José Claudio Escribano: la historia del hombre, de un diario y de una época
En la biografía “Escribano. 60 años de periodismo y de poder en LA NACION, el gran editor cuenta, con valentía y agudeza, detalles de la Redacción y no elude temas políticos muy sensibles
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Cada martes, a las 9.30 de la mañana, en un piso 14 de la avenida Callao, se repetía el mismo rito. El anfitrión esperaba impecablemente vestido y peinado a sus dos habituales visitantes, dispuesto a contestarles cualquier pregunta, aun las más atrevidas e íntimas, durante dos horas o más.
Los aguardaba con una invariable bandeja lista con tres vasos y tres tacitas, un termo de café y un budín cortado en pequeños trozos. Los tres subían entonces por una escalerita caracol, zigzagueando distintas pilas de libros que esperaban allí el momento en el que el dueño de casa les echaría un vistazo o los leería, hacia el altillo donde la memoria de ese hombre se desataba.
Los visitantes aseguran que esa curiosa dinámica se repitió calcada durante dos años, con algunas lógicas interrupciones (la última por el Covid que contrajo y que hizo temer por su vida, aunque ya se recuperó). El anfitrión precisa que fueron dos años y ocho meses. Ellos contabilizan 45 encuentros; él, no menos de 60. Y no solo eso: entremedio hubo 40 biblioratos que revisar, repletos de memos internos, recortes, cartas y hasta no pocas amenazas. Y también decenas de personas a entrevistar.
Tamaño esfuerzo ha quedado plasmado en las 471 intensas páginas del libro Escribano. 60 años de periodismo y poder en LA NACION, que en estos días llega a las librerías gracias a la editorial Planeta.
El personaje central de esta historia, el doctor José Claudio Escribano, el hombre que manejó con pulso firme durante varias décadas la Redacción de este diario, y sus sistemáticos visitantes, Encarnación Ezcurra y Hugo Caligaris, se entregaron a una conversación sin restricciones que, según el primero, dejó material pendiente como para hacer un libro más.
“Jamás nos preguntó que escribiríamos -revelan los autores-. Ni siquiera quiso revisar el resumen que hicimos de sus carpetas, aunque no recordara que había en ellas.”
Tal era la incógnita de lo que habían escrito que Escribano no pudo esperar que le llegara el ejemplar de cortesía y se lanzó a buscarlo a una librería. Este fin de semana, tras dos días y medio de lectura incesante, lo terminó y confirmó lo que tanto quería evitar: que el libro que lo retrata no fuera apologético.
Los autores se tomaron tan en serio esa consigna que avanzaron implacables sobre la biografía del gran editor, con el plus previo de haberlo conocido día a día cuando trabajaban en LA NACION. Caligaris fue jefe de varias secciones y Encarnación estuvo 15 años en el diario. Escribano le había estado dando vueltas un par de veces a la idea de una autobiografía, pero por distintas razones nunca pudo avanzar. Cuando apareció la hija de su querido amigo Ignacio Ezcurra -el enviado especial de LA NACION que en 1968 perdió la vida cuando cubría la guerra de Vietnam-, con la propuesta de escribirla, no dudó ni un segundo.
“Habíamos aprendido de él y también muchas veces lo habíamos sufrido -cuentan en el libro-, porque fue nuestro jefe, y podía ser un jefe exigente y molesto.”
Una sensación muy similar a la de tantos periodistas que trabajamos bajo sus órdenes, mezclada con inevitable admiración. No es para menos: mientras Escribano fue amo y señor de miles de ediciones de este matutino, su implacable ojo de editor estaba siempre atento desde los títulos de primera plana hasta los detalles nimios de páginas interiores.
Sin prodigarse en la vidriera pública como Bernardo Neustadt, Jacobo Timerman o Jorge Lanata, prácticamente desconocido para el gran público, en cambio presidentes, comandantes militares, poderosos empresarios y otros tantos influyentes del círculo rojo reconocían el estilo de “jce” (sus iniciales, así en minúscula, con que rubricaba las notitas que esparcía por los escritorios de jefes y redactores para advertirles sobre tal o cual cosa) aun cuando durante mucho tiempo ni siquiera firmara sus artículos.
“El hombre” o “Factor Estresante”, como todavía apodan a Escribano a sus espaldas los periodistas más veteranos, era una figura imponente que se hacía respetar sin jamás tener que levantar la voz. “Era” porque, aunque sigue concurriendo al diario, escribe y forma parte del directorio de la nacion, no pisó más la Redacción al cumplir en ella 50 años y un día, el 6 de marzo de 2006, tras una inolvidable última reunión de tapa presidida por él. Impresionó ver a ese personaje tan majestuoso quebrarse de emoción por esa etapa que se cerraba en su vida. Y ser despedido por su Redacción como un rockstar.
El ameno libro que traza el perfil de este periodista singular, que es también del diario que condujo, es audaz y valiente hacia adentro de LA NACION porque cuenta episodios muy incómodos hasta para sus dueños, y hacia afuera porque no evita temas de altísima sensibilidad como el periodismo que se hizo en tiempos de dictadura, el caso Papel Prensa y hasta el “backstage” del polémico artículo que en 2003 Escribano rubricó en tapa de LN y que tanto ofuscó al entonces presidente electo Néstor Kirchner. Tampoco deja afuera aspectos felices y no tanto de su vida personal. Los lectores con cultura cinéfila, detectarán sobre el final cierto aroma a El ciudadano, la película de Orson Welles, con algunos toques de Luchino Visconti.
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