Jorge Luis Borges: las razones de un antiperonismo feroz
Las ideas políticas que Jorge Luis Borges manifestó a lo largo de una extensa vida fueron tan diversas como el universo contenido en aquella célebre esfera tornasolada de dos o tres centímetros de diámetro que él mismo imaginó: de juventud yrigoyenista a anarquista spenceriano, pasando por la afiliación al Partido Conservador, fueron verdaderamente pocas las pasiones ideológicas que mantuvo sin revisar. Una de ellas fue el pacifismo. La otra, un inconmovible antiperonismo.
A la hora de hablar sobre Juan Domingo Perón, Eva Duarte o el movimiento justicialista, Borges perdía toda modestia y moderación. Era brillante en sus epítetos, y no menos brutal. "Estoy contra el fascismo, el marxismo y el peronismo porque esos movimientos son formas del fanatismo y la estupidez". "El justicialismo es un remedo bastante pálido de Mussolini y de Hitler. Hitler se mató. Perón durante la revolución de 1955 estaba escondido". "El peronismo no tiene una idea y representa solamente un régimen de aprovechados".
Las citas se cuentan de a decenas, y las de arriba son de las más suaves, pero la tesis queda clara. Las que, a más de tres décadas de la muerte de Borges, no parecen debidamente estudiadas, son las razones de semejante encono. En el reciente Medio siglo con Borges, que acaba de publicar Mario Vargas Llosa, con los artículos y entrevistas que el Nobel peruano le dedicó al autor de "El Aleph", es el propio Borges el que declara que la política argentina no solo "le da tedio". Es peor: lo fastidia. Pero la corriente de antipatía por el peronismo permaneció al margen de esa tirria: se mantuvo tan viva como latente.
Entre mediados de la década del cuarenta y al menos hasta 1956 la mayoría de los artistas e intelectuales argentinos miraban al primer gobierno de Perón con una mezcla de rechazo y temor, probablemente debido a la manifiesta simpatía del peronismo con las fuerzas alemanas derrotadas en la Segunda Guerra Mundial, y a una creciente desconfianza con quien no manifestara lealtad absoluta a la figura personalista del nuevo líder. Todo aquello abonaba el antiperonismo de Borges, pero también el de Rodolfo Walsh, Julio Cortázar, Ezequiel Martínez Estrada y María Elena Walsh. Se sabe: la historia argentina no es pródiga en intelectuales peronistas.
Pero lo de Borges va más allá. Y hay al menos otras tres razones por las cuales el escritor más influyente del siglo XX despreció con toda sus fuerzas a la manifestación política más argentina de su tiempo. Para empezar, Borges veía en Perón una reencarnación de Juan Manuel de Rosas, aquel "tirano" al que le dedicara un temprano poema y al que la familia de su madre despreciaba desde mediados del siglo XIX. "Perón fue un enojo, un tormento que duró diez años. Fue una especie de segundo Rosas, otra calamidad". A su favor hay que decir que no fue el único que trazó aquella analogía.
Pero hay otras dos razones más concretas que explican aquel fustigamiento, consignado sin ambages en un cuento escrito en 1947 a cuatro manos junto a Adolfo Bioy Casares ("La fiesta del monstruo"), y que se ha ganado el derecho a ocupar el trono del relato más racista de la literatura argentina. La primera de ellas, que el peronismo había sido no menos bestial con tres de las cuatro mujeres más importantes en la vida de Borges: Leonor Acevedo, su madre; Norah Borges, su hermana; y Victoria Ocampo, su mentora.
Su madre y su hermana habían participado el 8 de septiembre de 1948 en una manifestación en la calle Florida para cantar el Himno Nacional y vivar la Constitución, mientras arrojaban, de acuerdo a las crónicas de la época, volantes que llevaban impresas las iniciales RUL, por "Resistencia, unidad y libertad". Se entiende: resistencia a Perón, libertad de la llamada "dictadura". Casi todas mujeres, muchas de ellas fueron demoradas y acusadas de "escándalo en la vía pública". Norah, que tenía por entonces 45 años, fue llevada a la próxima Cárcel del Buen Pastor, en la calle Viamonte. Leonor Acevedo, que ya pasaba los 70, cumplió arresto domiciliario en el departamento que ocupaba con su hijo, a pocas cuadras, en Maipú al 900. Un policía vigiló desde entonces y al menos durante un mes la puerta de la casa de Borges.
Cinco años más tarde, en mayo de 1953, con un clima político ya enrarecido, tiempo después de que estallaran dos bombas en la Plaza de Mayo durante un acto de la CGT, Victoria Ocampo fue allanada y detenida en su residencia de Mar del Plata. Pasó veintiséis días también en la Cárcel del Buen Pastor donde había permanecido Norah Borges, en compañía de detenidas comunes. Al ser liberada luego de la presión de intelectuales de todo el mundo, solo atinó a decir: "Yo no he hecho nada, fuera de ser antiperonista". Ocampo fue, desde un primer momento, quien más apoyara la carrera literaria de Borges, en quien vio tempranamente a un genio, a través de su influencia y desde las páginas de la revista Sur. Y aunque nunca fueron lo que se dice amigos, Borges era consciente de la deuda que tenía con la mayor de las hermanas Ocampo.
Pero no solo a sus mentores y familiares tuvo en la mira el primer peronismo: sabiendo la importancia que aquel oscuro empleo en la biblioteca municipal Miguel Cané tenía para la economía de la familia Borges, más aún después de la muerte de su padre en 1938, apenas asumido el nuevo gobierno el escritor fue despedido, con magnífica ironía, al ser designado inspector de mercados de aves de corral. Él mismo lo narra en su "Autobiografía": "En 1946 subió al poder un presidente de cuyo nombre no quiero acordarme. Poco después fui honrado con la noticia de que había sido ascendido al cargo de inspector de aves y conejos en los mercados. Me presenté en la Municipalidad para preguntar a qué se debía ese nombramiento. ‘Bueno, usted fue partidario de los aliados durante la guerra. Entonces, ¿qué pretende?’. Esa afirmación era irrefutable, y al día siguiente presenté mi renuncia".
No sería la última vez que Borges perdiera un trabajo en manos del peronismo. Nombrado director de la Biblioteca Nacional por la Revolución Libertadora en 1955, al asumir nuevamente un gobierno peronista en 1973 la venganza llegó con puntualidad: luego de 18 años al frente de la institución, aquella vez lo invitaron no muy amablemente a jubilarse. Borges, que para 1973 ya había publicado los libros por los que era una celebridad literaria en todo el mundo, acepta resignado la fatal consecuencia de ser arrojado por la ventana debido a sus opiniones políticas. Ya lo había dejado bastante claro el propio Perón: a los amigos todo, pero a los enemigos ni justicia. Llegado el caso, tampoco trabajo. A pesar de que el empleado lleve por nombre Jorge Luis Borges, y sea el escritor más importante en lengua castellana del siglo XX.
Periodista y crítico literario; @maxitomas_
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