Jorge Aulicino: "Me interesa todo lo que es concreto, nada difuminado"
Fue celebrado por sus pares cuando ganó, hace pocos días, el Premio Nacional de Poesía; tradujo además La divina comedia y dice que aprendió a escribir con el periodismo
Los últimos días del mes pasado se conocieron los nombres de los ganadores de los premios nacionales que otorga el Ministerio de Cultura de la Nación. Además de una suma fija, el premio concede una pensión vitalicia a los narradores, dramaturgos, ensayistas y poetas. Cuando se supo que por Libro del engaño y del desengaño (2011, Ediciones en Danza) Jorge Aulicino había obtenido el primer premio en el rubro poesía, hubo un reconocimiento unánime. Los ganadores del segundo y del tercer premio, Jorge Leónidas Escudero y Hugo Padeletti, respectivamente, junto al homenaje a Juana Bignozzi, fallecida este año, y las menciones a los trabajos de Horacio Zabaljáuregui, Niní Bernardello, Leopoldo Castilla, Paula Jiménez España y Alicia Genovese confirman el valioso patrimonio de la poesía nacional. Poeta, periodista, anarquista, traductor nada menos que de la nueva versión de La divina comedia (Edhasa), Aulicino integra, junto con Irene Gruss, Daniel Freidemberg, Jorge Asís, Rubén Reches y Marcelo Cohen, una generación notable de la literatura nacional. En su estilo se conjugan objetivismo, musicalidad y erudición; los cuatro versos finales del primer poema de Libro del engaño y del desengaño ofrecen tal vez un atisbo de su escritura: "Amplia de alas y de rimas, la literatura abandonada./ Qué harás con los días si te dan la oportunidad.// Pedí misterio, leguas./ Pedí divinidad".
El premio lo entiendo como un premio oficial, nacional, estatal, del Estado argentino más allá del gobierno que eventualmente lo maneje. Me parece que, por la composición del conjunto de los premiados, es bastante pluralista, al menos desde el punto de vista estético. A mí me dio un poco de pudor, realmente esto es una confesión, que no fuera Jorge Leónidas Escudero el primero, pero entiendo que en los jurados (porque participé de algunos) hay una cantidad de negociaciones en las que finalmente se toma una decisión u otra teniendo en cuenta más bien el consenso.
Escudero y Padeletti son dos maestros indiscutibles. La de Padeletti es una poesía de una transparencia y una espiritualidad y una atención por el misterio del mundo que siempre me han atraído poderosamente. Además, tiene un uso del ritmo que no es el mío, por supuesto, pero que a mí me fascina. Escudero es un gran descubrimiento que hizo en los últimos tiempos Ediciones en Danza. El suyo es un coloquialismo distinto. Cuando hablamos de coloquialismo, siempre pensamos en el coloquialismo porteño; la de él es una forma de hablar coloquial de allá, de San Juan, de la zona de Cuyo.
Yo creo tener una visión bastante ecléctica de la poesía en cuanto a gustos, no soy un tipo que se cierra; tengo las preferencias y los gustos tan marcados como cualquiera, pero me puedo emocionar y entender poesías que no tienen nada que ver con lo que escribo. Es enorme la producción de poesía. Hay muchas pequeñas editoriales independientes, hay cierta circulación, un circuito, librerías donde uno sabe que puede conseguir poesía. Esto era más difícil hace 30 años.
Hay otros libros míos que prefiero más que el que ganó el premio. El que ganó es un libro casi confesional, porque la primera parte tiene un poema con un lenguaje sumamente fragmentario y poético de una experiencia personal y política de la década de 1970. La experiencia de la militancia predictadura, dictadura misma, sobre todo la opresión de esa época, lo que vino después. Creo que el gran desengaño de lo que ocurrió en la Argentina, que más que un desengaño fue un terrible golpe, el desengaño vino después en el plano planetario con la caída del mundo soviético. Eso fue parte del desengaño: lo que creíamos que podría haber sido de una manera -no porque fuéramos ingenuos, porque sabíamos lo que pasaba en el mundo socialista..., pero creíamos que de alguna manera eso iba a salir adelante. Se derrumbó, y se derrumbó de un día para el otro, ése fue el desengaño, y creo que fue porque ahí hubo una falla, una falla intrínseca, estructural, no un error simplemente. Ahí hubo un error conceptual que todavía no hemos desentrañado, no hemos llegado a comprenderlo bien.
Traduje La divina comedia porque tenía ganas; después lo ofrecí a la editorial y empecé a ver la importancia que tenía ese libro como conjunto, muy citado y muy citable, pero cuando ves la estructura entera, es interesante esa puesta de lo trascendente y abstracto en lo concreto. Es muy concreto el método de Dante, muy articulado, muy pensado, y una descripción que usa la analogía con el mundo terrenal: eso te pone el infierno en la Tierra. El canto de lo religioso y la invención de lo religioso nunca habían tenido una descripción concreta del infierno, ni del cielo, eso lo inventó Dante. Les da un lugar literario a esas ideas religiosas. Es una épica también, todo su mundo filosófico, religioso, político, es enciclopédica. Me parecen buenas las traducciones anteriores, pero cada época tiene una traducción.
Mi idea de imagen poética siempre se superpone a una idea visual, ése es el afecto por la pintura. La imagen física me interesa mucho, y trato de ver cuando escribo un poema, de imaginarlo en concreto, o de partir de algo que imagino que luego puede terminar en la abstracción, en lo meditativo. Siempre el punto de partida es eso que veo. Es una tendencia materialista también, no es abstracta, intelectual. Está presente la pintura, sobre todo algunos pintores, por los contrastes. Caravaggio, Rembrandt, Goya, luz y sombra. Y el gran genio contemporáneo para mí es Francis Bacon, la desfiguración e intensidad del color. No soy muy natural, soy más bien urbano y suburbano. Hay una cuestión con el hecho que eso me atraiga en la pintura, porque podría ser la imagen concreta urbana o suburbana, pero lo que me atrae es el encuadre y el congelamiento, parar ahí y ver todos los detalles. Una especie de obsesión por el detalle. En Cézanne se ve cómo el tipo está obsesionado por el detalle, lo que hace entrar en el cuadro lo pone y si no lo puede incluir en detalle lo pone en blanco. Todo concreto, nada difuminado. Yo tampoco voy en la poesía a lo difuminado.
Aprendí a escribir haciendo periodismo: primero estuvo eso, después la poesía. Nos juntábamos con un grupo en el IFT hasta el golpe de Estado: Jorge Asís, Marcelo Cohen, Rubén Reches, Alicia Genovese. Teníamos un taller de escritura. Después del golpe terminó, yo me quedé en el país, pero me dediqué al periodismo. Estaba protegido de una manera muy extraña porque trabajaba para una agencia rusa, te filmaban con todas las cámaras habidas y por haber, pero no te tocaban. Después entré en Clarín en el 79 y me ocupaba de información general, costumbrismo. Me fui en el 88 y volví en el 92. Y ahí hasta 2002. En total, veinte años. Ya no hago trabajo periodístico.
Buenos Aires, 1949
En los 70, participó del taller literario de Mario De Lellis, y en los 90 formó parte del comité editorial de Diario de Poesía. Desde 1974 publicó más de diez libros, entre ellos Poeta antiguo, Paisaje con autor, La nada, Cierta dureza en la sintaxis y Memoria de Garbeld. En 2012, Bajo la Luna publicó su poesía reunida hasta 2011 con el título de Estación Finlandia. Tradujo a Dante Alighieri y a Giuseppe Ungaretti. En 2015 publicó el poemario El Cairo (Ediciones del Dock)