Fragmento de una entrevista publicada en LA NACION el 13 de septiembre de 1970.
En la vieja casona de la calle México, en San Telmo, mientras los lectores consultan los innumerables libros en el Salón de la Biblioteca Nacional, Borges se toma de nuestro brazo y nos invita a subir la escalera hasta su despacho. Nos pide que seamos breves, está impaciente por comenzar un trabajo literario… Atrás queda la mañana neblinosa, el bullicio de la calle que despierta la aventura del río; de tanto en tanto, se percibe desde su escritorio el vocerío de los hombres o el rechinar de los camiones de reparto de mercaderías. Borges se afana en contestar nuestras preguntas, a veces el ademán reemplaza la palabra, ese movimiento de la mano que es como la continuación de su pensar.
–Su padre era también poeta. Si él hubiera sido matemático o físico y le hubiera pedido que estudiara sus disciplinas, su hijo, usted, ¿estaría dentro de ese ordenamiento, como lo está en la literatura?
–Si mi padre hubiera sido matemático, yo hubiera sido distinto, de modo que considero que el hecho de que mi padre fue de algún modo un escritor tiene que explicarme a mí también. Es decir, en casa, siempre se entendió de un modo tácito, y quizá el modo tácito sea el más real, que yo tenía que cumplir, y realizar de algún modo el destino literario que le había sido negado a mi padre.
–Borges, ¿por qué su literatura es de concepción geométrica, platónica o acaso matemática?
–Creo que hay dos razones; ante todo hay la razón inexplicable de gusto y forma, y luego haber sentido desde que era muy joven que la literatura tendía a lo incoherente, tendía al caos, quizá esa sea la razón de la afición que, durante tanto tiempo, profesé por las ficciones policiales. El hecho de que las ficciones policiales comportan, como diría Lugones (la palabra no es demasiado hermosa), un principio, un medio y un fin, y eso es muy agradable: la idea de una forma.
En cuanto a enemigos no tengo noticias de ninguno, en todo caso han sido tan corteses que cuando me han atacado lo han hecho de un modo elogioso.
–¿Por qué, Borges, esa nostalgia romántica, valga lo de romántica, para un escritor de raíz ultraísta que tiene usted…?
–Olvidémonos del ultraísmo, que fue un percance.
–Borges, en todos sus artículos critica usted el libro Martín Fierro y en cambio exalta las obras de Ascasubi. ¿Por qué casi todas las ediciones de Martín Fierro llevan su prólogo?
–La cuestión es bastante compleja; yo creo que, estéticamente, el Martín Fierro es un gran libro, pero que moralmente es una obra baja…; el héroe es un personaje bastante desagradable, si admiramos a Martín Fierro no hay ninguna razón para que no admiremos a Moreira, Hormiga Negra, al Tigre del Quequén, a Calandria, salvo que estos últimos debieron más muertes y fueron posiblemente hombres menos quejosos y menos dolientes que Fierro; en cuanto a Ascasubi, creo que era moralmente una persona superior a Hernández, por lo pronto era unitario y no federal, y para mí esta división no es política, sino ética, y, además, Ascasubi tiene que haber conocido todos aquellos temas mucho mejor que Hernández, ya que Ascasubi fue soldado, ya que Ascasubi militó en el sitio de Montevideo, antes de la batalla de Ituzaingó, luego en las guerras civiles, y bueno, estuvo en las guerras, y Hernández creo que fue un individuo que más bien se documentó para esos temas. Pero, en fin, eso no importa; lo importante no son las experiencias, sino lo que uno hace con ellas, y posiblemente la descripción que nos da Hernández en la vida de las tolderías sea más vívida que la de Mansilla, que realmente estuvo.
–Borges, usted que domina el idioma inglés, lo afirman los críticos británicos; usted que ha dictado clases de inglés en Gran Bretaña y los Estados Unidos, ¿cómo es que nunca ha escrito una obra en inglés? Ni usted mismo ha traducido sus libros a ese idioma…
–Podría contestar que yo respeto demasiado el idioma inglés para intentar escribir en él; la verdad es que me he pasado la vida leyendo libros ingleses, que mi abuela materna, la que conversó con los indios allá en la frontera de Junín, era inglesa, pero no me creo digno del idioma inglés, en cambio mi destino es el idioma español.
–Borges, ¿de qué manera ha determinado los géneros literarios que usted practica, y ha omitido en cambio la novela que usted nunca ha escrito?
–Hay diversas razones para que yo no escriba una novela; una es que nunca he sido lector de novelas fuera digamos del Quijote; de las novelas de Conrad; de la novela de Kipling, Kim; de Flaubert. He leído muy pocas novelas, y además siento que en la novela siempre hay algo de ripio: en toda novela siempre hay algo que se escribe para justificar, como dicen en las imprentas; la obra, en cambio, un cuento puede no admitir ningún ripio; además, yo he sido siempre un lector de cuentos y aun en el caso de escritores que han cultivado los dos géneros, he preferido los cuentos. Por ejemplo, me gustan mucho los cuentos de Henry James, y en general no me gustan sus novelas, y aun cuando yo era joven, leía novelas porque pensaba que ese era mi deber. Recuerdo que sentía un gran entusiasmo al leer Crimen y castigo, de Dostoievsky, y al mismo tiempo hacía trampas y veía cuántas páginas faltaban para el fin, y luego seguía leyendo con entusiasmo.
