Josefina Licitra: "No me estoy entrenando para hacer una novela"
La autora de El agua mala descarta que el género de crónica, en el que se maneja con amplia soltura, sea el ensayo previo para escribir ficción
Cree que las crónicas contemporáneas podrán cumplir una función histórica dentro de no menos de 100 años. Josefina Licitra acaba de publicar El agua mala (Aguilar), un libro de crónicas en las que narra el sufrimiento de los habitantes de Epecuén que hace 29 años perdieron todo en una semana y siguen viviendo angustiados como el primer día. Para oxigenarse del esfuerzo de tres meses intensos de escritura, se refugia en novelas, en películas e incursiona en una nueva narrativa, la poesía.
No sabía que existía Epecuén. Más allá de la gente, la historia me generó una gran sorpresa. No sabía que existía Epecuén, surgió de casualidad haciendo una crónica para la revista Orsai y cuando vi el lugar me pareció sobrecogedor, abrumador, impactante. Aunque sucedió hace 29 años, la gente se pone a llorar como si le hubiera pasado la semana pasada. Supongo que tiene que ver con lo violento que fue todo. Las casas se perdieron de una semana para la otra. El Estado no tuvo herramientas para sostener ni económicamente ni simbólicamente a esa población. No les dieron las casas y no les dieron asistencia psicológica. Es gente de pueblo que, con lo que podía, tuvo que resolver su tragedia y está absolutamente lastimada y de modo definitivo. Lo que le quede de vida lo va a llevar adelante en estado de dolor.
El agua mala no es sólo el problema de Epecuén. Cuando escribí el libro, Buenos Aires se inundó por lo menos dos veces gravemente. La Plata quedó bajo el agua, Luján también. Pienso en eso, en que el tema tenga una relevancia que va más allá de mí y que le hable a la mayor cantidad de gente posible. La única función que se me ocurre es que construyo una linterna para iluminar el tema de otra manera.
Nuevo periodismo es un rótulo de la década del 60. Creo que referirnos con el genérico de crónica es una forma de cambiar de nombre. Ya nadie habla de nuevo periodismo, más allá de que es un rótulo que identifica una práctica particular. Creo que ya naturalmente se está desplazando porque a todos nos da pudor decir "hago nuevo periodismo", que es lo mismo que hacía Capote... La misma palabra hace ruido, es un poco incómoda. Estas cosas no tienen que decidirse de modo protocolar. No se puede decir que a partir de ahora no se hablará más de nuevo periodismo. Pero en lo cotidiano, los periodistas que hacen crónicas dicen que hacen crónicas no que hacen nuevo periodismo.
La crónica no es la antesala de la novela de ficción. Hay quienes piensan que la crónica es un paso intermedio para llegar a la novela de ficción. Yo no lo veo así y tampoco sé si llegué al máximo de mis posibilidades. Nadie sabe si llegó al máximo de sus posibilidades. Si en algún momento me surge una novela de ficción será fantástico. Pero no estoy aspirando ni me estoy entrenando para hacer una novela. En esta instancia del ejercicio de la escritura me gustaría ver si puedo despegar de lo verificable, que es en lo que yo trabajo. Pero más me interesa hacer poesía.
La buena literatura de ficción o no ficción ayuda a pensar el lenguaje. No pienso que la novela me dé algo que una buena crónica no me da. Pero es cierto que a veces hay como un trabajo del efecto realidad que es cómo hacer para hacerte creer que ese personaje existe. Me parece superinteresante. El autor de ficción tiene que dar pruebas para armar su personaje de que ese personaje es una posibilidad y que vive dentro de una historia.
Mi límite es lo freak, lo morboso. Una cosa es el tratamiento que se le da a un tema y otra cosa es la fascinación por lo marginal. A eso trato de escaparle bastante y es cuando pienso en un relato morboso. Mirá el pibe chorro... mirá cómo se vive en los márgenes... mirá el que toma paco... Mostrar por mostrar. ¿Qué iluminás de eso? Cuando no tenía Netflix y veía televisión, veía programas que mostraban el submundo del paco, con entrevistas con caras pixeladas a pibes chorros, que contaban cómo robaban. ¿Esto para qué lo contás? Para nada. Es un estado de postración permanente que no sabés para dónde va. En eso pienso cuando pienso en morbo.
Soy bastante eficaz trabajando con poco tiempo. El tiempo no me resulta un problema. Necesito y funciono bien en plazos cortos. El agua mala lo escribí en dos meses y medio, casi en tres. No me ufano, pero funciono así y lamento funcionar así. No la pasé bien en esos tres meses. Estuve absolutamente tomada y alterada demasiadas horas por día. Tampoco soy una talibán de los textos largos. Creo que cada realidad tiene una medida intrínseca y hay que negociar con el editor. No siento que me rebanan literatura cuando me piden que escriba un texto más corto.
Les escapo a los temas vinculados con niños. Desde que tengo un hijo, me resulta imposible procesar una historia trágica en la que haya chicos involucrados. En los últimos años, cuando elegí un tema terminó siendo sobre algún tipo de dolor social. No siento que ésos sean mis temas, pero me terminan conmoviendo las historias que muestran algún tipo de cuerpo social no suturado del todo, que se abrió, que está herido y que no está cerrando.
Josefina Licitra, 1975
Periodista y narradora, aunque nació en La Plata en 1975, se siente y se define porteña. Y es lógico el sentimiento: se mudó de la capital bonaerense a los 3 años. Autora de Los imprudentes. Historia de la adolescencia gay lésbica en Argentina, y de Los otros. Una historia del conurbano bonaerense, escribe también para revistas de Italia, México, Chile y Brasil.