los retornos nacen fallidos. El viajero lo sabe, en cada vuelta a casa: solo encontrará ausencias, ecos frágiles de lo que ya no está. Por eso vuelve. Es su trampa, desdecir al tiempo. Para el cineasta Juan Carlos Rulfo, hijo del escritor Juan Rulfo, de eso se trata el largo viaje que mantiene desde hace veinte años, con sus idas desde Ciudad de México al sur de Jalisco, donde nació el autor.
“Ahí comenzó una especie de búsqueda y de reconocimiento del espacio y de la personalidad de mi padre. Fui a recuperar raíces y entender las propias”, reconoce ahora, en una conversación con LA NACION. A propósito de la noticia de que la novela Pedro Páramo (1955) será adaptada a la pantalla para Netflix, el cineasta tiene un entusiasmo medido. Desde hace tiempo se propuso reconstruir la biografía del paisaje rulfiano y la memoria familiar, que se hizo colectiva por la leyenda de la literatura latinoamericana.
La vida como recuerdo
“Tengo una sola fotografía de mi padre”. Así comienza la serie documental Cien Años con Juan Rulfo, de Juan Carlos Rulfo, disponible en Amazon Prime Video. La imagen muestra una foto en blanco y negro del escritor junto al niño. Detrás, las montañas de Apulco, el pueblo del narrador. Se trata de siete episodios en los que el Rulfo director plasma esos viajes. Actualmente trabaja en otros tres, que se sumarán a los que están.
“No sé qué pensaría mi padre de mí, pero quiero ir a esos lugares para reconocerlos y redescubrir lo que vio”, dice en el primer episodio. El documental es el punto de partida al conocimiento más veraz acerca del escritor que sacudió la narrativa con un puñado de universos mágicos, tras los cuales casi desapareció. Y ahonda en las voces que habitaron la mente del escritor para componer las escenas rurales, de tradiciones indígenas y cristianas.
“Eran momentos en los que me dio por viajar -cuenta a LA NACION-. Pasó el tiempo y se fueron acumulando materiales y entrevistas y personalidades que fui encontrando. Amigos, como Eduardo Galeano. Me acabó cazando”, dice sobre el escritor uruguayo. “Personajazo: ahí tengo un corto pendiente por terminar. Fui a Montevideo y estuve una semana en su casa, durante la que me habló de la narrativa de mi padre, sus jugueteos. Ahí encontré las claves de cómo los escritores se amarran para hacer lo suyo. Cumpliéndose diez años de la muerte de Eduardo, quiero hacer un cortito, para regalárselo a Elena, su mujer.”
El contacto por parte de Netflix apareció cuando él mismo se cuestionaba si encarar un proyecto relacionado con Pedro Páramo, que tuvo otras adaptaciones. ¿Esta ahí el motor al impulso refrenado? Juan Carlos Rulfo duda. “No sé si soy el más adecuado para hacer Pedro Páramo, porque estoy demasiado cerca. Hay varias maneras de participar, una es a nivel familiar, que tiene que ver con facilitar los derechos y que se llegue a un buen término de contrato. Para eso hay una agencia”. En la actualidad, Rulfo está en la etapa de establecer si participa o no de manera activa. Es cauto: “Depende de las condiciones. Si tienen un equipo completo y me tienen de asesor, no me interesa. No quiero ser responsable de algo que no necesariamente sea muy bueno. Y si sale muy bien a ellos, que les salga muy bien. Pero no porque yo esté a medias, dando mi opinión de lejitos”, dice. “Creo que todavía siguen tratando de definir el formato. Para mi sería muy interesante que fuera una serie. Sé que están buscando escritores. No estoy contando nada escondido, lo único que me dijeron es que iban a sacar este anuncio, que estuviera preparado. Pero yo no tengo mucha participación aún”, dice el director de Del olvido no me acuerdo.
Huellas de padre
Fue en 1995 cuando Juan Carlos Rulfo se lanzó a encontrar marcas y paisajes del escritor. “Pero de él como padre. Por eso comencé los trabajos en el sur de Jalisco, donde estaban mi abuelo, mozos, peones y arrieros de lo que fue la hacienda del padre de mi padre”, explica. Por eso también se centra en el lenguaje y la forma de hablar de la gente de Jalisco. “Hay amor y ganas de introducir al espectador a una lectura más entrañable”, explica. Para contar al Rulfo persona, opina su hijo, hay que comenzar por sus cuentos (“así es como fue construida la novela”).
