José Nun: un caballero de la cultura obsesionado por la democracia
José Nun, “Pepe”, fue muchas cosas, muchas más de las que podrían reflejar estas líneas. Fue un intelectual de fuste, un “caballero de la cultura” –como lo definió el historiador Roy Hora–, un orador exquisito, un lector curioso, un agudo analista de la realidad política y un maestro entrañable para generaciones enteras de cientistas sociales. Sus alumnos y discípulos reconocieron en él no sólo la originalidad de sus aportes vinculados al estudio de la democracia, al capitalismo, al desarrollo y a la marginalidad sino un estilo pedagógico que le permitía abordar cuestiones complejas con absoluta claridad y magnetismo.
Nacido en la Argentina en 1934, Nun se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires, realizó una especialización en problemas del Desarrollo Económico en la Facultad de Ciencias Económicas y en 1964 terminó sus estudios de posgrado en el Institut d’Etudes Politiques (Francia). Durante sus años de formación en Francia, fue alumno de Raymond Aron y Henri Lefebvre y Alaine Touraine. Su itinerario incluye una larga etapa en Toronto (Canadá) y México, en donde pasó su exilio y ejerció la docencia universitaria.
Con el regreso de la democracia, y ya reinstalado en la Argentina, Nun participó de todos los debates que atravesaron el campo intelectual de la izquierda y que se condensaron en el Club de Cultura Socialista y publicaciones como Punto de Vista, entre otras. También fundó el centro de investigación CLADE y destinó sus esfuerzos en analizar los desafíos y las restricciones de la transición democrática en la Argentina y la región. Tenía plena conciencia de la envergadura de una tarea difícil pero no imposible: que su país tuviera una verdadera democracia, una democracia plena que no se limitara al voto popular. No era, no es suficiente para Pepe: la democracia supone el respeto por la división de poderes, la lucha contra la desigualdad, la reducción de la pobreza y los límites institucionales para gobernantes con tentaciones autoritarias. Hasta ayer nomás decía que todavía no había una verdadera democracia en la Argentina y se encargaba de marcar –lo hizo en muchas de las entrevistas que dio en estos últimos tiempo– el largo y escarpado camino que todavía debíamos recorrer.
En 1992 fundó y dirigió el Instituto de Altos Estudios Universitarios de la Fundación Banco Patricios –que funcionaba en Callao y Sarmiento– y por esas aulas pasaron los más destacados docentes de la Argentina y del exterior, pero, además, procuró acercarles a los alumnos las voces protagónicas de la agitada vida política argentina. Quiso, se propuso con obstinación, que los alumnos recibieran teoría y praxis, conceptos, pero que también se asomaran a la “real politik”. Por eso, un día se podía escuchar al politólogo Guillermo O’Donnell, en uno de sus breves pero recurrentes viajes a Buenos Aires, y otro a Roberto Lavagna, por ese entonces un importante referente en Economía, que aún no había participado en el gran ajedrez de la política.
Seis años después del cierre del banco se desempeñó como director del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. Durante dos décadas fue investigador del Conicet (entre 1985 y 2003) y llegó a la categoría de Investigador Superior. Escribió, entre varios libros, Marginalidad y exclusión social, El sentido común y la política y Democracia: ¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?
Como muchos, la llegada de Néstor Kirchner al poder lo sedujo y lo ilusionó. Corrían los tiempos de la “transversalidad” y con ellos la invitación presidencial a ocupar la Secretaría de Cultura de la Nación. Desde ese lugar, creó el programa Libros y Casas, en el que cada familia de bajos recursos recibía una biblioteca con decenas de títulos imprescindibles, libros que Nun consideraba “una ventana a una vida mejor”. Promovió charlas y debates en distintos lugares del país, creó la Casa del Bicentenario, impulsó los Debates de Mayo y los Foros del Bicentenario. Una iniciativa personal de la que Pepe se sentía especialmente orgulloso y que defendía cada vez que se lo apuntaba como parte de un gobierno que había intervenido el INDEC era el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA), un relevamiento estadístico que le permitía tener un diagnóstico preciso de su área.
Sin embargo, tiempo después, y cuando aumentaron las diferencias con la entonces presidenta Cristina Kirchner, dejó su cargo. Fue un crítico furibundo del kirchnerismo y también de la gestión de Mauricio Macri.
Pero Nun no sólo se movía entre aulas y papers, también concentró esfuerzos en la tarea de divulgación: dirigió la colección Claves para todos (Editorial Intelectual) y condujo en Radio Nacional su propio programa: Tenemos que hablar. Disfrutó de ese ritual con entusiasmo juvenil. En ese espacio se escucharon las voces de personalidades de las más variadas disciplinas: José Emilio Burucúa, Esteban “Bebe” Righi, Carlos Altamirano, Roberto Russell, Maristella Svampa, Fernando Devoto, José Carlos Chiaramonte, Liliana Heker, Roberto Gargarella, Oscar Oslak, Pablo Semán y muchos otros. Su curiosidad era infinita.
A mediados de diciembre se estaba recuperando de una intervención quirúrgica. Entre sus lecturas en estos últimos tiempos se encontraban los libros del francés Emmanuel Carrère y estaba maravillado con El Reino. Seguía el día a día de la política argentina con preocupación y bastaba una charla telefónica de unos pocos minutos para encontrar una mirada distintiva de sobre los problemas recurrentes.
Gentil, educado, con la caballerosidad de otras épocas y con la vanidad de los que saben que saben, Pepe tenía además un filoso sentido del humor. Solía empezar sus clases con algún chiste o anécdota. Nada era casual. Aquella provocación inicial le servía para hilvanar una clase magistral que mantenía en vilo al auditorio. Hasta que él terminaba y el hechizo, indefectiblemente, se rompía.