J. M. G. Le Clézio: "La pesadilla del nacionalismo es terrible"
Estrella del Hay Festival, el Nobel reivindicó la capacidad de ser diverso
QUERÉTARO (MÉXICO).- No hay que dejar que el nacionalismo nos envenene" dice, en perfecto castellano, el francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, Nobel de Literatura en 2008 y autor de una obra que reúne novelas experimentales, ensayos, libros de viaje y estudios sobre México, Panamá y Oceanía. Para el autor de Azar (Adriana Hidalgo), recién publicado enla Argentina, y de El africano, que vivió 12 años en la ciudad mexicana de Michoacán y cuatro en el corazón de la selva panameña del Tapón del Darién, el mayor riesgo de nuestra época consiste en "creer que el nacionalismo es la respuesta a nuestros temores. La historia demuestra que esa opción siempre ha sido la equivocada. Los escritores pueden permitirse muchas cosas, pero no deberían olvidar que representan a la cultura, que valora todo lo contrario a lo que proponen los nacionalismos".
Le Clézio no pasa desapercibido en Querétaro, la ciudad mexicana donde hoy concluye una nueva edición iberoamericana del Hay Festival, el encuentro literario en el que este escritor de "la aventura poética y el éxtasis sensual", como lo define la Academia Sueca, brilla con luz propia. Elegante y sonriente, el escritor acepta con gusto su condición de celebridad y habla con quienes lo buscan dentro y fuera del Hay. "En realidad, soy una persona común; lo único que tengo de especial es que puedo decirlo sin que nadie me crea."
-¿Sugiere que el gremio literario no se compromete lo suficiente?
-No es una cuestión de compromiso. En general, los escritores escriben para sí mismos, así es nuestro trabajo. A lo que me refiero es que, a veces, la literatura se parece a un club de amigos y de privilegiados. Es como si los escritores y los críticos fuéramos parte de una misma familia en la que nos peleamos o nos hacemos regalos. Pero hay que salir al mundo, salir del club.
-¿La literatura no siempre fue un club de amigos?
-No, para nada. Había un contacto más próximo con el mundo, los escritores del pasado no eran así. Cervantes no escribía para escritores ni para críticos; y mientras desarrollaba su carrera literaria, por decirlo de una manera, trataba de encontrar un oficio en la Corte. Daniel Defoe vendía sábanas. Juan Rulfo trabajó en una compañía eléctrica. La capacidad de ser diverso es muy buena para la vida y para la literatura.
-¿Usted qué hace fuera del "club"?
-Va a sonar presuntuoso, pero hago algo que me gusta mucho: doy clases en China. Los chinos sienten que a los científicos no les interesa la cultura, así que algunas instituciones fomentaron la creación de, digamos, un nuevo humanismo, en el que los hombres de ciencia deben estudiar el mundo de las artes. Por eso, cada universidad tiene un equipo de científicos, astrofísicos en su mayoría, que se dedican varios años a discutir asuntos artísticos. Y ahí entro yo, para dialogar con ellos. Yo hablo de literatura y ellos de astrofísica.
-Buena parte de su obra se basa en la idea de entender al otro. ¿No es esa predisposición, justamente, algo que hace falta en estos días?
-Sí, claro. No hay nada más estéril que encerrarse en uno mismo. A mí me ocurrió: hubo un tiempo en el que ya no podía escribir porque había agotado mi fascinación por mí mismo. Mis libros sólo hablaban de mis obsesiones y mis fantasías. Era una especie de autobiografía, y llegó un momento en mi vida en que ya no podía hacerlo más. Me resultaba obsceno, empezó a disgustarme terriblemente.
-¿Y cómo recuperó la pasión por la escritura?
-Hice algo extremo. Me dije que tal vez la solución era vivir en lugares donde no existiera la literatura. Y así fue cómo llegué a vivir al Tapón del Darién, en la selva panameña, donde por cierto encontré que la población no tenía escritura pero sí una literatura oral con mucha relación con la vida cotidiana. Allí recuperé la confianza en la literatura y aprendí a escribir sobre otros temas que no tenían que ver conmigo mismo.
-¿Viajar lo ayudó a escribir?
-Yo no me considero un viajero. Soy de los que odian los aviones y los aeropuertos. No viajo mucho; sólo paso largas estancias en países. He vivido doce años en Michoacán, en México; cuatro en el Tapón del Darién, diez en Estados Unidos. Esas largas estancias me ayudaron en mi literatura, sí, pero también me enseñaron la importancia de la adaptación, de tratar de entender a los demás en sus astucias, rituales y modos de vivir y convivir.
-Usted que vivió en América latina y es un profundo amante de México, ¿qué piensa de las propuestas políticas de Donald Trump?
-No quiero hablar de él. Sólo diré que la pesadilla del nacionalismo es terrible. Yo entiendo el sentimiento del patriotismo, lo siento en persona, pero el nacionalismo es un peligro. Desgraciadamente, es un asunto que se está propagando. Pero conviene tener presente que es la expresión más bruta y violenta del patriotismo, un triunfo de la intolerancia que para la cultura debe ser inaceptable.
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