Joseph Conrad: un viaje al corazón del navegante que cambió el mar por la literatura
Hoy se conmemora el 100° aniversario de la muerte del autor de “Nostromo”, “Lord Jim” y “El corazón de las tinieblas”, tres de sus obras maestras; su influencia en creadores como Graham Greene, E. M. Forster, Francis Ford Coppola, Ridley Scott, Álvaro Mutis y Arturo Pérez-Reverte
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Uno de los más grandes novelistas en lengua inglesa era de origen polaco. Joseph Conrad (Józef Teodor Konrad Korzeniowski) nació en 1857 en la ciudad de Berdichev, situada en el norte de Ucrania (en ese entonces invadida por los rusos), y falleció el 3 de agosto de 1924, en Canterbury, en el Reino Unido, a los 66 años. Hoy se conmemora el 100° aniversario de la muerte del autor de Nostromo, Lord Jim y El corazón de las tinieblas, por mencionar tres de sus obras maestras. Su literatura, que sigue vigente aun en la época de las “narrativas débiles”, influyó en creadores como Graham Greene, E. M. Forster, el Nobel John Galsworthy, Francis Ford Coppola, Ridley Scott, Álvaro Mutis y Arturo Pérez-Reverte, entre muchos otros.
Huérfano de madre y padre, fue adoptado por su tío materno cuando tenía once años. A los diecisiete, inició un largo periplo de aventuras en el mar que, tiempo después, abordaría en cuentos, nouvelles y novelas. Como miembro de la marina mercante francesa, viajó por los mares del sur. Tras un intento de suicidio ¿por razones amorosas o financieras?, se alistó en el servicio mercante británico en 1878. Perfeccionó su dominio del inglés leyendo diarios y las obras de William Shakespeare, Walter Scott, Thomas Carlyle y Charles Dickens, cuatro de sus referentes literarios (al que se puede sumar, en lengua francesa, Gustave Flaubert). En 1886, se convirtió en ciudadano británico y siguió navegando entre Singapur y Borneo, ya como primer oficial y capitán. En 1890, inició su travesía por el Estado Libre del Congo. Comenzó a publicar a partir de 1895; un año después se casó con Jessie Chambers (autora de la biografía Joseph Conrad y su mundo), se retiró de la vida marina (el último viaje que hizo fue el de bodas, a Costas de Armor, en Francia) y se instaló en Ashford, en el condado de Kent. Con el cambio de siglo, y el éxito de sus novelas, su situación económica mejoró.
Si bien transformó la sordidez, el desamparo y la violencia con un estilo literario espléndido, la visión del mundo de Conrad no era optimista. “No hay moralidad, ni conocimiento, ni esperanza; solo existe la conciencia de nosotros mismos que nos impulsa por un mundo que no es más que una apariencia vana y fugaz”, le escribió a su amigo, el escritor R. B. Cunninghame Graham. Tanto en Bajo la mirada de Occidente como en El agente secreto expresó su rechazo por el nacionalismo ruso (en sus variantes zarista y revolucionaria).
“Fuera de su amor a Inglaterra y su odio hacia Rusia, la política le preocupaba poco -sostuvo el Nobel de Literatura y filósofo Bertrand Russell-. Lo que llamaba su atención era el alma humana individual, frente a la indiferencia de la naturaleza y, con frecuencia, frente a la hostilidad del hombre, y sujeta a la íntima lucha entre las malas y las buenas pasiones, que la conduce a la destrucción. Las tragedias de la soledad ocuparon una gran parte de sus pensamientos y sentimientos”.
En los relatos de Conrad, con historias de naufragios, motines y conspiraciones, tempestades, arrebatos y crímenes, se superpone siempre una atmósfera que pone en tensión los acontecimientos humanos con fuerzas sobrenaturales -oscuras e irracionales, la mayoría de las veces- entrevistas y agigantadas por los narradores. “Vivimos como soñamos, solos”, dice el capitán Marlow en El corazón de las tinieblas, que Francis Ford Coppola adaptó al cine como Apocalypse Now. “Nunca he aprendido a confiar en la literatura”, sostuvo el escritor, que dejó una gran correspondencia con colegas como Henry James, H. G. Wells, T. E. Lawrence y William Henry Hudson.
“Se ha reprochado a Conrad el haber hecho desaparecer el momento culminante de la tempestad -dijo el escritor André Gide, traductor de Tifón al francés-. Yo lo admiro, al contrario, cuando detiene su relato precisamente en el umbral de lo espantoso y cuando deja libre juego a la imaginación del lector, después de haberse acercado a lo horrible hasta un punto que parece insoportable”.
