Joël Dicker: "Escribo por la misma razón por la que soy lector: el placer de la evasión"
La versión que los lectores tengan en sus manos de la última novela de Joël Dicker (Ginebra, 1985) es la número 65 de un arduo y emotivo proceso que comenzó en 2018, poco después de presentar La desaparición de Stephanie Mailer, que presentó en la Argentina. El bestseller suizo regresa con un policial, El enigma de la habitación 622 (Alfaguara), que puede leerse, tal como ocurría con La verdad sobre el caso Harry Quebert, como una oda de agradecimiento a aquellos que confiaron alguna vez en un joven autor. Bernard de Fallois es el editor, amigo y maestro a quien Dicker le dedica el libro, a quien rinde homenaje nombrándolo de modo explícito en el prólogo y además convirtiéndolo en personaje. Esta presencia recorre el libro desde las primeras hasta las últimas páginas, al punto tal de que el autor pensó en llamar a esta ficción Bernard y yo o Bernard y Joël. "Finalmente, lo medité y renuncié porque no quería que se pensara que era pretencioso ponerme a mí mismo en el título, lo cual no era en absoluto el objetivo", dice a LA NACION. Dicker vuelve también a la figura del escritor/detective que, en esta ocasión, deberá resolver un misterio ocurrido en el imponente y mítico Palace de Verbier, un hotel ubicado en los Alpes. ¿Quién ha sido asesinado? Esta es la gran vuelta de tuerca de este relato donde no solo el lector buscará conocer quién es el asesino, sino también, quién es la víctima.
-¿Cómo ha vivido estos meses de confinamiento en un contexto de pandemia? ¿El aislamiento ha sido nutritivo para su escritura o ha sido perjudicial?
-Debo decir que este aislamiento y esta situación de pandemia sobre todo me impidieron escribir. No estaba en absoluto con una buena disposición para escribir. ¿Por qué? Porque me parecía que esta atmósfera tan llena de ansiedad, muy inquietante, esta situación global en la que, aún hoy no sabemos muy bien de qué se trata, al menos a mí me colocó en un estado de inquietud. No era en absoluto un estado de serenidad, serenidad que necesito para escribir. Así que más que nada todo esto me bloqueó.
-El protagonista de El enigma de la habitación 622 dice que todo libro comienza con una idea, con un anhelo ("la enfermedad de los escritores"). ¿Cuál fue el suyo en este caso?
-El enigma de la habitación 622, como todas mis novelas, que escribo sin un plan previo, comienza por unas ansias, una necesidad muy importante. No es que me digo a mi mismo: "Listo, esta es la idea del libro, la cosa va a ir por acá". Antes de encontrar la idea, me pongo a pensar en ella porque de repente me surgen las ganas. Es un poco como cuando uno se prepara algo de comer. Antes de saber qué vamos a hacer, primero tenemos hambre. Pensás: "Tengo hambre. ¿Qué tengo ganas de comer?". Abrís la heladera, mirás que hay y elegís en función de tus ganas. Una vez que lográs desentrañar tus ganas, actuás. Para mí la escritura es lo mismo. Empieza con unas ganas que me permitirán luego encontrar una idea.
-El lector no sabe quién es el asesino ni tampoco quién es la víctima, al menos durante un amplio tramo de la novela. ¿Cuán complejo es crear una ficción con un doble enigma?
-Sí, efectivamente. Nos lleva mucho tiempo, más de 300 páginas, descubrir la identidad de la víctima. Se empieza por un asesinato, pero no conocemos la identidad de la víctima. ¿Fue complejo ese procedimiento? Sí y no. Digamos que esto ilustra mi forma de trabajar y yo trabajo siempre con un plan previo que es no tener plan previo. Así que no sé qué va a pasar. Cuando empiezo, sé que hay un asesinato, así es cómo quería comenzar, pero no sé quién es el asesino y eso me divierte mucho. Primero tengo que crear los personajes y después, cuando los creo, digo: ¿quién es la víctima? ¿Es él, es ella? Y pienso: "No, este me cae bien; esta me cae bien"… Diría entonces que no fue complejo, sino que fue muy divertido. Me dio mucho placer escribir el libro.
-Quizá me equivoque, y sin cometer ningún spoiler, esta es una novela sobre el impacto o influencia que la ficción tiene en nuestra vida. ¿Está de acuerdo?
