Jennifer Croft: traductora de una Premio Nobel, se enamoró de la Argentina y ahora escribe en español
La estadounidense, que publicó en inglés a Olga Tokarczuk, vivió en Buenos Aires, donde se hizo amiga de varios escritores a los que también tradujo en el exterior; su novela “Serpientes y escaleras” narra la historia íntima entre dos hermanas
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Fiel a tres idiomas y a tres culturas, la escritora y traductora estadounidense Jennifer Croft (Oklahoma, 1981), conocida por haber obtenido el premio Booker Internacional en 2018 por su versión al inglés de Los errantes, de la Premio Nobel de Literatura 2018, la polaca Olga Tokarczuk, publicó en la Argentina su primera novela escrita en español: Serpientes y escaleras (Entropía). Protagonizada por dos hermanas, Amy y Zoe, la trama sigue paso a paso la educación sentimental de una niña genio (Amy) y los infortunios de la hermana menor en un hogar estadounidense de atmósfera salingeriana. La novela, que narra episodios íntimos, felices y dolorosos, acompaña a las hermanas hasta el umbral de la juventud.
Desde Los Ángeles, Croft anuncia que acaba de terminar de corregir su traducción al inglés de la obra maestra de Tokarczuk, Los libros de Jacobo, una novela de 1200 páginas que transcurre en el siglo XVIII. “Es un libro brillante que me llevó años de investigación”, dice a LA NACION. Su próximo proyecto de escritura es una novela en la que ocho traductores asesinan a una autora famosa con la que están obsesionados. “Todo sucede en un bosque, en la frontera entre Polonia y Belarús”, adelanta. También tradujo a varios autores argentinos contemporáneos, como Romina Paula (que firma el texto de contratapa de Serpientes y escaleras), Pedro Mairal y Federico Falco. En 2019 publicó Homesick, un libro de memorias con el que ganó el premio internacional William Saroyan en la categoría de no ficción y que se relaciona con la novela que escribió en español.
Enamorada de un cordobés, Croft viajó a la Argentina y se instaló en Buenos Aires por un largo tiempo. Con las escritoras Pola Oloixarac y Maxine Swann y la traductora Heather Cleary creó The Buenos Aires Review, una revista literaria bilingüe. En su primera novela se devela otra pasión de la autora y traductora: la fotografía. Entre capítulos aparecen imágenes que acompasan el relato. “La fotografía era una obsesión para mí cuando era chica pero después empecé a ver mis fotos como bastante artificiales, forzadas, tal vez, y ahí empecé a dedicarme más a la literatura -dice-. Las palabras me parecen más honestas. No pretenden ser reproducciones fieles de nada. Son palabras, son abstractas, cambian de significado todo el tiempo, algo que significa una cosa en Barcelona significa otra cosa por completo en Trelew. Me gusta jugar con eso, me parece más dinámico y más verdadero, paradójicamente”. Ese laberinto mental y verbal se insinúa en Serpientes y escaleras, donde cada capítulo, breve y subtitulado, se asemeja a una Polaroid.
-¿Cómo fue escribir en español tu primera novela y cuánto tiene de autobiográfica?
-Decidí viajar a Buenos Aires porque había leído a Witold Gombrowicz y había conocido, en Cracovia, a un chico cordobés que me gustaba mucho, dos hechos que me bastaban para generar todo un paisaje imaginado poblado por gente linda e interesante. Cuando fui por primera vez no hablaba nada de castellano; igual la ciudad superó aun mis expectativas más delirantes, y apenas pude, volví para vivir, primero en Palermo, después en Almagro, finalmente en Villa Crespo. Estudié castellano y empecé a leer a escritores argentinos y a querer formar parte yo también de esa comunidad que tanto admiraba. En ese momento escribía mi tesis de doctorado y todo lo que intentaba escribir en inglés me salía medio académico, seco, complicado; una mañana empecé a escribir en español lo que más quería contar a mis conocidos argentinos: mi infancia en Oklahoma, tema que nunca se me hubiera ocurrido tocar en inglés pero que de repente me parecía algo exótico, por lo menos menos aburrido de lo que había pensado toda mi vida.
-Qué relación guarda con Homesick, tu libro autobiográfico?
-Homesick es la versión en inglés de Serpientes y escaleras, que empecé a escribir en el medio porque quería compartir lo que estaba haciendo con mi hermana, que no habla castellano. Para mí, como traductora, ninguno de los dos libros es una traducción. La versión en inglés fue tomando otra forma y al final se publicó con una gran cantidad de fotos en color y en blanco y negro. No sé cuál prefiero, creo que la versión original, o sea, la que escribí primero, en español, aunque obviamente no tengo el mismo nivel de control sobre el lenguaje de la historia. Me pregunto si eso importa.
-¿En qué momento viviste en Buenos Aires y cuál es tu relación con el ambiente literario local?
