Joël Dicker: "La gente aún cree que la cultura es algo inútil o solo para las elites"
La nueva novela de Joël Dicker (Ginebra, 1985), el autor suizo más célebre hoy, tiene el ritmo de una serie. Estructurada en dos líneas temporales, y a lo largo de 650 páginas, La desaparición de Stephanie Mailer (Alfaguara) cuenta la historia de un caso policial que se retoma veinte años después, luego de una investigación, en apariencia exitosa, de un asesinato múltiple ocurrido en una pequeña ciudad de la Costa Este de Estados Unidos. En el curso de la pesquisa, viejos y nuevos crímenes funcionan como estímulos para una pareja de investigadores. Uno de ellos, el capitán Jesse Rosenberg, está a punto de retirarse con una trayectoria intachable, y la brillante Anna Kanner, subjefa de policía, debe luchar contra el machismo de su entorno para defender su pasión por la profesión. En un ping-pong metódico, los dos agentes desconfían de indicios y corazonadas para dar con el culpable. "Pasé muchos veranos en la Costa Este y elegí ambientar mis novelas en ese escenario, pero la próxima tal vez transcurra en una ciudad europea", adelanta Dicker.
Con La verdad sobre el caso Harry Quebert (2013), su segunda novela, este joven escritor ganó el premio Goncourt des Lycéens, el Gran Premio de la Novela de la Academia Francesa y el premio Lire; el libro se tradujo a más de treinta idiomas y vendió millones de ejemplares. En 2015, publicó El Libro de los Baltimore, donde reaparece el personaje de Marcus Goldman. Mañana se estrenará en Europa la serie televisiva basada en La verdad sobre el caso Harry Quebert, a cargo del cineasta Jean-Jacques Annaud. Serán diez capítulos protagonizados por Patrick Dempsey y Virgnia Madsen. "Ojalá se pueda ver en la Argentina", dice Dicker a LA NACION. "De adolescente, cuando empecé a escribir no me imaginaba que la literatura me traería hasta Buenos Aires para promocionar mis novelas. Es un privilegio y estoy muy agradecido", agrega. Es su primera visita a Buenos Aires.
–¿Cuánto tiempo te llevó escribir una novela tan voluminosa y cómo fue tu método de trabajo?
–Más o menos tres años, como cada una de mis últimas novelas. No tengo un plan de escritura, no sé qué va a pasar; para mí, saber si disfruto al seguir la historia que escribo es un buen método
–No pensás en los lectores cuando escribís.
–Por suerte, no. Porque si les preguntara a ellos qué les gustaría leer en mi próximo libro, tendría respuestas tan distintas que sería un problema. Lo importante no es darle el gusto al lector sino a uno mismo, y cuando digo darme el gusto pienso en un proyecto que tenga sentido. Comparo la escritura de una novela con la cocina. Cuando preparás algo de comer, si sos un chef y disfrutás haciendo nuevos platos, no podés tener la garantía de que a todos los clientes les va a gustar. En la escritura eso es importante también: ponerse en peligro uno mismo a la hora de escribir y sorprenderse. La creación es una relación entre lo que se propone y lo que pasa después con la recepción.
–¿Alternar dos líneas temporales en la novela y "controlar" a un gran elenco de personajes fue un trabajo muy exigente?
–Sí, sobre todo me gustaba trabajar con una gran cantidad de personajes y el hecho de que cada uno diera su punto de vista, y que todos ellos tuvieran una historia propia en la trama general. Por eso, cuando me preguntan si escribo novelas policiales respondo que no, porque no todo transcurre alrededor del crimen sino alrededor de los personajes.
–Sin embargo, en tus novelas el crimen es un elemento central. ¿Tenés una hipótesis sobre qué es lo que lleva a las personas a eliminar a otras?
–En general, en mis novelas no hablo mucho de los asesinatos, no hay sangre ni cosas así. Me interesa pensar por qué alguien como vos o como yo, que vive en sociedad y que aceptó las reglas de esa sociedad, de repente sobrepasa esos límites y mata a alguien. Qué hace que uno pase esa barrera en un momento dado.
–¿Nace con esta novela una nueva pareja de investigadores? Jesse y Anna son dos personajes muy sólidos.
–Es difícil prometer. Muchas veces me preguntan qué da inicio a una novela o cómo se hace para escribir una novela. Si se necesitan personajes fuertes, o una intriga bien preparada, o un hecho policial resonante. Me dan ejemplos de materiales que podrían ser buenos para una novela, pero falta lo necesario para que una novela comience: tener ganas. Hay que tener ganas de escribir y esas ganas tienen que ser muy fuertes, más fuertes que las ganas de ir a cenar con tus amigos y tu mujer, más fuertes que las ganas de irte de vacaciones, más fuertes que cualquier otra cosa. Esas ganas deben prevalecer en todos los demás campos de tu vida por dos o o tres años. Hoy no tengo ganas de pasar tiempo con esos dos personajes, pero esto no significa que no vuelvan más tarde. Marcus Goldman aparece en dos de mis libros anteriores solo porque tenía ganas de pasar más tiempo con ese personaje.
