Jonathan Franzen: “No hay voluntad para regular la inteligencia artificial”
El escritor estadounidense visita por primera vez Buenos Aires para participar del Filba; hoy a las 19.30 conversará con Silvia Hopenhayn en el auditorio del Malba y mañana dictará una clase magistral sobre “el problema del comienzo”
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Invitado por el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba), en su primera visita a la ciudad de Buenos Aires -aunque no a la Argentina, como revela uno de los ensayos de El fin del fin de la Tierra (Salamandra), que narra su paso por la Patagonia y las Malvinas rumbo a la Antártida- el escritor estadounidense Jonathan Franzen cuenta que vio un caracara y “pájaros negros brillantes” mientras desayunaba en el hotel. Además de ser el autor de novelas notables como Las correcciones, Libertad (que lo llevó a la tapa de Time) y Encrucijada, el escritor nacido en 1959, en Western Springs, cultiva una segunda pasión: el avistamiento de aves. “Si pudieras ver todos los pájaros del mundo, verías el mundo entero”, escribe en “Por qué importan los pájaros”. “No se puede ser obsesivo con dos cosas, así que hace veinte años paso meses siendo escritor al ciento por ciento, y algunas semanas avistando aves”.
Tras su participación en el Filba, el domingo viajará a los esteros del Iberá y, de ahí, a la provincia de Salta, en un recorrido de dos semanas. “Dos días de actividades literarias y dos semanas de avistamiento de aves”, sintetizó el reconocido escritor que, en 2006, aparece como personaje de un episodio de Los Simpson en el que el escritor Michael Chabon le dice que la nariz de Franzen “necesita unas correcciones” y que “pelea como Anne Rice”. Esta tarde a las 19.30 conversará con Silvia Hopenhayn en el Auditorio del Malba (la entrevista será transmitida en directo por el canal de YouTube del museo); mañana a las 11, dictará una clase magistral sobre “el problema del comienzo” ($ 8000).
Esta mañana Franzen, capuchino mediante, brindó una conferencia de prensa en la que abordó temas diversos: de la inteligencia artifical a la “desastrosa” adaptación de una de sus novelas, y de la autoficción (spoiler: no es su género favorito) a la experiencia trascendente que implica narrar en tercera persona. “Comprendo mucho, pero no hablo tanto”, dijo en español.
“No creo que sea difícil regular la inteligencia artificial; creo que no hay voluntad de hacerlo”, aseguró. Junto con miles de escritores norteamericanos, entre otros, Margaret Atwood, John Grisham, Nora Roberts y George R. R. Martin, presentó una demanda colectiva contra OpenAI, la empresa de tecnología detrás de ChatGPT. “Este juicio surge porque los libros fueron usados para alimentar el modelo de ChatGPT, que no es para nada inteligente; en realidad es bastante estúpido, porque solo adivina, usando las palabras y el lenguaje con el que fue alimentado. Sin ese robo no puede hacer nada. No me siento amenazado por la inteligencia artificial; esta se basa en la imitación y la buena escritura es lo opuesto a la imitación. La buena escritura surge del deseo de las personas y la inteligencia artificial no quiere nada, es puro algoritmo”.
Admitió que tenía un prejuicio sobre internet. “Para muchos escritores el peligro, aun antes de la era de internet, es volcarse exclusivamente a la búsqueda de información, dejarse atraer por la información, en vez de usar la imaginación”. Como traductor, agradeció sin embargo la existencia de los diccionarios online. “Es maravilloso, se volvió todo mucho más fácil”.
Consultado por LA NACION, se refirió al frustrado proyecto de adaptar a la pantalla chica Las correcciones, que iba a dirigir Noah Baumbach. “En 2012 se intentó hacer esa serie, pero fue un completo desastre -admitió-. Teníamos a un productor hoy caído en desgracia, Scott Rudin, y el director era totalmente equivocado para ese y para cualquier otro proyecto. Hicieron un primer episodo que era muy malo. Un desastre. Pero me sirvió porque empecé a ver televisión, y pude ver cómo hacer buena televisión. Me gustó lo que posibilita el formato largo de una serie. Un joven productor consiguió de nuevo los derechos para hacer la serie y, como había visto bastante televisión para ese entonces, pude escribir el plan de la serie y terminar los guiones de los primeros dos episodios”. En su opinión, Las correcciones es su mejor novela para ser adaptada a ese formato.
