Josefina Delgado. “Debo confesar que fui a un par de clases de Borges en la facultad y me aburrí”
Personalidad destacada de la cultura, será distinguida en la Legislatura; su paso por la gestión porteña, su amistad con Donoso, la relación con el autor del “El Aleph” y un diagnóstico sobre las políticas públicas y la literatura argentina de hoy
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Escritora, profesora egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, editora, traductora, promotora de la lectura, lectora inquieta y funcionaria en varias ocasiones a partir del retorno de la democracia en 1983, Josefina Delgado (Buenos Aires, 1942) será distinguida en la Legislatura porteña como personalidad destacada de la cultura. A los ochenta años, continúa tan activa como siempre: lee y recomienda libros sin descanso, asiste a conferencias, muestras y festivales literarios, interviene en debates y da cursos de literatura contemporánea en instituciones como el Museo de Arte Popular José Hernández -donde tuvo lugar esta entrevista con LA NACION y donde, a partir del mes próximo, coordinará un taller de lectura de la obra del recientemente fallecido escritor español Javier Marías- y la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes. “La Pepita”, como la llamaba su amigo, el escritor chileno José Donoso, es parte de la memoria viva de la cultura argentina.
Delgado desempeñó varios cargos públicos. De 1986 a 1989, y de 1996 a 2000 dirigió las Bibliotecas de la ciudad y de 2001 a 2002 fue subdirectora de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM), con Francisco Delich como director. Durante ese periodo se impulsó la catalogación del fondo histórico y se creó la página web de la BNMM. De 2003 a 2007, convocada por Kive Staiff, dirigió el Centro de Documentación de Teatro y Danza del Complejo Teatral de Buenos Aires. “Fueron los años más felices de mi gestión -recuerda-. Kive fue un caballero de la cultura y una persona muy generosa”. En 2007 fue designada subsecretaria de Cultura de Buenos Aires.
Por su experiencia y conocimiento en el área, Delgado sigue siendo consultada por funcionarios. Por iniciativa del legislador Ariel Álvarez Palma, fue declarada personalidad destacada de la cultura en 2021; por fin tras las cuarentenas pandémicas y el invierno porteño, el próximo lunes, a las 17.30, tendrá lugar el merecido homenaje a la autora de Memorias imperfectas en el Salón Dorado de la Legislatura (Perú 160). “Es muy halagador y al mismo tiempo me da “cosa” ser el eje de algo, no sé si llamarlo timidez porque no soy tímida, pero sí me abruma un poco. Es muy lindo porque voy a tener reunida y cerca de mí a gente a la que quiero mucho”, dice sobre el reconocimiento. Su amiga, la escritora Silvia Plager, fue elegida como oradora del acto.
-Se puede decir que gran parte de tu vida estuvo y está dedicada a la cultura.
-Toda mi vida, porque la gestión pública fueron hitos, pero en el momento en que no estaba en la gestión trabajaba en editoriales, daba clases, o en investigación, o escribía para diarios. Mi debut en la gestión pública fue en 1986, con Eduardo Belgrano Rawson, luego él se va y quedo yo como directora de Bibliotecas. Para mí fue genial, aunque encontramos las bibliotecas totalmente abandonadas, incluso con patrimonio arruinado. La Biblioteca Miguel Cané, por ejemplo, tenía en su sótano libros destruidos y apilados producto de las inundaciones. Ahí empecé a hacer un trabajo lenta y sostenidamente, abriendo las bibliotecas a la gente no solo para la consulta y el préstamo de libros sino también para actividades que atrajeran y fomentaran la lectura. Luego me vine a trabajar a la biblioteca del Museo Hernández. Y volví a Bibliotecas del 96 al 2000, durante el gobierno de Fernando de la Rúa en la ciudad. En esa época teníamos más presupuesto, más presencia; los directores generales íbamos a la Legislatura a pelear por nuestro presupuesto. Me acuerdo fascinada cómo nos daban los fondos prácticamente sin escucharme, por la aprobación que tenía lo que venía haciendo y lo que proponía. Inauguramos nuevas bibliotecas, bibliotecas infantiles, la Casa de la Lectura.
-¿Se sostienen las políticas culturales?
-Es muy difícil mantener las líneas de trabajo porque, y esto lo digo como se usa decir ahora, con todo respeto, en general los funcionarios que reemplazan a otros aún siendo del mismo origen político creen que lo más importante es innovar. De algún modo aprendí que uno llega a un lugar y hay que decir “vamos a ver qué onda”. Visitar, recorrer, conocer a la gente, interiorizarse de los proyectos que están en desarrollo, y ahí sostener lo que se esté haciendo bien y plantear nuevas líneas de trabajo; porque desde luego a todo el mundo le gusta proponer nuevas ideas. Las bibliotecas públicas deben tener un patrimonio recreativo, de lectura abierta a los distintos géneros literarios, y no ser solo un lugar de estudio, porque para eso están las bibliotecas escolares y universitarias.
