Jazz y rock, muestras y recuerdos
Una foto de la Creole Jazz Band de King Oliver, una muestra soñada en París y una exposición del rock nacional en los 80, en el Museo Histórico Nacional
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La foto era gigante. Bah, ¿qué se yo si era gigante? Yo me la acuerdo así: imponente. Lo que más me llamaba la atención era la pianista, Lil Hardin (su nombre lo supe más tarde, igual que el dato de su relación amorosa con Louis Armstrong, de quien fuera su segunda esposa), vestida de punta en blanco en medio de la escena. Y la pirueta del clarinetista Johnny Dodds, apoyado sobre la tapa del piano, como suspendido en una alfombra mágica. No hubiera reconocido jamás al jovencísimo Louis Armstrong simulando soplar esa especie de trombón piccolo, notoriamente más pequeño al que sostenía el trombonista Honoré Dutrey. Casi que el banjo, en la última fila, le ganaba foco a su intérprete, Bill Johnson. Baby Dodds, asomando entre platos y tambores, me recuerda ahora al también baterista (y fotógrafo) Tito Villalba. Y no hubiera imaginado jamás, hasta que lo supe, que ese trompetista ensimismado, que sostenía la sordina en la campana de su instrumento, era el líder de la agrupación: Joe “King” Oliver. Pero lo cierto es que esa foto de la Creole Jazz Band, tomada en 1923, que en los tempranos 80 se imponía en su bastidor en el comedor de la primera casa que habité con mis padres, tiene en mí el poder emocional de una imagen religiosa. Antes, se había lucido en el local y en las bolsas de Jazz & Pop (la disquería que atendían mi padre y mi tío Andy en los 70) y luego fue cedida para decorar Bix, el boliche del trompetista Alfonso Fassi.
Tal vez por ese, entre otros mojones de mi educación sentimental, no puedo dejar de evocar a la exhibición Le siècle du jazz como la mejor de todas las muestras que vi en mi vida. Fue a fines de mayo de 2009, en el entonces flamante museo de antropología parisino de quai Branly. Curada por el profesor y crítico de arte francés Daniel Soutif, la mirada, el enfoque, la visión y misión de la exposición, proponía un diálogo entre la música y la plástica, el cine y la fotografía. Allí convivían la foto de la Creole con partituras primitivas del ragtime y pinturas de Jean Dubuffet, Fernand Leger, Pete Mondrian, William H. Johnson, Jackson Pollock, Romare Bearden, Keith Haring, Jean-Michel Basquiat, los collages de Henri Matisse y portadas de álbumes ilustradas por Alex Steinweiss, además de los diseños de Reid Miles para el sello Blue Note. El retrato en alambre de Josephine Baker realizado por Alexander Calder. Afiches del Harlem Renaissance. Fotos de todos los grandes, De Bessie Smith y Billie Holiday a Cab Calloway y nuestro Gato Barbieri, además de una estupenda copia de A Great Day in Harlem, la emblemática toma de Art Kane (1958). Aparte del valor testimonial y el impacto emocional, la enorme virtud era entender al jazz como una de las Bellas Artes, más allá del aspecto estrictamente musical, en un formidable diálogo estético con las vanguardias del siglo XX.
Evoqué esa experiencia la semana pasada, cuando fuimos con César y Pablo al Museo Histórico Nacional para ver Los 80. El rock en la calle, la extraordinaria muestra que retrata el momento en que el rock argentino se reinventaba, entre la primavera democrática y el ocaso alfonsinista. Curada por los historiadores Gabriel Di Meglio y Ricardo Watson, y el fotógrafo Carlos Gustino (Aspix), incluye objetos únicos, como guitarras de Luis Alberto Spinetta, afiches originales de los Redondos, Soda Stereo y Don Cornelio, la valija que trajo Luca Prodan cuando llegó a la Argentina, los trajes de Los Twist (colección del saxofonista Gonzo Palacios), y los diseños de Renata Schusseim para la presentación de Clics Modernos, la obra rupturista de Charly García. Pero también está la memorabilia, muchos programas, las entradas, que los vejetes, Pablo y César, conservan en sus casas. Caminando por Defensa, conmovidos, entendimos que sus recuerdos, que son la banda de sonido de una generación, ya eran parte de los libros de Historia.
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