Jean-Luc Nancy: “Las sociedades no solo están enfermas del virus”
El domingo último, desde Estrasburgo, el filósofo francés Jean-Luc Nancy (Burdeos, 1940) presentó su nuevo ensayo, escrito en los primeros meses de la primera ola de la pandemia de Covid-19 en Europa. Con reminiscencias nietzscheanas, Un virus demasiado humano fue publicado en el país por La Cebra en coedición con el sello chileno Palinodia, y traducido por Víctor Goldstein. Como observa con ironía el autor en el prefacio, la pandemia provocó una “proliferación propiamente viral de discursos” y a la vez puso en evidencia un derrumbe de las certezas y los hábitos arraigados hace mucho tiempo en distintas regiones del mundo. “Las sociedades hoy no están enfermas solo del virus, sino que adolecen todo un desacople social”, dijo este domingo, en diálogo con los doctores en Filosofía e investigadores L Felipe Alarcón (de Chile), la española Idoia Quintana Domínguez, Mónica Cragnolini y el investigador Daniel Alvaro.
Nancy, que en julio de 2020 cumplió ochenta años, es uno de los filósofos europeos más destacados de la actualidad. Se graduó en filosofía con una tesis sobre Immanuel Kant, que supervisó Paul Ricoeur. Junto con Philippe Lacoue-Labarthe, integró un dúo filosófico que organizó coloquios en Cerisy-la-Salle y produjo libros clave del pensamiento francés, como El absoluto literario y El mito nazi. Es profesor emérito de la Universidad de Estrasburgo y entre sus libros solistas se destacan El sentido del mundo, La partición de las artes, Tumba de sueño, A la escucha, La ciudad a lo lejos y La declosión. Interesado en los modos de pensamiento que escapan a la sistematización, escribió sobre Descartes, Kant, Hegel y Heidegger, pero también sobre pensadores franceses del siglo XX, como Jacques Lacan, Georges Bataille y Maurice Blanchot. Los leitmotivs de su filosofía incluyen la cuestión de la comunidad, la naturaleza de la política, el romanticismo alemán, el psicoanálisis, la literatura, la tecnología y la hermenéutica.
Su amigo Jacques Derrida (sobre el que también escribió) le dedicó El tocar, Jean-Luc Nancy, donde el filósofo de origen argelino despliega una ética a partir de la lógica del tacto y el pensamiento a tientas. Su ensayo autobiográfico El intruso, donde reflexiona sobre un trasplante de corazón que le realizaron a los cincuenta años, fue llevado al cine por Claire Denis. El pensamiento de Nancy avanza mediante deconstrucciones y paradojas; ha señalado que a la vez que aumenta la autoafirmación de la voluntad de la humanidad (o su “voluntad de poder”), más se acerca a la autodestrucción. Libradas a su propio despliegue, una fuerza y otra se potencian en una espiral que parece ilimitada. Para Nancy, la pandemia reveló que el mundo experimenta “el desconcierto de una mutación profunda”.
Impresionante el último libro de Jean Luc Nancy, de @edlacebra pic.twitter.com/TqAW6YF6uj
— Dario Sztajnszrajber (@sztajnszrajber) December 17, 2020
“Es posible que el síntoma requiera actuar sobre la patología profunda y que debamos ponernos en búsqueda de una vacuna contra el éxito y la dominación de la autodestrucción -se lee en el prefacio de su nuevo ensayo-. También es posible que a este síntoma le sucedan otros hasta la inflamación y extinción de los órganos vitales. Esto significaría que la vida humana, como toda vida, llega a su término”. A continuación, elegimos algunos fragmentos de la conversación del filósofo francés sobre Un virus demasiado humano.
