Jorge Miño: pasajes a otra dimensión
El ascensor no funcionaba esa Nochebuena de 1938 que le cambió la vida a Jorge Luis Borges. Aunque ya no veía bien, tomó la escalera para buscar a la invitada que acababa de tocar el timbre. En el apuro golpeó su cabeza contra una ventana abierta, recién pintada. La herida se infectó hasta un punto casi letal, y las alucinaciones producidas por la septicemia tuvieron un efecto inesperado: tras la internación, el estilo del escritor daría un drástico giro con el nacimiento del célebre cuento "Pierre Menard, autor del Quijote".
Aquellas escaleras funcionaron como un pasaje para Borges, que recrearía el accidente en "El Sur", su cuento preferido. Así las considera también Jorge Miño, artista correntino que recurre a esa imagen una y otra vez desde que en 2006, varado durante horas en el aeropuerto de Heathrow, comenzó a sacar fotos de las escaleras mecánicas. "Quedé hipnotizado y no sabía cuáles bajaban y cuáles subían. Ahí me di cuenta de que la escalera no tiene dirección; nosotros las usamos para subir o bajar", dice Miño, autor de una instalación con fotografías de escaleras y espejos para la muestra Borges. Ficciones de un tiempo infinito, en el Centro Cultural Kirchner.
"El interés por las escaleras, pasillos, estructuras, pone en evidencia un punto de transición del que está mirando mi trabajo. Subir, bajar, ir y volver es unir en el transcurso los extremos que nos separan de un estado a otro", señalaba en una entrevista con Alicia de Arteaga hace cinco años. Su afán por explorar soportes lo llevó entonces a imprimir imágenes tridimensionales de escaleras dentro de bloques de cristal, como las que ahora exhibe en la Bienal de Curitiba.
Había pasado una década desde aquella muestra que lo cambió todo, en la fotogalería del Centro Cultural Rojas. "Fue un antes y un después. Alberto Goldenstein me tiró a un vacío en el que me tenía que hacer cargo de lo que tenía adentro", recuerda Miño en referencia a uno de sus grandes maestros, junto con Guillermo Kuitca –de quien fue asistente durante casi un cuarto de siglo– y Alejandro Kuropatwa, responsable de haberle enseñado a "experimentar las múltiples posibilidades de la fotografía".
Desde entonces se sucedieron las impresiones en gran formato sobre aluminio, vendidas en Pinta Miami; los calados en papel, tan sutiles como las piezas de seda que expone ahora en Brasil, y un libro de 250 páginas editado por KBB. En estos días suma el movimiento, gracias a la impresión lenticular, en las obras que integran en Ungallery su muestra Lo invisible. Un pasaje hacia ese vacío misterioso del que podríamos no regresar.
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