Al encuentro de su padre fue cuando éste ya no estaba. Mientras lo tuvo, la vida compartida fue “más corriente de lo común”. “Teníamos un campo, con una huerta, íbamos a cortar peras y manzanas, aguacates, a estar con los perros. El olor a pasto quemado me recuerda mucho a sus días. Quitábamos hierba, hacíamos fogata”, rememora. Las conversaciones giraban en torno a la música, la fotografía, las cámaras. No tanto de literatura. No le gustaba. Era una grosería hablar de literatura en casa. Una conversación sabrosa era hablar de aguacates o porqué poner un árbol en tal lugar. En la huerta, al pie del volcán Popocatépetl, hablar con el señor que nos ayudaba era una delicia. Ahí estaba el sabor, en platicar con la gente”.
"Era una grosería hablar de literatura en casa. Una conversación sabrosa era hablar de aguacates o porqué poner un árbol en tal lugar."
Juan Rulfo se escurrió muy pronto de la vida de su hijo. Cuando fue a buscarlo, ya no estaba. “A los diez, me gustaba embarrarme en el campo. A los quince, me dio el adolescentazo y me iba con mis amigos por ahí. A los 19 comencé con esas lecturas; tenía 22 cuando murió. Todo lo demás fue en solitario”. La tarea incluyó transcribir inéditos de su padre, poner orden en su estudio, entre sus escritos y su música. “Sus negativos están bien cuidados. Estaban debajo de su cama”, revela el director.
Ecos de Rulfo
El modo de ser enigmático y casi huidizo de Juan Rulfo agrandó el mito. Hablar con su hijo y ver su documental ayuda a entender que aquella no fue una pose, mucho menos desdén. La vida tenía otras urgencias para el autor El llano en llamas.
El escritor también intentó reconstruir una imagen de padre al perderlo, recogiendo testimonios de las personas que lo conocieron. Esas voces pervivieron en su memoria y llegaron a sus relatos. Fue, además, heredero involuntario de parte de la biblioteca del pueblo. El padre de Juan Rulfo ayudaba al cura, Ireneo Monroy, que tenía una colección enorme de literatura (“quizás la que llegaba, después de que se la confiscaban a la gente”). Durante la Guerra Cristera (1926-1929), el enfrentamiento armado en el que lucharon católicos contra las políticas religiosas gubernamentales, el padre de Rulfo fue asesinado. Monroy huyó, pero antes pidió a la familia de Rulfo que le guardara su biblioteca. Juan quedó huérfano a los cinco años. Le quedaron los libros que su padre leía a escondidas.
“Le costó trabajo sobrevivir, a veces no había nada de comer en la casa”, recuerda su hijo. “Vendía llantas en momentos difíciles por los pueblos. Y en ese viaje, le ofrecieron hacer las guías de viaje. Para eso tomó fotos. Cuando vi esas libretas, con fechas y kilometrajes, las conjugué y escogí cinco fotos, que son cinco viajes. Si hago eso, sus textos tienen sentido. Sino, están ahí y no me dicen nada”.
El relato de Juan Carlos Rulfo, al igual que su filmografía, es un lugar de compensación. Como los terrenos de la ficción, que están ahí para reparar ausencias.
El escritor solía mencionar que su Apulco natal era un pueblo que no aparece en los mapas, “una barranca con calles torcidas”. Con sus registros a largo de dos décadas, su hijo consiguió una cartografía de la memoria, hecha a base de retazos. Como si el mismo Pedro Páramo hubiera estado apuntando aquello que en la novela: “Vamos a estar enterrados mucho tiempo”. Como un viajero, su hijo consiguió también desdecir al tiempo, olvidar de a ratos que la muerte es más larga que la vida.
- El vínculo con Buenos Aires: un llamado a la solidaridad
Durante años, con la esperanza de que formaran parte del documental Cien Años con Juan Rulfo, el hijo del escritor buscó registros del paso de su padre por la Feria del Libro de Buenos Aires, entre los años 1968 y 1974. Después del golpe militar (1976-1982) dejó de ir, aclara. “Sería fantástico recuperar cualquier fotografía, cualquier registro. Bajé la guardia en la búsqueda, pero sigo siendo sensible a encontrar algo”, dice.
- El encuentro con Galeano
Además de los testimonios de la gente de Jalisco, Juan Carlos Rulfo visitó a otros amigos de su padre. Uno de ellos fue Eduardo Galeano. “Me acabó cazando”, dice sobre el escritor uruguayo. “Personajazo: ahí tengo un corto pendiente por terminar. Fui a Montevideo y estuve una semana en su casa, durante la que me habló de la narrativa de mi padre, sus jugueteos. Ahí encontré las claves de cómo los escritores se amarran para hacer lo suyo. Cumpliéndose diez años de la muerte de Eduardo, quiero hacer un cortito, para regalárselo a Elena, su mujer.”
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