Ivan Jablonka: "Cuando apareció el #MeToo no me sorprendí nada"
PARIS.– Si en el mundo hubiera muchos más intelectuales con la sensibilidad de género de Ivan Jablonka, probablemente no existirían movimientos como #NiUnaMenos o #MeToo.
El público argentino tendrá oportunidad de verificarlo la próxima semana, cuando el célebre historiador, sociólogo y autor de Historia de los abuelos que no tuve y de Läetitia o el fin de los hombres, entre otra docena de libros, llegue a Buenos Aires para dar una serie de conferencias en el marco del ciclo Ideas, Pensando juntos el Mundo y del W20.
Ex alumno de la prestigiosa Escuela Normal Superior de París, profesor, investigador, jefe de redacción de la revista en línea laviedesidees.fr y codirector –con Pierre de Rosanvallon– de la colección "La República de las Ideas", Jablonka se ha convertido en una referencia en ese nuevo terreno de la historia donde los recuerdos personales o familiares sirven para precisar el espacio de hechos y épocas precisas.
Nacido en 1973, nieto de judíos deportados, testigo del vertiginoso cambio del mundo que presenció desde su niñez a la actualidad, Ivan Jablonka se ocupó sobre todo de analizar los cataclismos y realidades del siglo XX, casi siempre con un punto de partida original: la infancia.
Su próximo libro, En camping-car, relato de sus vacaciones de verano en familia, pero también evocación del mundo en la década del 1980, será próximamente publicado en Argentina.
–En su trabajo de historiador y de sociólogo, hay un marcado interés por los niños. ¿Cuál es la razón?
–La primera razón es familiar. Mi padre nos habló mucho de su infancia que era, a la vez, interesante y trágica, porque perdió a sus padres durante la Segunda Guerra Mundial. De él vi primero al niño antes de ver al hombre. Incluso durante una época tuve la impresión de ser su padre porque yo era quien lo escuchaba hablar en su calidad de niño. A partir de allí, me habitó la figura del niño sin padres o sin familia e hice mi tesis de doctorado sobre los niños abandonados en Francia en los siglos XIX y XX. Haciendo historia tenía la impresión de comprender mejor a mi padre. Muchos de mis libros son a la vez exploraciones familiares, una mejor compresión paternal y libros de historia general.En forma mas general, tengo la impresión de que la infancia dice mucho sobre el mundo de los adultos. Todos fuimos niños, todos estamos impacientes de olvidar nuestra infancia. Yo, por el contrario, prefiero permanecer en ese mundo.
–¿Su padre hablaba mucho del Holocausto?
–Mi teoría es que entre los padres hay dos estilos: los que hablan y los que callan. Mi padre era alguien que hablaba. Pero no hablaba del Holocausto porque, cuando sus padres fueron deportados, tenía dos años. De modo que casi no recuerda nada. Fue una víctima, obviamente, un niño ocultado, un niño de la Shoa, pero no fue plenamente consciente en aquel momento. Hablaba mucho, pero de su infancia después de la guerra, en los años 50, cuando fue reconocido como huérfano y educado por los orfanatos judíos comunistas de la Unión de Judíos para la Resistencia y la Ayuda (UJRE). Yo comprendía entonces que había tenido una infancia anormal, porque jamás hablaba de sus padres. Recordaba su niñez en forma graciosa y al mismo tiempo desesperada. Y yo tenía la impresión de que su infancia había sido una interminable colonia de vacaciones. Me tomó mucho tiempo comprender que, en realidad, esa colonia de vacaciones era el sitio donde vivía un grupo de niños judíos que habían perdido a sus padres.
–Como padres, ¿usted y su padre se parecen?
–Creo que somos muy diferentes. El tuvo una infancia complicada. Mi infancia fue muy simple. Tampoco pertenecemos a la misma generación. Para él está muy marcada la repartición de roles en la familia. Mi madre hacía la comida, él hacía escuchar su voz cuando había que demostrar autoridad. Yo pertenezco a una generación en la cual los roles están mucho menos delimitados. En ese sentido, prefiero mi generación a la suya. La otra diferencia es que él perteneció a la generación de la historia, yo pertenezco a la generación de la memoria. Con esto quiero decir que el vivió la historia, con sus sufrimientos y sus dramas. Yo nací en 1973, en la tranquilidad de lo que en Francia se llama "los 30 (años) gloriosos", un periodo de crecimiento y pleno empleo. Tuve una infancia fácil y cuando me interesé por la historia fue un periodo en el cual historia y memoria estaban prácticamente mezclados. Por eso mi libro sobre los abuelos que no conocí fue bien recibido por la gente. Porque en ese momento había una demanda de historia en nombre de la memoria.
