Josefina Robirosa: "El arte es para mí un lenguaje que permite iniciar un viaje"
La artista argentina, que recibirá un homenaje en la feria Arte Espacio de San Isidro, revisa una vida apasionante cifrada en pinturas, manuscritos y amigos ilustres
Alegría, desparpajo, nada de nostalgia y muchos afectos. Los días de Josefina Robirosa transcurren plácidos, en una soledad muy acompañada. No necesita Internet ni celular; sus ángeles guardianes de ahora están cerca, son vecinos de una de las cuadras más lindas de Buenos Aires, y su familia de hijos, nietos y bisnietos. Su casa de techos altísimos está tapizada de cuadros suyos y ajenos, porque siempre compró pinturas de sus amigos. Hay muebles y vajilla de antaño, y los televisores son aparatosos, porque no se entiende ni con el control remoto. "Yo me acompaño. Me llevo bien conmigo", dice. Los 83 años la encuentran erguida, incansable y coqueta como siempre, a punto de ser la artista homenajeada en la feria Arte Espacio de San Isidro, con una muestra de 26 grandes obras, una declaración como visitante ilustre y otros agasajos.
Desde el balcón le gusta ver la arboleda del parque Lezama. En su boulevard hay un deli, donde come cuando se le acaban las viandas que le prepara el marido nutricionista de su nieta "Pomy". "Pomy" es la escultora María Torcello, que cuida de su "Api" a sol y sombra. "La adoro con toda mi alma, fue muy importante en toda mi vida", dice en voz baja. "Esta cuadra está muy bien para viejitas. No tengo más que abrir la puerta y bajar."
El pasado no la convoca mucho, y sus recuerdos del Di Tella y otras epopeyas de las que formó parte, como una de las mujeres más destacadas de la pintura argentina, la tienen sin cuidado. Pero se sorprende de sus propios dichos revisando sus escritos de toda la vida, que está ordenando junto con un investigador para un futuro libro. Papeles escritos a máquina, otros manuscritos, textos en inglés y francés, poemas y libretitas se apilan en mesas y sillas del comedor. "Siempre escribí y me daba vergüenza mostrarlo. Pero ahora lo estoy leyendo y me parece muy bueno. Tratan sobre la vida, mi vida, los demás, la pintura, opiniones muy seguras que nunca dije en voz alta porque pensaba que no eran valederas." Abre una página cualquiera, y lee: "Nunca he tenido intención precisa en el momento de ponerme a pintar... Prefiero dejar emerger lo que no sé y por ese medio reconocerlo". Cuando escribió esto ya llevaba 50 años pintando (calcula que empezó a los 13), y reconocía una esencia que perduró en toda su obra. "Tal esencia se refiere básicamente a una pura intuición acerca de la presencia de energías en la naturaleza que poseen un margen de comportamiento infinito, que va desde lo más leve y sutil hasta una potencia casi feroz."
En su taller hay banquitos y banquetas, pinceles con marcas de uso, y música variada: Astor Piazzolla, Nana Mouskouri, Sabina, Caetano Veloso, Jorge Drexler. Está su viejo caballete de madera oscura. Es el mismo que estaba donde pasó parte de la infancia, el Palacio Sans Souci, en San Fernando, que era de los Alvear, la familia de su madre. Esa raigambre le dio la incómoda tarea de demostrar que no era una señora en su pasatiempo, sino una pintora incansable que ya nadie discute. "No reniego más", sonríe. El caballete le trae otra imagen mental: el garaje de su casa de Martínez donde trabajaba sobre una alfombra para que sus hijos gatearan alrededor. Y el amigo de toda la vida, Clorindo Testa, sentado en el sillón chester donde Josefina está ahora. "Cloro no hablaba una palabra en toda la visita. Yo le decía que nos juntáramos a callarnos." En un recorte de revista se ve la casa que le diseñó, La Celeste, que fue punto de encuentro para una generación de creadores.
Ya no frecuenta vernissages. "Me es más difícil moverme de un lado a otro. No sé por qué." Pero sí fue a ver la muestra que Malba dedicó a su amigo Rogelio Polesello. Otro gran amigo es el orfebre Carlos Pallarols, también vecino, que está tomando con ella clases de pintura. "Toda la vida trabajó en gris plata, y el gris necesita una complicidad", explica Robirosa.
En el departamento contiguo tiene obras de toda su vida, donde las constantes son la energía y la naturaleza. En su trayectoria pasó por períodos de planos superpuestos y simetrías, cuadrículas y progresiones, se sumergió en larga etapa de árboles y bosques, y volvió a una geometría mística, con figuras. Hay una serie de 1982 que es homenaje a Luis Felipe Noé. "Yuyo siempre dice que la pintura es línea. Pero yo pienso que es luces y sombras, y por eso hice estos árboles que están hechos de matices." Hay al lado un dibujo que le hizo Noé, donde una figura pinta con una mano y toca el piano con la otra. "Para Josefina, música y letras", le dedicó.
"El arte despierta nuestra percepción de la realidad en la acepción más profunda y más vasta que podemos imaginar. Es para mí un lenguaje que permite iniciar un viaje", se lee en otro papel amarillento. La búsqueda espiritual ha sido una constante. Ahora sorprende con una pintura del Papa. "Fue rarísimo, yo tenía un fondo, como siempre. Y cuando nombraron a Francisco, lo pinté. Estoy abierta a todo." Con ojos pícaros mete la mano debajo de la mesa ratona y saca un libro de astrología. El señalador está en Géminis, y Robirosa se ríe a carcajadas: "Tengo un escepticismo...".
"Es tan larga mi vida... ¡tan larga! Empecé muy joven. A los 17 años me casé. A los 19 ya tenía a mis dos hijos...", suspira. Encuentra poemas escritos en las tardes en que la dejaban ir al río con amigos y se le agolpaban las pasiones. O quizás estos versos fueron dedicados a alguno de sus dos maridos, el sociólogo José Enrique Miguens y el escultor Jorge Michel: Quiero como el agua/ como la inquietud/ y la paz/ y un incendio. / Quiero como la fruta / al sol, hinchada./ Quiero como si bajo mis dedos/ tuviera la piel del mundo/ con las manos rotas / los ojos mojados [...]. "Ese amor todavía no llegó", resuelve. Robirosa sobrelleva con humor las lagunas de los recuerdos que la desconciertan. En su risa, en su mirada, hay inteligencia aun para olvidar.
De la chica del Di Tella a hoy
Josefina Robirosa
Artista
Edad: 83 años
Origen: Argentina
- Empezó a exponer en 1957, después de estudiar con Héctor Basaldúa y Elisabeth von Rendell. Integró la vanguardia del Instituto Di Tella. Realizó murales en edificios públicos, en dos estaciones de subte en Buenos Aires y en la Estación Argentina del Metro en París. Sus obras figuran en el MNBA, el Mamba y varias colecciones del extranjero
- Robirosa será homenajeada en la feria Arte Espacio (www.artespaciosanisidro.com.ar), que se iniciará el próximo jueves en el Hipódromo de San Isidro
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