–En tu libro abundan las referencias culturales: hay un festival de teatro, un diario, una revista literaria; aparecen periodistas, libreros, críticos y escritores. ¿Es casual o es un signo de malestar acerca de la cultura contemporánea?
–Hay un malestar con la cultura hoy, cuando existen tantas dificultades económicas. Los políticos tienden a recortar el presupuesto de cultura para ponerlo en otra parte. Cuando la gente tiene dificultades para llegar a fin de mes, renuncian a ir al teatro, a comprarse un libro o una revista. Renuncian a la cultura. Y a la vez existe un fenómeno en las generaciones jóvenes, que acceden de manera gratuita a todo y piensan que no tendrían que pagar por algo que pueden tener gratis. Los gestores culturales que conozco atraviesan muchas dificultades. En pocos años, en Europa presencié el cierre de varios centros culturales y diarios que no podían seguir funcionando. El problema con la cultura es que se dio una impresión falsa: la gente aún cree que es algo inútil o solo para las elites, algo que no es indispensable y que es para los demás. Nos hemos olvidado de que la cultura es el pilar del funcionamiento de la sociedad y de las relaciones entre las personas. Se olvida hacer leer a la gente, olvidamos recordar a los jóvenes la importancia que tiene leer. Una de las grandes victorias que tengo es cuando un joven me dice que antes no le gustaba leer y que ahora, luego de leer una de mis novelas, lee a otros autores. Es un halago que me da felicidad. Creo en el aspecto fundamental y constitutivo de la lectura. En Francia hay un programa en las prisiones que propone reducir las penas a los presos que leen y, aunque todavía hay que estudiar las cifras, se presume que la gente que lee no suele reincidir. Los que se ponen a leer sienten que han pasado una etapa y se encuentran preparados para encarar otra.
-¿Hay un vínculo entre la creación de su primer personaje femenino importante y los reclamos de los movimientos feministas en el mundo entero?
-El #MeToo vino un poco después de que terminara de escribir la novela, pero quería tener un personaje femenino fuerte. Es más, el de Anna es el primer personaje de la novela que se me apareció. En mis libros anteriores había personajes varones y quería hacer algo distinto. Creo que en la novela se refleja mi interrogación sobre lo que veo en la actualidad. En la sociedad hubo avances extraordinarios en pocos años, pero todavía por el mismo trabajo a las mujeres se les paga menos que a los hombres. Me pregunto hasta cuándo durará el patriarcado, si desaparecerá con mi generación o la siguiente. Existe un desnivel que no logro explicarme.
–¿Quién es el primer lector de tus novelas?
–Era mi editor, Bernard de Fallois, que murió a comienzos de 2018 y al que dedico La desaparición de Stephanie Mailer. Fue muy importante porque él creyó en mí. Había decidido crear su editorial a los 65 años, luego de retirarse de un gran grupo editorial francés. Él no quería jubilarse y creó su pequeña editorial para editar los libros que le gustaban, sin pensar en la rentabilidad. Cuando lo conocí, Bernard tenía 85 años y ya quería dejar el mundo de la edición. Había previsto cerrar la editorial pero leyó el manuscrito de La verdad sobre el caso Harry Quebert y quiso publicarlo. Espero que el próximo libro salga en su editorial para hacer perdurar su nombre porque le debo mucho. Su madre era argentina y él siempre me decía que viajaríamos juntos a este país a promocionar mis novelas. Siempre hablaba con cariño de la Argentina.
-¿Trabajó en la adaptación de La verdad sobre el caso Harry Quebert?
–No me impliqué en el trabajo del director, simplemente elegí el proyecto más adecuado. Hubo casi cien propuestas. Annaud estaba muy entusiasmado con la novela y yo solo quería que se llevara a cabo y que el resultado me diera orgullo. Adaptar una novela no es fácil. Cuando se escribe literatura, que es lo que a mí me gusta, todo existe inmediatamente. Si escribo que llueve, está lloviendo. En una serie o en una película, las cosas son más complicadas.
Para agendar
Hoy a las 19, en el Centro Cultural Recoleta, Joël Dicker conversará con Patricio Zunini sobre La desaparición de Stephanie Mailer. Luego, responderá preguntas del público y firmará ejemplares de sus libros.
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