John Berger, a los 90: retrato íntimo de un artista de la mirada
El escritor británico revisa su vida, hecha de pérdidas, descubrimientos y curiosidades; "el silencio no miente", dice
MADRID -. Impone el silencio de John Berger. Como si la edad, el tiempo, las palabras se detuvieran en su pelo revuelto, en la experiencia física de los dolores, en sus ojos azules y vivos, inquisitivos y adolescentes, para ser solo pensamiento y mirada.
Está echado en su chaise longue, en la casa en la que vive, cerca de París, frente a la claraboya abierta al patio, donde escribe o pinta, y no está echado porque quiera reposar de una noche larga, sino porque este atleta de la carretera, que hace nada se cruzaba Europa a bordo de una moto, tiene dolor de espalda, lo vence ese dolor. A veces se levanta, viaja por la casa como un pájaro mudo, y luego vuelve ahí, al lecho y al dolor, y al dolor, también, de las palabras.
Ha escrito muchos libros en los que están el dolor, el placer, el descubrimiento, la pasión del arte, y se remite a ellos cuando se le habla de lo que pasa en el mundo, de lo que piensa del fin de la historia que proclamaron antes de tiempo, de la inmigración, de lo que supone vivir, y de la memoria, de la orfandad que siente y que está detrás de todas sus líneas autobiográficas, en Siempre bienvenidos.
De todos esos rasgos humanos destaca este hombre de 90 años, escritor, pintor, ensayista, poeta y huérfano, el silencio que distingue el comienzo de cada una de sus palabras, como si las dijera a cincel. Por eso, porque escribe releyendo y tachando, como Rulfo, Brecht o César Vallejo, sus poetas, se resiste a hablar de lo que ya dijo en sus libros. "Escribo cada página tres o cuatro veces, cambiando palabras para intentar llegar a la precisión de la lógica y el pensamiento que el lector puede agarrar. Porque vivimos en un mundo rodeado de palabras, bla, bla, bla... Si alguien quiere saber qué he dicho de cada cosa, que vaya a los libros". Que vaya, por ejemplo, al libro que escribió sobre la inmigración, en A Seventh Man, "un libro que quizá es más relevante hoy que cuando lo escribí; si quiere saber qué pienso de la inmigración ahora que lea ese libro, que mire esas fotos [de Jean Mohr]... Y si quiere saber qué pienso de este siglo que comienza y sobre el supuesto fin de la historia que lea el libro que escribí a partir de Baruch Spinoza [El cuaderno de Bento, Alfaguara]".
A su auxilio como artista acude la pintura. ¿Acaso hay cosas que no pueden decir las palabras, y que tampoco puede decir ese imponente silencio que precede a lo que dice? Berger, de nuevo en silencio, como si tuviera una mano levantada, un muro de aire a través del que ve viniendo lo que querría decir. "La pintura nos muestra cosas que la escritura no puede. Igualmente, la escritura nos cuenta historias y pensamientos que la pintura no puede".
Sus libros son él mismo; el que está aquí, reposando el dolor, es sólo la dimensión física de esos libros. "Cuando escribo un libro imagino una obra en construcción, llena de constructores, personas a las que estoy leyendo, de mis amigos. Para cada libro, la obra es diferente. Yo no entiendo la ficción como categoría. Si uno quiere contar una historia, lo que se hace es escuchar a la gente. El contador de historias es ante todo uno que escucha. Y lo que busca son historias que cuentan los demás, normalmente sobre su vida o sobre la vida de sus amigos."
Son golpes de vida. "Cuando estoy escribiendo un libro todo lo que pasa está, de una manera u otra, tocado por mi vida en ese momento. Pero cuando termino el libro, me olvido, lo borro de mi mente para hacerle lugar a otra historia".
-¿Cuál es su estado mental cuando empieza a escribir?
Silencio.
Y la respuesta:
-Me vuelvo consciente de que hay algo que necesita ser dicho. Puede ser algo grande sobre el mundo, o algo sobre el aspecto de una flor en un jarro, por alguna razón o por otra. A veces me digo: quizá lo diga otro. Y a veces la respuesta es: no, si no lo dices no será dicha. Y entonces tengo que escribir.
En el libro que aparece ahora en Reino Unido, Confabulations, Berger regresa a la infancia. "En cuanto tuve memoria he tenido la sensación de ser una especie de huérfano extraño, porque mis padres me amaban, no había nada patético en mi condición. Desde pequeño me mandaron a internados, y mis padres me venían a visitar una vez al trimestre y me sacaban por ahí un sábado. A los 16 años me escapé del internado y encontré la manera de vivir de forma independiente, en Londres".
Se hace el silencio. John prosigue:
"En Navidades íbamos a visitar a mis padres y a celebrar, y mi padre me dio mi primera moto. A mis 18 años le pedí que posara para mí y le hice un retrato que tengo aquí. Cuando era niño él había querido ser pintor, pero no le dejaron, y guardaba como recuerdo un cuadro que había hecho sobre un plato de metal como una especie de talismán. Y como huérfano uno aprende a ser autosuficiente, y los trucos de los oficios que eso requiere. Yo me acerco a los lectores de la misma manera, como si ellos también fueran huérfanos".
¿Qué sentimiento tiene Berger cuando relee lo que escribió sobre la orfandad? "Creo que pensé en mi madre. Cuando era muy anciana, como a la edad que tengo ahora, me dijo que, cuando estaba embarazada de mí, su primer hijo, sintió que esperaba que ese niño fuera escritor. «Y nunca te lo dije para no influir en ti». «¿Y por qué nunca leíste mis libros?», le pregunté. «Porque quería que siguieran siendo tan buenos como yo imaginaba que eran»".
-Igual usted los borra de su mente por la misma razón.
-¡Síííí! ¡Jajajaja!
-A esa edad que usted tiene su madre le dijo a Katia, su hija, su nieta: "Cuando seas muy vieja te darás cuenta de lo difícil que es convencer a los demás de que estás feliz".
-Estaba contenta, la recuerdo decir eso. ¿Le cuento una historia? Me convertí en escritor porque quería ser pintor. Estaba en la escuela de arte. Una amiga me llevó a la BBC a que describiera cuadros. El primero que escogí fue uno de Van Dyck, en la National Gallery. Cinco minutos de radio, y así me fui haciendo escritor.
Mira como un pescador; dice con los ojos y con la palabra. "Sí que miro como un pescador, al interior del agua, a ver lo que hay bajo los bancos del lago, a ver si hay un pez o si esas burbujas muerden, ¡jajajaja!".
Berger echado en su chaise longue, el periodista preguntando. Le pregunté cuál es el valor del silencio:
-El silencio no miente.
Luego se levantó para decir adiós, su mano poderosa sobre la puerta, los ojos azules de pescador impecable. El abrazo fue también un beso a un niño huérfano en sus ya tan innumerables años.
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