Nietzsche y los animales
Desde ya, lo demasiado humano en Nietzsche se opone a lo sobrehumano. Se distingue de lo sobrehumano, de lo que él llama superhombre. Por otra parte, obviamente, en Nietzsche no hay consideración de lo no humano animal o vegetal. Diría que no lo hay directamente porque, en su época, eso aún no se había convertido en un tema de preocupación. En tiempos de Nietzsche, aún no existía la increíble explotación del conjunto de la biósfera terrestre. Así y todo, en Nietzsche podemos hallar una serie de animales, en particular, la vaca, la vaca rumiante. Así como podemos hallar el camello, el león, también el perro. Si no me equivoco, en algún lado dice que al perro le gustaría mucho hablar pero que tan pronto como lo intenta se olvida de lo que quería decir. Cada una de esas imágenes de animales, en Nietzsche, acaso deban ser analizadas por lo que son. Se dirá que son imágenes, metáforas. No obstante ello, a través de esas imágenes de animales, me refiero especialmente a la vaca, la vaca rumiante. Quizá porque para mí también las vacas sean animales con los cuales diría que, justamente, tengo cierta proximidad, una suerte de pensatividad, de pesadez. Pero tal vez todo eso sean recuerdos de mi infancia. Lo cierto es que en Nietzsche hay un sentido de lo no humano animal, tanto como de lo sobrehumano. Lo sobrehumano no es lo que muy a menudo se entendió como el superhombre y lo que en las interpretaciones nazis de Nietzsche se convirtió en un hombre superior. El superhombre de Nietzsche, si lo miramos bien y leemos bien todos los textos, no es un hombre superior. Es un hombre que, como hombre, es más que meramente humano. Ergo, demasiado humano. ¿Qué quiere decir? ¿Qué significa simplemente humano? Y por tanto, según el título de Nietzsche, demasiado humano. Simplemente humano significa un hombre que no ve más allá de su humanidad. Pero ese hombre es el hombre de lo que dio en llamarse humanismo.
Qué fue el humanismo
En el humanismo, el hombre comenzó, en particular, a desvincularse de Dios. El hombre del humanismo es un hombre que se desliga de toda superioridad a él. A su vez, sin duda, el hombre del humanismo también se desligó de las demás formas vivientes porque comenzó a estudiarlas. No a explotarlas porque hacía mucho tiempo ya que el hombre practicaba la ganadería y el cultivo de plantas. Pero ciertamente que, con el humanismo, la observación del animal devino en algo que hoy conocemos muy bien, pues los laboratorios están repletos de animalitos sobre los que se hacen experimentos. Creo que toda la cuestión que hoy se plantea mediante la pandemia, es decir, a través de la pandemia y a través de todo nuestro modo de existencia tecnoeconómico, es la cuestión de un hombre que se limita a su humanidad. Es decir, ya no tiene relación con otra cosa que no sea él mismo, con otros seres distintos de sí. [...] El humanismo fue sin lugar a duda una extraordinaria liberación y, a su vez, un encierro. Nos encerramos en el interior de lo humano. Y al encerrarse en el interior de lo humano, nos concentramos en el bienestar del humano. Pero el bienestar, que es una expresión moderna, no es el buen vivir de Aristóteles. No es una vida que se corresponda con la realización de todos dentro de la ciudad. Porque para Aristóteles el buen vivir es la meta de la polis. El bienestar moderno, por su parte, es la posibilidad para el hombre de ser cada vez más productor de sí mismo, de su propia existencia. En ese sentido, la salud ha jugado un papel cada vez más considerable con el correr de los siglos.
No sabemos qué hacer con la muerte
Hoy en día, es evidente que la pandemia se instala también en un mundo tan preocupado e inquieto por la salud que nos encontramos frente a problemas que en el fondo jamás habíamos imaginado. ¿Habrá que atender a todas las personas mayores, cuyas vidas a menudo no son vidas buenas, justamente, cuyas vidas son difíciles, complicadas? Muchas veces son vidas en parte enfermas, por otras causas. Y esas vidas se deben a los avances técnicos de la medicina. Tomen a alguien como yo. Tengo ochenta años. Obviamente, soy una persona de riesgo para el Covid-19. Tengo ochenta años porque hace tres décadas me hicieron un implante cardíaco. Es una prolongación de vida superlativa. ¿Acaso prolongar la vida, la mera longitud de la vida, es un bien en sí? ¡No! Una vida, y no lo digo por mi propia vida; una vida larga, cuando es una vida difícil, con sufrimiento, quizá no sea una buena vida. Pero el punto es que hoy llegamos a considerar que la mera longitud de la vida es el criterio de la buena vida. Por supuesto que ese siempre fue un sueño de la humanidad, como los patriarcas bíblicos, cuyas vidas duran lapsos inverosímiles, doscientos, quinientos años. La idea de una larga vida siempre fue una aspiración. Porque la vida quiere continuar. Pero al mismo tiempo la vida también va hacia la muerte y la muerte forma parte de la vida. Y nosotros no sabemos qué hacer con la muerte. No sabemos en absoluto qué hacer con la muerte humana. Y tampoco sabemos ya qué hacer con la muerte de los demás seres vivos. Porque los demás seres vivos, precisamente, o bien se destruyen entre sí a causa de nuestra transformación del planeta, de la naturaleza. O bien los matamos nosotros para comerlos o para utilizar sus pieles. No debemos matar a las otras especies para nuestro propio bienestar. En realidad, ¡ni siquiera sabemos por qué decimos eso! Lo decimos en nombre de una especie de respeto general de la vida ¡y no sabemos qué es la vida! Ahora bien, la vida, nuestra vida, la vida humana y las vidas animales y vegetales están seguramente, no quisiera decir destinadas para no plantear una finalidad, pero sí están todas expuestas a aquello a lo que está expuesto el viviente por estar vivo, o sea, la relación con el otro, etcétera. Y asimismo a su propia muerte. Porque la muerte es una culminación de la vida. Siempre y cuando no sea una muerte infligida, a través del asesinato, ya sea un crimen o la guerra.