–Borges, no vamos a hablar de ningún mensaje a la juventud…
–No, claro.
–Pero usted está rodeado a menudo por gente joven, ¿en qué medida comunica o recibe afinidad con esa juventud? ¿Se siente cerca de la juventud actual?
–Sí; por ejemplo, yo dicté mi curso de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y luego me indicaron la conveniencia de que me jubilara, y yo, cobrando solo mi jubilación, seguí dictando mi cátedra durante dos cuatrimestres hasta que me dijeron que eso era "trampa" y tuve que dejarla, y desde el año 1965 dicto el seminario de inglés antiguo y lo hago en mi casa, desde luego por el placer de hacerlo, y también porque me gusta estar rodeado de gente joven; quería decir otra cosa, quería decir que siempre que se habla de un escritor, digamos entrado en años como yo, y de gente joven, se supone que el mayor es el maestro, y no hay tal cosa, el hombre más viejo es el que aprende también. Y aquí quiero hablar de un amigo muy querido, Adolfo Bioy Casares, posiblemente 30 años nos separen, probablemente sea más o quizá menos, yo no me he dedicado a ese tipo de estadísticas, de cálculos, pero creo que yo he aprendido más de él que él de mí. Es decir, que esa relación magistral puede darse, digamos, entre personas de distinta edad y el maestro puede ser joven, pero lo más probable es que en toda amistad las influencias sean recíprocas, los dos enseñan.
–En su vida privada, ¿el otro Borges es tan seguro como el escritor?
–Es mucho más real que el escritor, el escritor corresponde a una zona bastante breve del otro, es una especie casi de caricatura, diría yo, del otro.
–Borges, usted que continuamente vive corrigiendo sus obras, ¿no cree que el exceso de perfeccionalismo las perjudica?
–No; si yo escribo algo, creo que tengo derecho a corregirlo un cuarto de hora después, ¿y por qué no un cuarto de siglo después?, además, como a mí no me gusta lo que yo escribo, trato de limarlo, y puedo decir otra cosa: cuando me propusieron en Emecé, por intermedio de José Edmundo Clemente, una edición de mis obras completas, yo acepté, y la razón que me llevó a aceptar fue no la inclusión de algún libro sino la omisión de otros, lo cual me recuerda aquella broma de Mark Twain, que dijo que una excelente biblioteca podía iniciarse omitiendo los libros de Jane Austen, y que aunque esa biblioteca no incluyera ningún otro libro, siempre sería superior a otra por no incluir los de Jane Austen.
–La mujer en su obra casi siempre tiene un papel trágico y nunca es feliz, por ejemplo, "Emma Zunz", "El muerto", "La intrusa", ¿cuál es la razón, si es que la hay?
–Yo quería adelantar que hay dos cuentos no trágicos de mujeres en mi reciente libro El informe de Brodie, y podría agregar una razón que puede parecer falsa pero que no lo es, y es que las mujeres han desempeñado un papel tan importante en mi vida que he tratado de excluirlas de mi obra o que se han excluido solas de mi obra, y es que… yo no sé por qué, pero diríase que estoy continuamente o que he estado continuamente pensando en mujeres, como todos nosotros, ¿no?
–Borges, a esta altura de su vida literaria, ¿qué piensa de sus amigos y enemigos?
–Pienso que tengo una cantidad enorme de amigos, pienso que la gente es muy generosa conmigo, y en cuanto a enemigos no tengo noticias de ninguno, en todo caso han sido tan corteses que cuando me han atacado lo han hecho de un modo elogioso. No, yo no creo tener enemigos…
–Borges, dos palabras sobre Buenos Aires. Una ciudad que usted quiere tanto.
–Es una ciudad que yo quiero tanto, que soy muy celoso y no me gusta que otros la quieran. Cuando llega un extranjero aquí y me dice: ¡Qué lindo es Buenos Aires! yo suelo decir: ¡Pero usted está completamente loco!, es una de las ciudades más grises, más modestas, más invisibles que hay. Pero eso lo hago un poco porque quiero defender mi cariño por este Buenos Aires. Y por eso quizá me gustan los lugares menos espectaculares de este Buenos Aires. En general lo espectacular me desagrada; creo que es… no sé si es un amor, o en todo caso es una manía, pero es una pasión que no deseo contagiar a los otros; quiero mucho a Buenos Aires, pero ciertamente no soy un misionero de Buenos Aires.
¿Por qué la elegimos?
Hace 50 años, Borges publicaba su libro de cuentos El informe de Brodie y concedía en la Biblioteca Nacional, de la que todavía era director, esta entrevista en la que esclarece varias preguntas que todavía siguen haciéndose los lectores: ¿por qué no escribió novelas?, ¿cuál fue su relación con las mujeres?, ¿qué le gusta tanto de Buenos Aires? El resultado es un ejemplo muy típico del Borges de sus últimos años, con esa manera de hablar de apariencia vacilante, la sinceridad engañosa y la crítica amable, pero no por eso menos despiadada; "mis enemigos me han atacado de un modo elogioso", dice.
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