-Viví en Buenos Aires por siete años, entre 2010 y 2017. Me gustaría volver a vivir allá. Me fui por compromisos laborales, y después obviamente no se pudo viajar por la pandemia. En todo caso me encanta que se publique mi novela ahora aunque no puedo estar, y como al mismo tiempo acá en los Estados Unidos salen dos traducciones mías de literatura argentina, La uruguaya de Pedro Mairal y Un cementerio perfecto de Federico Falco, siento que de alguna manera sigo conectada, aunque sea a distancia.
-¿Vos elegiste traducir a estos autores o fueron encargos editoriales?
-Hasta ahora siempre elegí a los escritores que traduzco, y siempre me pasó algo parecido: iba a la librería (en general en Buenos Aires esa librería era Eterna Cadencia) y hojeaba libros de cuentos y novelas, y muy de vez en cuando veía algo que me encantaba, que me daba cuenta de que tenía que traducir y compartir.
-¿Cómo fue tu experiencia de traducir a Olga Tokarczuk y ganar el premio Booker Internacional?
-Traduzco a Olga desde 2003, cuando por primera vez leí sus cuentos, que acababan de salir y con los que me topé un día en la biblioteca universitaria de Iowa. Me enamoré y ahí empezó todo. El gran problema horrible de mi manera de elegir textos para traducir es que después me cuesta convencer a los editores estadounidenses de tomar el riesgo de publicarlos. La novela de Olga con la que ganamos el Booker en 2018 me llevó diez años de reuniones, llamadas, mails, fragmentos que publicaba en revistas, mientras que todo el mundo me decía que no, que nadie iba a apreciar esa obra que era tan poco tradicional, tan lenta, tan rara. Cuando de repente Olga logró tanta fama mundial, me puse muy contenta.
-¿Tenés una opinión sobre la literatura argentina actual?
-Me encanta la literatura argentina actual y me encanta traducirla. Me parece muy necesario para la literatura estadounidense, que quedó un poco empobrecida por la comercialización extrema de la ficción y no ficción que empezó en el siglo pasado.
-¿Te gustaría ser considerada una autora argentina o estadounidense?
-Me gusta pensar que logré escribir una novela argentina. Sinceramente eso es muy importante para mí. Soy una persona tímida y Buenos Aires me dejó desarrollar una vida plena con muchos amigos que quiero muchísimo y este libro tan personal también es parte de eso. Pero por supuesto no puedo decir que no soy estadounidense.
-¿Por qué elegiste contar la vida de dos hermanas?
-Me interesan las relaciones que son menos comunes en la literatura, como la hermandad, la amistad, la relación entre profesor y alumno. Los hermanos son muy importantes para nosotros cuando somos chicos y me parece raro que después no se hable tanto de eso. Le di la voz narrativa a la mayor en Serpientes y escaleras porque quise escribir sobre los peligros de la empatía, la manera tan sutil en que la enfermedad se generaliza, en este caso algo que empieza como un tumor en el cerebro de la pequeña Zoe y que paulatinamente afecta también a Amy.
-¿Qué representa para vos la tarea de traducir?
-Ahora solo traduzco del polaco y el español; antes también trabajaba con el ruso y un poco con el ucraniano. Pero me parece que hace falta estar en el país, poder sentir los ritmos del habla cotidiana para realmente ser fiel a los textos y siento que en este momento solo tengo espacio mental para tres literaturas y culturas: la argentina, la polaca y la estadounidense. En algún momento voy a dejar el polaco. El castellano nunca, obvio.
Así escribe la traductora de Olga Tokarczuk
Zoe huye de casa una vez por semana, como mínimo. Agarra al perrito y se sienta bajo el peral que todos los años, al final del verano, da unas peras no comestibles que después su papá junta y tira a la basura. El árbol está entre el jardín de adelante, tierra de nadie, donde cree que jamás irían a buscarla.
Zoe se pasa esos quince o veinte minutos de fugitiva jugando con los animalitos de plástico que se llevó en la valija y distribuyendo las provisiones de manera equitativa entre ella y el perrito. Al perro le da unas galletas marrones, que tienen sabor a cordero y verduras. Para ella se reserva las verdes, que tienen sabor a pollo. Las de manteca de maní las comparten entre los dos.
Del lado de la valijita donde están los animalitos y las Milk-Bones se ve la imagen de una chica delante de una cerca blanca. Arriba están escritas las palabras Going to Grandma’s.
Pero la foto que saca Amy no muestra eso, porque lo que le interesa son las cosas que están adentro de la valija. Así que mientras Zoe está en el baño, Amy abre la valija y despliega su contenido sobre las sábanas arrugadas con estampado de constelaciones. Apunta su Polaroid hacia abajo, pero no entra todo en un cuadro, así que sube a la cama y se coloca sobre las cosas de Zoe, apunta de nuevo y aprieta el obturador con el dedo índice.
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