–Usted afirma que, tanto histórica como sociológicamente, las décadas 1980-1990 fueron años de transición. ¿El mundo cambió mucho desde entonces? Finalmente seguimos viviendo en un planeta donde reina el populismo, la xenofobia, la miseria…
–Hay dos diferencias. La primera es que el mundo de la segunda mitad del siglo XX, el mundo de mi infancia, era el mundo de la Guerra Fría, de dos bloques. Con tensiones, por supuesto, pero con una estabilidad a nivel mundial que hoy desapareció. Ahora es posible ver con claridad hasta qué punto el mundo se ha vuelto mucho más peligroso. El terrorismo actual es casi planetario. En cambio, antes, en los años 1970, estaba mucho más circunscripto. Pero, sobre todo, hemos entrado en un mundo digital, de la conexión. Hoy todos los seres humanos están conectados. Cuando miro mi infancia y la comparo con la de mis hijas, no tengo la sensación de haber cambiado de siglo, sino de milenio. En mi último libro, que cuenta mis vacaciones familiares –y que saldrá en poco tiempo más en Argentina–, intenté hacer comprender históricamente el mundo de mi infancia. Entonces, yo escribía tarjetas postales a mis abuelos con una lapicera. Hoy utilizo una lapicera para hacer un cheque, pero es casi para lo único. Y envío fotos a mi familia en mi grupo WhatsApp en el momento en que las tomo. Yo no creo que haya habido un cambio tan radical a escala de la humanidad en mil años.
–Pero desde el punto de vista social las cosas parecen no haber evolucionado demasiado. Usted mismo, en Läetitia explica cómo en Francia, la sexta economía del planeta, la sociedad sigue produciendo miseria humana, el Estado no consigue proteger a los más débiles y los políticos son capaces de instrumentalizar esos dramas.
–Así es. Habiendo hecho mi tesis sobre los niños abandonados, estoy bien armado para constatar que el sufrimiento de los niños, de los más vulnerables, no ha evolucionado demasiado en un siglo. Lo que me interesó cuando escribí mis libros que estudian el siglo XX fue ver cómo la gente fue destruida en configuraciones diferentes. Por ejemplo, si comparo mis abuelos con Läetitia, el punto común es que murieron jóvenes. Mi abuela tenía 28 años y Läetitia 18 años. El segundo punto común es que fueron asesinados. Pero la diferencia es que mis abuelos murieron durante la guerra y fueron víctimas del totalitarismo: fueron manipulados por el stalinismo y destruidos por el nazismo. Lo que es terriblemente perturbador en el destino de Läetitia a es que ella fue destruida en un país en paz, rico y democrático. En su caso no fue el totalitarismo que la mató, sino la violencia masculina o la violencia de género. En ese libro trato de demostrar los cuatro tipos de violencia de género que terminaron con su vida: la primera estuvo encarnada por su padre, la segunda por el tutor que la recibió en su casa, la tercera por su asesino y la cuarta por el poder político, el presidente de la república (Nicolas Sarkozy) que hizo campaña sobre el cadáver aún caliente. Mi libro fue una reflexión sobre la masculinidad y fue publicado un año antes del escándalo Weinstein y la aparición del movimiento #MeToo en Estados Unidos. Cuando esto sucedió, no me sorprendió para nada.
–¿El movimiento #MeToo ayuda a la causa femenina?
–Sí. Creo que tiene algo de revolucionario. Porque es colectivo, planetario y es un movimiento de rebelión de las mujeres contra la violencia física y sexual. En ese sentido es tan importante como la legalización del aborto o la contracepción. El problema es que ha permanecido confinado al espacio occidental: América del Norte, Europa Occidental y América del Sur. América del Sur fue incluso pionera en ese sentido. Haciendo un poco de cronología, se podría decir que todo se aceleró con la introducción de la figura de "femicidio" en varios países sudamericanos en los años 1990. Después vino #NiUnaMenos y por fin #MeToo. Pero recientemente cuando fui a China para hablar de mi libro Läetitia nadie había oído hablar del movimiento #MeToo. Lo mismo sucede en África del Norte o en Medio Oriente. Incluso en Francia, el movimiento adoptó otras características, pues se llamó "Denuncia a tu cerdo". Con esto quiero decir que aun en Occidente, el movimiento tiene características diferentes en cada región.