Para Franzen, que solía preocuparse por la competencia por el tiempo libre entre la lectura y la televisión, existe una relación directa entre las novelas y las series, tanto que considera a estas últimas un “subgénero novelístico”. “Hay muchas series de calidad, como The Wire o Los Soprano, y ya no me parecen una amenaza. Tienen en común con la novela el formato largo y la serialización, que me recuerdan la estructura de las grandes novelas del siglo XIX”.
“El verdadero enemigo, de la novela y de la televisión, son los influencers en redes sociales -indicó-. Los jóvenes están más interesados en mirar a influencers en TikTok por horas que en concentrarse en una narración”. Dijo que las pantallas eran atractivas. “Cuando era chico, mis padres me dejaban ver televisión una hora diaria, pero cuando me quedaba solo salía corriendo a la pantalla -recordó el escritor, que no tiene hijos-. Lo que veía era basura, prácticamente. También son atractivas para los padres cuando necesitan tiempo para ellos”.
Reconoció que en su país había mucho interés en leer novelas impresas. “La gente pensaba que se iban a terminar los libros en papel, pero no fue así; decayó mucho el uso de ebooks. La gente quiere sostener el libro, tenerlo en las manos. Aunque resulta una alternativa, el ebook es como beber un vaso de agua cuando puedes tomar una buena cerveza”. A continuación, hizo un elogio de los audiolibros: “Escuchar un libro es una experiencia más cercana a la lectura de un libro impreso”.
Los libros de Franzen no fueron censurados por la “furia biblioclasta” desatada en escuelas y bibliotecas de Estados Unidos. “Me sorprende escuchar que algunos estudiantes de secundaria leen mis novelas. Estoy a salvo porque, como mis libros son tan largos, los padres tendrían que leer unas trescientas páginas antes de darse cuenta de que sus hijos no deberían leerlos”, bromeó. “Lo más cerca que estuve de una prohibición fue cuando publiqué en The New Yorker un ensayo sobre el calentamiento global y la esperanza, que fue censurado por activistas ecologistas que hicieron todo lo posible en redes sociales para que no se leyera”.
El cambio climático es objeto de análisis de varios ensayos de El fin del fin de la Tierra. “Es muy difícil ser activista en contra del cambio climático -dijo con ironía-. Estuviste intentando durante treinta años cambiar el mundo y las emisiones de gases de efecto invernadero no hacen más que aumentar: es descorazonador. Lo único que quise decir en ese artículo es que, dado que llevamos más de treinta años de fracasos en esa lucha, tal vez deberíamos encarar el problema de otra manera. La idea generalizada es que las empreas petroleras engañaron al mundo, y que si no existieran viviríamos mejor, pero eso es ridículo. Vivimos en el mundo en que queremos vivir. El problema no son las petroleras sino que la gente quiere vivir en casas confortables, tener caminonetas, comprar cosas, viajar en avión. Hay una deshonestidad intelectual sobre esto”.
Se refirió con humor a las “Diez normas para el novelista” incluidas en su libro, donde recomienda escribir en tercera persona y mantenerse alejado de internet. “Las escribí en media hora, a pedido de The Guardian”, dijo. Actualmente, Franzen trabaja en una nueva novela.
A la hora de referirse a la “literatura del yo” y la autoficción, adoptó un semblante cómico e hizo un largo silencio. “Encuentro muy limitante la primera persona, salvo que seas Nabokov o Elena Ferrante, o que tengas una voz única o que narres un gran conflicto -dijo por fin-. La atracción de un libro de memorias o de no ficción es que está basado en la realidad y cuenta algo que le pasó a una persona real”. A continuación, aconsejó la lectura de Una educación, libro de no ficción de Tara Westover.
“Cuando abro un libro escrito en primera persona que narra una historia común de un modo literario, me siento incómodo ante ese lenguaje incongruente”. Atribuyó el boom de la autoficción al temor de los autores, en especial de los jóvenes, a ser cancelados. “No digo que sean cobardes, sino que tratan de evitar el riesgo de ofender a los demás”.
Por último, declaró su amor por las novelas rusas y francesas del siglo XIX (también por la novela Gente independiente, del Nobel de Literatura 1955, Halldór Laxness, y por El hombre que amaba a los niños, de la australiana Christina Stead). “La tercera persona es una de las invenciones más ricas de la historia -concluyó-. ¿Por qué no la usaría? Es tan flexible: se puede arrancar en la cabeza de un personaje, pasar a una descripción, al clima, a una explicación política y volver al personaje, todo en una sola frase”.
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