Jordi Sierra i Fabra, el best seller catalán que fascina a los chicos argentinos
Tiene 71 años (en julio cumple 72), es catalán y ha publicado cerca de 500 libros para chicos, jóvenes y adultos. Lleva más de 12 millones de ejemplares vendidos en España y es uno de los autores más leídos en las escuelas de su país. Por tercera vez, Jordi Sierra i Fabra es candidato al premio Hans Christian Andersen, que fallará en 2020. Ganador de unos 40 premios literarios (entre ellos, el Iberoamericano de LIJ por el conjunto de su obra, que recibió en 2013 en la Feria de Guadalajara, y el Cervantes Chico, que otorga el Ayuntamiento de Alcalá de Henares a autores de lengua castellana con gran trayectoria en el campo de la literatura infantil y juvenil), su currículum profesional es tan extenso que si lo citáramos completo no quedaría lugar para la entrevista. Fue obrero de la construcción, crítico musical, director de revistas de rock. Dirige dos fundaciones literarias, una con sede en Barcelona, ciudad donde nació, y otra en Medellín, Colombia, dedicadas a la formación de jóvenes escritores.
Integrante de la comitiva catalana invitada a la Feria del Libro de Buenos Aires, el escritor presentó en el país Querido hijo: te vas con los abuelos, cuarto título de la serie Querido hijo, publicado por Loqueleo en mayo. Los tres primeros (Querido hijo: estás despedido;Querido hijo: estamos en huelga y Querido hijo: tienes cuatro padres) causan furor entre los lectores argentinos mayores de 6 años. Entre los tres, ya se han vendido unos 60.000 ejemplares, todo un récord para el mercado local.
–¿A qué cree que se debe el fenómeno de la serie Querido hijo? Lo leen y recomiendan chicos de diversas edades y procedencias: de Europa a América latina. ¿Qué fibras universales tocan esas historias que las disfrutamos tanto hijos como padres?
–Primero, nunca se sabe cuando haces un libro si va a gustar o no. Ahora mismo salió un libro por Loqueleo España, El gran sueño, para jóvenes, que me llevó dos años de trabajo entre la investigación y la escritura. Fui a Nueva York a escribirlo porque tiene que ver con la historia de emigrantes. Y a lo mejor se venden cuatro libros. Y Querido hijo: estás despedido, que hice en cuatro días, lleva miles de ejemplares vendidos. Nunca sabes, de entrada, lo que va a suceder con un libro. Pero, claro, ya desde el título, el libro atrae tanto a los padres como a los chicos. ¿Qué padre no ha dicho alguna vez en su vida: ¿"Por qué no me fui al cine aquella noche de mayo"? Es normal. En apariencia es uno de esos libros infantiles divertidos, que no pretenden más que hacerte pasar un buen rato. Pero en mis libros, además de pasar un buen rato, siempre hay algo más. Es como cuando exprimes una naranja, caen cuatro gotas y te bebes el jugo. El primero y el segundo hablan de poner límites, de establecer pactos de convivencia y de negociar, como en todo conflicto. El tercero es un poco más duro porque habla de divorcio, de organizar otra vida y de aceptar que, de un día para otro, puedes tener nuevos hermanos. Y en el cuarto me propuse darle la vuelta a la típica historia del verano, el chico que se aburre en el pueblo con los abuelos, que conoce el amor. Así que los abuelos son hippies, tocan en una banda de rock, son progres y es la madre la que es una conservadora que no acepta nada de eso.
–¿Es cierto que tardó en conseguir editorial para publicar el primero de la serie porque temían que el título (en especial, lo de "estás despedido") afectara a los chicos?
–Sí, cuando lo mandé a la editorial no querían publicarlo. Decían que los niños lloraban al leerlo. Me sugirieron que cambiara el final: que fuera un sueño. Y dijo que no. Cuando Tolkien escribió El señor de los anillos nadie creyó que había elfos y orcos dando vueltas por ahí. Es una fantasía. Si pusiera que la historia es un sueño acabo haciendo una de Hollywood o Disney. Es una historia absurda, pues, que tenga un final absurdo. Tardé dos años en publicar el libro hasta que amenacé con llevarlo a la competencia. Lo publicaron tal cual y vendió miles de ejemplares. Ha sido un bombazo.
–Ha escrito libros para chicos, jóvenes y adultos. ¿Qué cambia en cada caso: el tema, el lenguaje, el tono?
–Yo me vuelco a la escritura, que para mí es lo más importante. Da igual que tarde cuatro días o cinco semanas. Hago lo que me gusta, soy libre e independiente. ¿Para qué haría un libro que no me gustase? ¿Por dinero? Vivo de escribir, pero nunca me plantee hacer un libro para ganar plata o un premio. Escribo un libro y, cuando está terminado, pienso: "Este podría ser para un premio literario", "Este es para Loqueleo" o "Este lo guardo". Pero cuando ya está hecho, nunca antes. Y para mí, escribir para niños es escribir para niños en cuanto que en esas historias no hay sexo ni malas palabras. Me critican que escribo con un lenguaje elevado. Les respondo: "Yo no tengo que bajar el nivel; tú tienes que subirlo". Por otra parte, para mí, la etiqueta juvenil no existe. Yo no escribo para jóvenes; escribo sobre jóvenes. El mejor ejemplo es la novela Las chicas de alambre, que salió hace veinte años y es uno de mis grandes éxitos. Trata sobre el mundo de las modelos, la anorexia, la competencia. No me planteo hacer libros para dar lecciones o hacer moralina. No soy un maestro; yo cuento historias.
–¿Qué mantiene hoy de aquel rockero de los años sesenta que hacía críticas de conciertos y giraba por el mundo?
–Yo sigo siendo el mismo. Ya no me dedico a hablar de música ni voy a conciertos, aunque llevé hace poco a mi nieta al primer concierto de su vida: fuimos juntos a escuchar a Kate Perry. Sigo escribiendo con música: tengo 30 mil discos. Para mí, los Beatles, Dylan y Stravinsky, con cuyas obras me inicié en la música, son la Santísima Trinidad.
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