Jorge Glusberg , motor incansable de la creación
Hay muchas razones para recordar a Jorge Glusberg, quien murió en Buenos Aires el 2 de febrero tras una larga y penosa enfermedad. Desde la acción privada y la gestión pública logró dar vuelta el mapa de las artes y hacer de Buenos Aires una meca de la buena arquitectura. Era imposible seguirle el tren en sus jornadas eternas. Con su pipa, soda con limón y los infaltables triples del Florida Garden podía prolongar hasta la madrugada una sesión del jurado para los premios Costantini o una mesa de debate con la participación de Achille Bonito Oliva, Gianni Vatimo y Jean Baudrillard.
En realidad, nadie, o en todo caso muy pocas personas en nuestro país, desplegó tanta energía, vitalidad y entusiasmo para difundir el arte y la arquitectura. Con sus aciertos y sus errores -que pagó muy caro- fue un agitador; un hombre del tiempo que le tocó vivir, comprometido con "lo contemporáneo" en todas las disciplinas. Su acción tuvo como escenario el mundo. En las citas globales del arte, como las bienales de San Pablo y Venecia o la Documenta de Kassel, Glusberg era un hombre conocido y reconocido. Se movía con la naturalidad de un habitué entre los grandes popes, siempre con Amelia, su mujer y compañera en las buenas y en las malas.
Su gestión al frente del Museo Nacional de Bellas Artes fue un largo "ciclo" forjado a su medida. Desde que arrancó ungido por Pacho O'Donnell, secretario de Cultura de Menem, le imprimió a su acción un estilo personal, abrió el museo al público masivo (basta recordar la retrospectiva de Berni visitada por 350.000 personas), impuso una agenda de muestras de artistas contemporáneos y dividió la opinión pública entre amigos y enemigos. No valían con Glusberg las medias tintas. Hizo del Centro de Arte y Comunicación (CAyC), en la calle Viamonte, una base de operaciones y una cantera de talentos. Es difícil entender cómo "un ruso de Caballito", como se definía a sí mismo con el desparpajo habitual, había logrado ser parte del más recalcitrante círculo de la crítica internacional; montar la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires; organizar prestigiosas Jornadas de la Crítica; ser curador de la Bienal de Venecia y alentar a Eduardo Costantini para que su colección privada fuera pública y naciera de este impulso el Malba. Fue Glusberg quien organizó con Diego San Martín el concurso internacional para el proyecto de Malba al que se presentaron los grandes nombres y ganaron los cordobeses Tapia, Fourcade y Atelman.
Dirigió el MNBA entre 1994 y 2003, ganó el Primer Premio en la Bienal de San Pablo en 1977 con el grupo CAyC; recibió las Palmas Académicas del gobierno de Francia y fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, España. Sin embargo, el mayor halago era el poder de convocatoria y la capacidad para expandir su radio de influencia, algo visible en las memorables fiestas de fin de año en la terraza del MNBA. Era el primero en llegar y el último en irse. Esta vez, nos ganó de mano.
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