Capitales genéticos
La mutación siempre es, para los biólogos, una transformación del material genético. Sucede en un individuo, el mismo individuo. Luego ese individuo comunica su mutación a los descendientes y a toda la especie. La mutación se da cuando el stock genético de un individuo es modificado. Es decir, cuando un elemento en la cadena de ADN es suprimido, reemplazado, desplazado, subvertido. Creo que, en efecto, la historia de la humanidad está compuesta por mutaciones. Digamos que no es el stock genético del animal humano, aunque también es cierto que el propio animal humano es fruto de mutaciones. ¿Qué es el neandertal frente al Homo sapiens? Es otra una mutación. Es otro capital genético.
Mutaciones de la democracia
Cuando sucede una mutación, no podemos saber qué producirá. No sabemos. La gran máquina tecnocapitalista continúa. Anteayer, leí que desde el inicio de la pandemia los más altos ingresos en Estados Unidos habían aumentado. ¡Más que el año anterior! Así que mientras todos sufren con la pandemia, la riqueza sigue acumulándose. Desde ese punto de vista, podemos decir que no hay mutación. Al mismo tiempo, por suerte, sí hay una mutación en la relación general de las sociedades consigo mismas. Las sociedades hoy no están enfermas solo del virus, sino que adolecen todo un desacople social. Claramente la democracia está ligada a la mutación occidental. Porque la democracia griega es la respuesta a la desaparición de todo orden mítico-divino. El tema es que la democracia también atravesó mutaciones. La democracia griega se funda en una definición del pueblo. El pueblo son todas las personas que son reconocidas, por ejemplo, como atenienses, propietarias de algo, las más de las veces eran tierras. Y esos ciudadanos que componen el pueblo no incluyen ni a las mujeres, ni a los niños, ni a los extranjeros. Más adelante, con Roma, hay una transformación de la democracia que está ligada al derecho. Por último, vendrá el cristianismo, que hace de la democracia la igualdad y, en principio, el amor de todos los hijos de Dios. Pero resulta que, justamente, eso se divide en dos. Por un lado, el aspecto espiritual y teológico. Por otro, el aspecto material y práctico. Y dentro de este último, al mismo tiempo, se desarrolla, o sigue desarrollándose toda la dinámica de lo que Descartes llamará dominio y posesión de la naturaleza.
El sufrimiento de la mayoría
La democracia ha entrado en una nueva fase. Y es una fase problemática, en la cual no sabemos qué es el pueblo. El pueblo ya no está definido, no sabemos en absoluto qué quiere decir “pueblo”. ¿Todo el mundo? ¿Eso qué significa? Por eso es que el principio de la elección, que es obviamente un principio que hace justicia a la dignidad de cada persona, que puede expresarse en cuanto a las decisiones que conciernen a la colectividad. Pero al mismo tiempo, la expresión de cada uno es igualmente la expresión de intereses, de pasiones y también de ignorancia. [...] Diría que el pueblo es la mayoría, evidentemente. Eso es lo que define nuestra civilización. Es el número más grande. Entonces, si es todo el mundo, o mejor dicho, la mayoría, esa mayoría está sufriendo. Está sufriendo cada vez más. Y no solo por la pobreza o el hambre, sino también por las enfermedades. Y la pandemia incrementa las desigualdades. Ergo, es a partir de ese sufrimiento que habría que entablar una nueva reflexión sobre la democracia. La democracia debería ser el gobierno, o mejor dicho, la autoridad reconocida por el sufrimiento. Por supuesto que no hablo de cualquier sufrimiento. Es lógico que suframos por una enfermedad, o por nuestras pasiones, etcétera. Pero sí el sufrimiento que pone en entredicho la posibilidad de una vida dotada de un mínimo de sentido. Y ese sufrimiento tal vez sea en igual grado un sufrimiento moral. Como nuestro sufrimiento de cara a la muerte.
La conversación completa con Jean-Luc Nancy se puede ver en este enlace.
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