John Boyne: “Ya no soy un joven lleno de ira”
Del autor del best seller “El niño del pijama a rayas”, sale en el castellano “Las huellas del silencio”, novela en la que cuenta los abusos sexuales que sufrió en un colegio católico
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MADRID.– El sol del mediodía convierte su piel tan blanca casi en fosforescente. “Todos somos casos terminales”, reza el tatuaje impreso en su brazo izquierdo que parece cobrar relieve con el efecto lumínico. Esta última línea de la novela The World According to Garp, de John Irving, a quien considera su mentor, es una bandera y un himno. “Estamos de paso en esta vida, por eso es importante que hagamos valer nuestro tiempo”, dice John Boyne (Dublín, 1971), quien acaba de aterrizar en España y brinda su primera entrevista antes de presentarse en el Hay Festival Segovia. El autor que concibió el suceso editorial de El niño con el pijama de rayas (Salamandra), luego adaptada al cine, y que recorrió diferentes épocas y países a través de sus ficciones, se ancla en el presente y, más precisamente, y por primera vez, en su Irlanda natal. Salamandra publica Las huellas del silencio, que acaba de ser traducida al español y ya está disponible en la Argentina, la historia de un sacerdote cómplice de abusos sexuales, horror que padeció el propio autor cuando era niño en un colegio católico. También, de próxima publicación, Las furias invisibles del corazón (Salamandra) recorre el camino de aprendizaje de Cyril, un personaje homosexual en una sociedad conservadora y homofóbica.
Boyne trabajaba en una librería de Dublín y, en sus ratos libres, escribía. Así fue moldeando su prosa hasta convertirse en un escritor profesional que cosechó un nombre entre los lectores más jóvenes y también entre los adultos y la crítica. El niño con el pijama de rayas obtuvo dos Irish Book Awards, fue finalista del British Book Award, se tradujo a 40 idiomas y vendió más de cinco millones de ejemplares. Luego vino Motín en la Bounty, El pacifista, La casa del propósito especial y El secreto de Gaudlin Hall (todos ellos publicados en el mismo sello editorial), ficciones alejadas de las contradicciones, miserias y bondades de su propia aldea, que ahora sirven de escenario. Boyne escribe desde el dolor, con sus cicatrices a flor de piel, pero también con la distancia que le brinda el tiempo, y, como asegura, sin rencor.
–Las huellas del silencio es su primera novela ambientada en Irlanda. ¿Cómo fue este proceso y qué lo impulsó a animarse? Me imagino que habrá tenido cierta presión para que retratara su país.
–Lo había postergado durante muchos años y todos me preguntaban por qué. Una parte de mí estaba nerviosa por esta primera incursión y otra parte de mí sabía que no estaba obligado a hacerlo. Escribí esta novela [publicada en 2014 en inglés] cuando ya estaba promediando los 40 años. Si la hubiese escrito cuando tenía 20 estaría plagada de furia. Creo que necesitaba esa distancia. Quería contar esta historia desde el punto de vista de un sacerdote que no había cometido un crimen, pero que sí había sido, con su silencio, cómplice. Fue claramente catártico volver a todos mis recuerdos de infancia.
–¿Cómo fue recibida la novela en Irlanda?
–Creo que ha sido mi novela mejor recibida de todas.
–El silencio puede ser peligroso: esa es la principal tesis que destaca en su novela. ¿Siente que en la literatura existe este mismo peso y que los autores están obligados a comprometerse con su tiempo y espacio?
–No creo que haya que decirle a ningún escritor lo que tiene que escribir. En Irlanda tuvimos este silencio durante tanto tiempo, como también lo hubo en tantos otros países tan católicos, durante tantas décadas. Y tampoco es algo propio de los escritores: la gente sabía lo que ocurría, pero mantenía el silencio por temor a la Iglesia.
–En “Las hermanas”, el primer cuento de Dublineses, de James Joyce, se desliza que un sacerdote ha muerto por una enfermedad venérea. Usted viene a continuar o, de modo claro, denunciar con más nitidez estos hechos.
–Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Joyce escribe en un momento donde no se podía hablar. Pienso también en John McGahern, quien debió abandonar Irlanda por lo que había escrito. Un libro como el mío hubiese estado prohibido. Creo que muestra que estamos en un mejor momento que antes. Cada escritor refleja la moral de su tiempo.
–Destaca que no está enojado ni siente rencor por la Iglesia, a pesar de haber sufrido abusos.
–Creo que me he reconciliado. Me eduqué en el catolicismo, pero hoy no me considero católico. Trabajé mucho con mis temas personales. Veo a la Iglesia desde afuera y veo una Iglesia que está cambiando. Creo que el Papa Francisco le está dando un nuevo aire. Ojalá él tuviera 20 años menos para que pudiera seguir haciendo cambios. No tiene ese autoritarismo que sí tenían sus predecesores. Si volvemos a los orígenes de toda religión, nos damos cuenta de que su misión es la de ayudar a la gente, y no la de señalarla. Cuando las iglesias se convierten en organizaciones políticas, que protegen su reputación y sus riquezas, pierden este fin. Quería escribir un texto sensible y no una diatriba, porque eso no sería interesante para el lector. Creo también que me hice más grande. Ya no soy más un hombre joven lleno de ira.