-Sí. Estoy pensando mientras te respondo, porque no hay que arruinar el suspenso, pero es cierto. Sin decir demasiado, es una novela también sobre la fuerza de la escritura, la fuerza de la literatura, el impacto de la literatura en mi vida. Digo ficción o literatura, pero me refiero a la literatura porque esta tiene un impacto no sólo como escritor, obviamente, sino también como lector. Escribo y soy autor del mismo modo que soy lector, o sea, por el placer de la evasión, de abandonar en un momento dado la vida real y estar en el mundo la ficción. Es es una fuerza vital absolutamente increíble, y eso es lo que tanto me agrada de la literatura: una potencia, una capacidad que tenemos los seres humanos para dejar nuestra realidad y entrar en otra gracias a la literatura. La literatura es una invención extraordinaria.
-Debo preguntarle, porque ha habido recientemente una gran controversia con Lo que el viento se llevó [fue eliminada del catálogo de Netflix, acusada de estimular el racismo], que es precisamente la novela preferida de Bernard. ¿Qué opina de esta medida?
-Bernard hablaba de él, era una novela que a él lo había transportado. Yo cuento en el libro que lo leyó cuando tenía 9 años, un poco más 10 o 12. En fin, esa novela lo transportó, fue durante la guerra, y él decía que si debía morir durante la guerra esperaba poder terminar ese libro antes de hacerlo. Luego, creo que es muy importante, respecto de Lo que el viento se llevó, volver a situar las cosas en su contexto. Es muy importante cuando uno ve esa película ser capaz también de sopesar, aquí hablamos de la película, rodada en 1939, creo, lo que se está diciendo de aquellos años en Estados Unidos y en el mundo. Es un año clave, inicio de la Segunda Guerra Mundial, y lo que me parece una lástima es que la manera en que deberíamos mirar esa película es con precaución, poniendo en contexto, entendiendo, utilizándola como una herramienta para comprender. Esa película existe desde 1939. De golpe decimos: "No, no puede ser". No hay que verla más y se la borra de la programación. Al quitarla, en el fondo, estamos impidiendo la reflexión. Valdría más dimensionar la situación de la sociedad en la que vivimos y hacerse cargo de la educación de la gente. No creo que suprimiendo cosas vayamos a permitir a la sociedad ser mejor y más justa, luchar contra el racismo, que es algo abominable. Creo que eso se hace a través de la educación. Y en el mundo actual en el que vivimos, que es un mundo con muchas dificultades y mucha violencia, la educación permitirá realmente concretar una mejor convivencia, permitirá que la gente se respete y se abra al otro, mucho más que la prohibición, la cárcel, o la sanción. Hay que quedarse con la idea de convivencia, es realmente muy importante.
-¿Qué trama ocurre primero en su cabeza: la romántica o la policial?
-Creo que en realidad en mi novela aparecen ambas cosas al mismo tiempo. Ni uno ni otro precede. Lo primero son las ganas, vuelvo a este tema. Es bastante importante para mí pensar qué haré primero, qué surge, qué me gusta, ¿más bien lo romántico, lo detectivesco? ¿Ambos? Luego las cosas llegan juntas. No hay en realidad una prioridad en uno u otro, en la creación o en la decisión.
-¿A qué autor recurre constantemente (en busca de la resolución de una trama, en la construcción de una atmósfera, etc.)?
-No hay un autor que relea para hallar respuestas sobre la construcción de un policial, los giros, las diferentes escenas, los indicios. Sí hay un libro que releo muy seguido, que es el libro que más me marcó y al que rindo homenaje también en El enigma de la habitación 622: Bella del Señor, de Albert Cohen. Es un libro absolutamente extraordinario al que vuelvo no tanto por los giros, las escenas y los indicios, sino por la pasión. Leí ese libro con una pasión completamente loca y cada vez que lo leo me habita esa misma pasión. Ese es el libro que releo al menos una vez por año.
-Algunas críticas consideran a esta novela como una comedia de enredos. ¿Está de acuerdo?
-Sí, efectivamente, podemos verla como una comedia. Creo que es una aproximación que se aplica perfectamente bien al libro. No me corresponde a mí decidir cómo hay que interpretarlo o tomarlo. Hay una vertiente cómica, con resortes cómicos de gente que entra por una puerta y sale por otra y se desencuentra. Esos resortes están presentes en el libro. La verdad de la novela es interpretada por cada lector. El lector es quien decide cuál es su verdad y cuál es su percepción. Por eso no me gusta mucho pronunciarme al respecto. Me gusta dejarle al lector una forma de virginidad, que quienes lean esta entrevista no tengan una predisposición y puedan tomar el libro como quieran, charlarlo con quienes lo hayan leído y comparar luego cómo lo interpretó cada uno, si es cómico o no. La interpretación y la libertad del lector son muy importantes para mí.
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