–En este mundo en plena mutación, ¿cómo cree usted que los medios tradicionales hacen frente a ese desafío?
–La noción misma de medio está en vías de desaparición. Los medios que yo conocí en mi infancia –radio, televisión, prensa escrita– están casi todos en dificultad. La prensa escrita en particular, la radio cada vez más se convierte en un medio de nicho y la televisión estará cada vez más amenazada por Internet o Netflix. Por el contrario, los medios nuevos –ni siquiera sé si se los puede llamar así–, que nos bombardean a través de las redes sociales y no se preocupan por la verdad, la reflexión política o la investigación, se están convirtiendo en los verdaderos medios. Esa es la explicación de la multiplicación de fake news. Creo que ese el verdadero desafío para el siglo XXI.
–¿Y qué sucede con la política tradicional? ¿Cómo es posible que hasta en las democracias más evolucionadas se practique una suerte de demagogia o de populismo de baja intensidad, por llamarlo de algún modo?
–Creo que el mundo actual hay una buena y una mala noticia. En 50 años, la mayor parte de las dictaduras desaparecieron del mundo. Por el contrario, en todas partes el populismo aparece como un tsunami, que es una enfermedad que nace en el corazón de las democracias y que está destruyéndolas desde el interior. La prueba es que aparece en países tan diferentes como Polonia, Hungría, Turquía, Estados Unidos… Desde ese punto de vista, el peronismo es una matriz inquietante.
–¿Cuáles son las razones de esa enfermedad de la democracia. Tomemos el ejemplo de la Unión Europea.
–A mi juicio hay razones estructurales y otras más profundas. Las primeras todas las conocen: la crisis económica, la crisis de representación de la UE y la crisis de los refugiados que comienza por la Europa del sur y sube paulatinamente hacia el norte. Pero, una vez más, el populismo es una enfermedad inherente a la democracia. Cuando uno escucha a los populistas, siempre se declaran demócratas, aseguran que representan al pueblo. Por eso atacan a los medios, a la justicia y a las instituciones. Ese es el argumento de Donald Trump: yo fui elegido y los medios son el enemigo del pueblo. Los mismo dicen los dirigentes polacos y húngaros: fuimos elegidos democráticamente, el pueblo expresó su voluntad, de modo que el resto de los poderes –incluidos los medios– solo representan intereses particulares y no la voluntad general. Ese es un desafío a la democracia.
–¿Y cuál es la manera de salir de esta crisis?
–Yo estoy muy de acuerdo con Pierre de Rosanvallon para quien la única forma de terminar con el populismo es lograr que la democracia sea más compleja. Es lo que él denomina "contrademocracia". Es decir, darle más contrapoderes: cortes constitucionales, cortes de derechos humanos, cortes de justicia, vigilancia a través de los medios. Haciéndola más compleja, podremos salvar a la democracia del populismo.
–¿Es usted optimista en cuanto al futuro?
–Por mi historia familiar yo parto de muy abajo. De una Europa destruida por el nazismo y el Holocausto. Parto de las cosas más catastróficas que el mundo haya conocido en el siglo XX. Pero eso no quiere decir que soy muy optimista. Los dos grandes desafíos que hay que asumir en este siglo son el populismo, es decir la degradación de la democracia en regímenes autoritarios y, desde luego, el desafío climático. Y cuando uno ve que Estados Unidos da la espalda a ambos problemas, hay motivos para estar inquieto. Agreguemos a eso la actual guerra comercial y lo que hacen los rusos en Siria. En ese sentido, estoy a favor del optimismo de la inteligencia.
–Por fin, ¿siente usted nostalgia del mundo de su infancia?
–No. Creo que hay que desconfiar de la nostalgia. Cuando uno siente nostalgia de su infancia, no es aquel mundo que extrañamos, sino nuestra infancia. Cuando uno se vuelve nostálgico quiere decir que envejece.
PARA AGENDAR. Ivan Jablonka se presentará el miércoles 3 de octubre, a las 18.30, en la Alianza Francesa (Córdoba 946), para dar la conferencia "Femicidio, del machismo al crimen". Con entrada gratuita, requiere inscripción por mail dnpe@cultura.gob.ar
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