–Y, hablando sobre los hombres jóvenes y enojados [Angry Young Men, una generación de escritores británicos de mediados del siglo XX]. ¿Cuál es su vínculo con la literatura inglesa e irlandesa? ¿Cuál cree que es el lugar que ocupa en esta tradición?
–Me considero en gran medida un autor irlandés que vive en Irlanda, amo Irlanda y soy feliz allí. Me siento parte esa tradición. Pero leo de todo, no me limito solo a la literatura inglesa o irlandesa. Y cuando voy a festivales aprovecho para conocer a nuevos autores.
–Sin develar el final de Las huellas del silencio o de El niño con el pijama de rayas, hay un elemento o una sensación que, como lectores, nos invade: la necesidad de que haya justicia. ¿Se siente tentando o atraído como autor a lograr esta justicia?
–En la vida real las historias no siempre tienen una clara resolución, pero en las novelas los lectores necesitan un cierto sentido de final donde se encuentre la idea de que el bien triunfará. El lector no necesita que se cuelgue o mate al villano, sino, creo que, en cierto sentido ver cómo el villano comprende el trauma que ha causado y que aprenda que podría haber sido más valiente.
"Ojalá el Papa Francisco tuviera 20 años menos para que pudiera seguir haciendo cambios. No tiene el autoritarismo de sus predecesores."
–En sus novelas muchos personajes sufren, están inmersos en batallas. ¿De qué modo lo afecta sumergirse en estos universos?
–Como autor intento construir un mundo donde pueda acercarme y alejarme y a la vez, si dejar de estar focalizado. No puedo vivir en aquel mundo, porque si no, me derrumbo. En ocasiones necesité tomarme recesos, pero seguí y aprendí a separar la vida real de la ficción.
–Su nuevo libro, Las furias invisibles del corazón, es una novela de aprendizaje donde un hombre homosexual, en una sociedad conservadora, busca su lugar. ¿Por qué eligió este título?
–Fue Hannah Arendt quien, cuando describió al poeta W.H. Auden, un hombre con un rostro tan particular, se refirió a “las furias invisibles del corazón”, por el peso del dolor y el pasado que se refleja en nuestra cara. Cuando leí esta cita de inmediato supe que estaba ante el título de mi novela. Cyril es una persona muy emocional, pero también está enojado porque tiene que ocultarse.
–Menciona a Arendt, ¿cuál es su explicación sobre la crueldad, la discriminación, quienes hacen bullying?
–Muchas veces es miedo. En mi escuela, los chicos más homofóbicos eran quienes después resultaron ser homosexuales. Pero en la actualidad el mundo es un lugar tan diferente. Mi sobrino…
–...llamado Jamie, a quien le dedica El niño con el piyama de rayas…
–Sí, a él. Para ellos, para esta generación, la homofobia es como el antisemitismo o el racismo, y quien dice algo así es mal visto, pero no era así en mi generación. Creo que la homofobia fue el último rasgo de discriminación socialmente aceptado. Y aún así, se despenalizó la homosexualidad recién en 1993 y en gran medida fue por los abusos en la Iglesia, porque el país dijo: “No vamos a tolerar más este poder de la Iglesia”.
–Cyril es alguien que está marginado, como su madre adoptiva, una escritora.
–Así es. Las mujeres escritoras eran ignoradas, pero no por los medios ni por libreros ni por la crítica, sino por los hombres escritores. Aún tenemos profesores en las universidades que no enseñan en sus clases a escritoras mujeres. Hasta hace 10 años eran chic lit, eran menospreciadas.
–¿Cómo se lleva con la cultura de la cancelación?
–La detesto. La idea… ya desde la palabra, “cancelar”, me parece algo obsceno. Publiqué The Echo Chamber en Inglaterra, una novela sobre las redes sociales y cómo han creado monstruos. Las personas que encuentran su única validación a través de un “me gusta” y followers. ¡Me parece tan estúpido!
–En su obra hay una variedad tan grande de narradores, perspectivas, voces, de todas las edades, de todos los tiempos…
–Sí, ahora estoy escribiendo una novela narrada por una mujer de 90 años.
–Y también está escribiendo para TV.
–Sí, durante el confinamiento empecé a escribir guiones y a adaptar la novela de otro autor. Es un desafío. No hay nada firme, ahora los están estudiando productores. En abril pasado cumplí 50 años y pensé: “No puedo seguir haciendo siempre lo mismo. Me gusta escribir novelas, me divierte, pero quizá deba probar algo nuevo”.
–El protagonista de Las huellas del silencio dice que sintió vergüenza de ser irlandés. ¿Le ha pasado alguna vez?
–No. Hubo cosas que me enojaron mucho sobre Irlanda, que las odiaba, cuando tenía veintipico. Odiaba la hipocresía de la Iglesia, por lo que me pasó cuando era niño y por ser homosexual. Hoy vivo a diez minutos de la casa donde me crié. Creo que es necesario que haya cosas de tu país que no te gusten y que las puedas decir. Para eso están las elecciones.
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