“Conrad es un escritor extraordinario y quizás único por varias razones -dice a LA NACION el escritor y académico Eduardo Álvarez Tuñón-. Su obra está llena de sutilezas y debe ser leída lentamente, para advertir los diferentes matices. Es un misterio, casi diría un milagro, que este hombre nacido en Ucrania, cuya lengua materna no era el inglés y lo hablaba torpemente según el testimonio de H. G. Wells, haya escrito, en esta lengua, una de las prosas más, perfectas y bellas. En una carta a Henry James, le habla de la escritura y la compara con el mar, en el que suceden la mayoría de sus relatos: ‘… pasé de un mar a otro mar: el de las palabras en la página blanca’. Su aporte al punto de vista narrativo fue esencial en la literatura del siglo XX, al crear un personaje como Marlow que es el narrador de sus historias y, en especial, una voz. Más que un personaje es una voz. Todo lo conocemos a través de esa voz. La lectura de Conrad fue esencial para Francis Scott Fitzgerald, que lo admiraba: El gran Gatsby está escrito a su sombra”.
Álvarez Tuñón recomienda la lectura de Lord Jim. “Una novela monumental que ahonda en la culpa, en el arrepentimiento, en la transformación y ayuda a comprender, a no juzgar, porque, como dijo Conrad en su prólogo: ‘Lord Jim somos también nosotros cada día. Era uno de los nuestros’ -destaca-. Debería ser leída y releída por todos los que escriben novelas: hay mucho que aprender en sus páginas, como la adjetivación, el manejo del tiempo narrativo, la irrupción del pasado y el futuro, la descripción de un hombre en una sola frase”.
“Es uno de los grandes de la literatura inglesa, con la conocida paradoja de que era un autor de origen polaco que aprende el inglés después de los veinte años -dice el escritor Carlos Gamerro a este diario-. Lo cual resulta en una situación que se podría comparar con la de Vladimir Nabokov, exquisito y a la vez levemente raro, con algo diferente, ‘desterritorializado’, dirían algunos. Respecto de su obra, su etapa más conocida, y para mí la más interesante, abarca los cuentos y novelas que tienen que ver con la vida en el mar, los imperios coloniales y el mundo de europeos en el sudeste asiático y en el África, como la que se retrata en La locura de Almayer y Un vagabundo de las islas”. Gamerro considera que El corazón de las tinieblas pone en cuestión las supuestas bondades de la empresa colonial.
Para su novela más reciente, La jaula de los onas, Gamerro releyó a Conrad. “Quería escribir un capítulo conradiano -dice-. Leer a Conrad es querer escribir como él. Su novela Nostromo, que trata los procesos y conflictos de la independencia latinoamericana, reaparece en un contexto muy inesperado en la película Alien, el octavo pasajero, de Scott. Borges le rinde un doble homenaje a Conrad, en ‘Guayaquil’ y en ‘La otra muerte’”.
El escritor Jorge Fondebrider tradujo Corazón de las tinieblas para Eterna Cadencia. “Como Flaubert, Henry James y, algo después, Gertrude Stein, James Joyce y Virginia Woolf, Conrad contribuyó a definir el arte de la novela y a darle forma contemporánea -afirma-. Pero en su caso hay algo más: siempre, prácticamente sin excepción, tuvo algo realmente importante que decir sobre la condición humana. Así, libro tras libro, a través de sus protagonistas y tramas, nos enfrentó con problemas éticos y morales de todo tipo, poniendo el dedo en la llaga como muy pocos escritores logran hacerlo. Esa conjunción entre tener algo trascendente que decir y hacerlo de un modo notable constituyen su marca y la razón por la que novelas como Corazón de las tinieblas, Lord Jim o Nostromo, quedan grabadas a fuego en la memoria de los lectores. Y si uno considera que el inglés no fue ni su primera ni su segunda lengua, que en su caso fueron el polaco y el francés, uno no puede más que admirarse del prodigio. En mi ranking personal, está justo debajo de Shakespeare, con lo que espero se entienda la importancia que le asigno”.
La novela de aventuras se vuelve épica en manos de Conrad. “Para mí, el efecto Conrad es el de un autor desgajado, descuadernado o descuajeringado -dice el escritor Daniel Guebel a LA NACION-. Nostromo es para mí el nombre de la nave de Alien, el octavo pasajero y El corazón de las tinieblas, un raro y extraño viaje que se me arruina al ser abducido y espectacularizado por Coppola en su película; hay algo de Stevenson en su obra también, y El agente secreto me parece un refrito de Nabokov cortajeado por Borges y con unas preocupaciones epocales de Henry James”.
A Conrad (igual que a Kipling y a Forster, entre otros autores ingleses) se lo consideró uno de los “mitólogos” del imperialismo británico. El escritor Juan Terranova, que acaba de publicar El arte de la novela antártica, discute una de las ideas centrales sobre el autor de La línea de sombra. “Pese a la idea general que se tiene de él, Conrad no es un escritor del mar -asegura-. Su mejor libro es El corazón de las tinieblas, cuya trama se desarrolla tierra adentro y que la película de Coppola mejora y perfecciona. Leemos a Conrad a través de Borges que también lo mejora mucho. Le sacude el tedio de sus largas descripciones y lo presenta como un observador agudo, cosa que quizás Conrad no fue. A Borges le gustaba porque era polaco y se hizo británico. En un punto fue más inglés que los ingleses, más imperialista que los mismos dueños del imperio. Creo que los lectores que tuvo fueron más interesantes que él mismo”.
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