-¿Notás que en el ámbito de la cultura los nuevos funcionarios no valoran lo que se hizo previamente?
-Creo que sí, y no por una cuestión personal, sino porque no hay un hábito de memoria. Muchas veces pienso “bueno, me hubieras preguntado, yo te lo decía, fui yo la que lo armé”.
"Es muy importante entender que la Biblioteca Nacional no es una biblioteca estudiantil ni el centro cultural de una ideología política. Es la biblioteca que preserva el patrimonio."
-Luego fuiste subdirectora de la Biblioteca Nacional.
-Exacto, en 2000 y 2001 con Francisco Delich. Esa experiencia fue muy buena; en realidad, la directora iba a ser yo, pero el presidente De la Rúa pensó que se necesitaba, yo por un lado digo un varón, aunque él no lo dijo en esos términos, alguien muy preparado para manejar el problema gremial. Francisco tenía gran formación y capacitación, y acepté porque me pareció bien Delich. Él había sido el primer rector de la Universidad de Buenos Aires con la vuelta de la democracia en el 83. Nos llevamos rebién, él dejaba en mis manos todo lo que tenía que ver con lo estrictamente bibliotecológico porque era yo quien sabía manejarlo.
-Pasado el tiempo, ¿qué déficits ves en la Biblioteca Nacional?
-Muchos. Es muy importante entender que la Biblioteca Nacional no es una biblioteca estudiantil ni el centro cultural de una ideología política. Es la biblioteca que preserva el patrimonio: todo lo publicado en la Argentina y todo lo publicado sobre la Argentina en otros países. Una cosa que es muy importante y que en general se descuida en todos los ámbitos es el catálogo central. En nuestra gestión empezamos a hacer el catálogo informático. Otra de las cosas que se ha perdido en las bibliotecas es la figura del referencista, una persona a la que se le consultaba y te orientaba; si bien hoy es mucho más sencillo hacer eso con el desarrollo informático, el rol del referencista es otro, más profundo. Se ha dejado de lado la actualización de lo que sería una catalogación refinada. Se va perdiendo la información y es complicado recuperarla si no se ingresa al catálogo con las especificaciones correspondientes. La mejor directora que tuvo la institución en estos últimos años, la más preparada, fue Elsa Barber.
-¿Cómo es en tu opinión la relación de las dos grandes fuerzas políticas con la cultura?
-En este momento, la consigna debería ser no politizar, y es muy importante que los funcionarios tengan la formación necesaria como para desarrollar un proyecto en etapas, de corto, mediano y largo plazo; eso para mí es fundamental. No lo veo del lado de ninguna de las dos fuerzas políticas principales. Y cuando digo formación me refiero no solamente a que tengas un título universitario apto, terciario o lo que sea, sino que además seas una persona vinculada con la cultura de verdad.
-Trabajaste en el legendario Centro Editor de América Latina.
-De 1965 a 1973; entré como dactilógrafa cuando era estudiante de Letras, después dirigí la colección La Historia Popular, unos libros cuadrados a dos columnas con cuadernillos de fotos. Ahí aprendí un montón. Traduje La educación sentimental, de Gustave Flaubert, escribí prólogos. Era un proyecto cultural masivo y la consigna de “más libros para más” se podía cumplir perfectamente. Lo que aprendí fue el rigor de trabajar con fechas de entrega, manejar el presupuesto. Después hubo muchos episodios de amenazas, en momentos de dictadura, por parte de quienes nos acusaban de que éramos comunistas. Boris Spivacow, que tenía su genio, me despidió, vamos a decir, porque yo empecé a tener una personalidad donde a mí me gustaba decidir cosas, consultarlas pero yo sabía qué había que hacer, y me había comprometido a publicar un libro de alguien que era un experto en determinado tema, pero que era filoperonista y Boris no quería, y a mí eso no me gustaba. Entonces ahí me acuerdo que me llamó y me dijo: “Chiquita, bueno, esto no, no vamos a seguir”. Él quería que yo lo convenciera, y no quise, me acuerdo que me fui al baño a llorar, pero pensé “de acá me voy”.
-¿Y a Jorge Luis Borges cuándo lo conociste?
-A Borges uno lo veía porque iba a la Facultad de Filosofía y Letras, pero debo confesar que fui a un par de clases de literatura inglesa y me aburrí. Era lento, despacioso, esa manera de hablar, daba vueltas, se iba por las ramas, y yo estaba en otra. Me aburrí, la di libre y en el examen me saqué diez porque Borges era hipergeneroso, fueras quien fueras.
-Pero la relación con él continuó.
-Alberto Vanasco fue quien me propuso para Círculo de Lectores, donde necesitaban a una persona que fuera a trabajar con Borges todas las mañanas para un prólogo de una selección de obras de Shakespeare.
"Me decía, riéndose, “¿Qué se propone hacer usted conmigo?”, que es una cosa muy simpática, para los que piensan que Borges es una especie de monstruo de la derecha argentina. Nada que ver. Poco a poco fuimos haciéndonos amigos."
-Cuando trabajabas con él, ¿le contaste que te habías ido de sus clases?
-Totalmente. Al principio era una relación de mi parte al menos muy formal. Él también era formal, obviamente, pero tenía una especie de coquetería muy simpática. Esto era en 1980; de pronto un día llamaba y decía: “¿Usted puede venir ahora?”. Y me tomaba un taxi e iba. Decía, riéndose, “¿Qué se propone hacer usted conmigo?”, que es una cosa muy simpática, para los que piensan que Borges es una especie de monstruo de la derecha argentina. Nada que ver. Poco a poco fuimos haciéndonos amigos. Nos divertíamos; de 10 a 14 se trabajaba, después bajábamos a almorzar a un restaurante a la vuelta de su casa, sobre Marcelo T. de Alvear, caminando del brazo. Una vez, en plena hiperinflación no declarada, hubo que pagar el almuerzo y cuando nos dijeron una cifra rarísima le pregunté si pagábamos a medias. “Usted se ha vuelto totalmente loca”, me dijo, porque quería pagar todo él, como un caballero.
-Y después integraste con Borges el jurado del concurso de cuentos de Círculo de Lectores.
-Él, Pepe Donoso, Jorge Lafforgue, Enrique Pezzoni y yo éramos los jurados. En ese concurso el que ganó el premio, que era muy importante porque eran cinco mil dólares, fue Carlos Gardini. Un cuento sobre la guerra de Malvinas muy bueno. Cuando yo se lo leí… Leerle los cuentos a Borges fue maravilloso. Le leí los sesenta cuentos que habíamos preseleccionado de los mil quinientos que habían llegado.
-Donoso fue un gran amigo tuyo.
-Fuimos muy, muy amigos. Tengo un libro de conversaciones con él que nunca logré publicar. ¿Rarísimo, no? Se lo hizo responsable del suicidio de su hija [Pilar Donoso] y su obra dejó de leerse como merece; es uno de los escritores latinoamericanos más importantes. Nos hicimos amigos porque él amaba Buenos Aires y yo era una especie de novia, la persona con la que él se entendía muy bien y que lo llevaba a pasear por lugares de la ciudad que no había visto en su vida. En 1990 publicó una nouvelle, Taratuta, en la que aparezco como personaje.
-¿Cómo llegaste a la publicación de tus propios trabajos: la biografía de Alfonsina Storni, la de Salvadora Medina Onrubia y Memorias imperfectas?
-Había escrito y publicado mucho en revistas de investigación, como Cuadernos Hispanoamericanos, más académicas. Alfonsina surgió de un almuerzo en el estudio de Félix Luna, en la calle San Martín; él organizaba pequeños almuerzos de mujeres porque decía que como había crecido entre hermanas se llevaba mejor con las mujeres. Estábamos un día ahí y él dijo que sería bueno hacer una colección de biografías de mujeres argentinas, y yo salté y dije “Yo hago Alfonsina”. ¿Por qué? Para mí Alfonsina era una figura muy importante porque había sido alumna desde la primaria de Rita Victoria, la hija de Marcos Victoria, el psiquiatra de Alfonsina. Pero yo eso no lo sabía en ese momento. Estábamos en la escuela primaria, once, doce años, y la maestra nos dio a aprender de memoria, “Voy a dormir”, el último poema a de Alfonsina. Siempre digo que a ella la hubieran cancelado por incitación al suicidio a chicas de primaria. Por suerte era otra época. Ese libro salió primero salió en Planeta con Juan Forn como editor, y luego pasé a Random con la biografía de Salvadora, a quien yo tenía muy presente porque en la Biblioteca Nacional habíamos digitalizado el diario Crítica. Ese es un trabajo más novelado, escrito a partir de datos ciertos. Memorias imperfectas fue un trabajo con Florencia Cambariere como editora, que me pidió que dejara el rol de testigo y me metiera más en las historias.
-¿Ahora qué estás escribiendo?
-Escribo algo que llamo la “novela postergada”, es una ficción con base real, la historia de una tía mía que se fue a Marruecos detrás del amor de su vida y que engañó a su familia para hacerlo. Y están las cartas que tengo con muchos escritores y amigos, y gente de la cultura como Julio Cortázar, y mis cuadernos, de distintas épocas. Desde el renacer de la democracia llevo una especie de diario que dura varios años, y tengo otro donde un personaje muy importante es mi amigo el poeta Alberto Szpunberg.
-¿Creés que este es un buen momento de la literatura argentina?
-Sí, me gustan mucho los libros de Samanta Schweblin, Mariana Enriquez, Selva Almada, Betina González. Debería hacerse más comunicación de los escritores argentinos, más charlas, más encuentros con la gente. Mis reparos son que algunos autores se cierran mucho en un tema. A veces uno lee a otros novelistas latinoamericanos actualísimos y se advierte que están más abiertos al mundo; acá veo una especie de cerrazón casi barrial, como un costumbrismo mediocre.
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