Isabel Allende: “No estoy de acuerdo con que se castigue a los escritores del pasado”
La best seller chilena acaba de publicar “El viento conoce mi nombre”, una novela en la que aborda la crisis de las familias mexicanas que migran a Estados Unidos; “es un homenaje a las mujeres que trabajan por los derechos de esos niños”, dijo en rueda de prensa
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“Este libro es un homenaje a las mujeres que trabajan con los niños en la frontera de México con Estados Unidos para que se les reconozcan sus derechos”, dijo la escritora chilena Isabel Allende (1942) sobre la flamante novela El viento conoce mi nombre, lanzamiento mundial de Penguin Random House que en la Argentina acaba de publicar Sudamericana. “La mecha fue que en 2018 en Estados Unidos hubo una política de Donald Trump de separar a las familias que pedían refugio o asilo, y miles de niños fueron separados de sus padres en la frontera. Algunos eran bebés; hubo reportajes en la prensa con imágenes de los niños en jaulas y los padres desesperados. Nadie pensó en la reunificación cuando cesó el clamor público. El resultado es que aún tenemos mil niños que no han podido reunirse con sus familias”. Allende hizo una rueda de prensa virtual, ella desde su residencia en Sausalito, California, y su editor desde Madrid.
En diálogo con el español David Trías, Allende recordó que la Fundación Isabel Allende trabaja con programas en la frontera. Una de las niñas inspiró a Anita, una de las protagonistas de la novela. “No es la primera vez en la historia que los niños son separados de sus padres -destacó la escritora-. Me acordé de una obra de teatro que vi en Nueva York, Kindertransport [de Diane Samuels], que cuenta la historia de una niñita judía que tiene que dejar a su familia. Más del 90 por ciento de esos chicos jamás volvieron a ver a sus familias, que fueron exterminadas en los campos de concentración”. Para Allende, “si no sabemos evitarlo”, la historia se repite.
“El hombre dejará de ser un lobo del hombre cuando se termine el patriarcado -aseguró la escritora-. Ese es el objetivo final de la evolución en la que vamos, aunque nos hemos demorado más de lo que pensé. Tenemos que reemplazar el patriarcado por un sistema más humano e inclusivo”. Respecto de su novela, reveló que lo que más le había costado abordar había sido la crueldad. “La crueldad sistemática, organizada, que no es la crueldad espontánea que suele aparecer en el mundo, sino una política sistemática; eso es lo que más me cuesta entender”.
En El viento conoce mi nombre (el título proviene de una frase de Anita, la niña salvadoreña ciega) se cuenta en principio la historia de Samuel Adler, un niño judío cuyo padre ha desaparecido misteriosamente durante la Noche de los Cristales Rotos, en Viena, en noviembre de 1938. La madre del chico lo envía a Inglaterra para salvarlo del avance nazi. Samuel lleva con él su violín y el amor por la música. Ochenta años después, Anita, una niña de siete años, viaja con su madre a bordo de un tren que las llevará de El Salvador a Estados Unidos. Allí, las políticas gubernamentales de Trump trastocan sus sueños y los de otros migrantes; madre e hija son separadas. “Un trauma como el que viven estos niños los va a acompañar toda la vida”, se lamentó Allende.
La chica recrea un mundo imaginario que la aleja del dolor: Azabahar. “Viví de chica en un mundo imaginario en el sótano de la casa de mi abuelo, donde supuestamente no debía entrar, con libros, velas y el espíritu de mi abuela que me acompañaba”, dijo Allende. Una joven trabajadora social (Selena Durán, personaje inspirado en una amiga y colaboradora de la escritora) y un abogado (Frank Angileri) se harán cargo del caso de la niña ciega e intentarán reunirla con su madre. El libro de Allende ya cosechó elogios en la prensa estadounidense y la autora fue tapa de Vogue a finales de abril.
“Hay una crisis humanitaria en la frontera de México y Estados Unidos. La gente no tiene agua, no hay letrinas, deben pagarle quinientos dólares a las mafias del narcotráfico y la trata de personas para que no los maten. Los gobiernos lo saben y no le han puesto final”, denunció, y dijo que no habría refugiados si no existieran situaciones de extrema violencia y extrema pobreza en los lugares de origen de los inmigrantes. “No habría refugiados de Ucrania, de Siria, de países centroamericanos, de Venezuela -enumeró-. Hay que resolver las situaciones de origen”.
Su novela reivindica la solidaridad como vector del cambio. “Recibo cientos de cartas de personas que pasan situaciones parecidas -contó-. Les digo que no se encierren, que salgan, que cuenten lo que les está pasando porque la gente las va a ayudar. Es increíble la generosidad y la solidaridad de la gente. El arte te acerca; nosotros escuchamos que hay millones de refugiados, un número que no podemos ni imaginar. El arte te pone en contacto con una historia, con un nombre, con un personaje que podrías ser tú o ser tu hija la que está encerrada en una jaula. El arte conecta a los seres humanos de manera íntima”. No obstante, señaló que a la hora de escribir no piensa nunca en que debe transmitir un mensaje. “Trato de contar una historia que me importa mucho; lo que me encanta es contarla”.
Allende se reconoce feminista. “El femicidio y los crímenes contra las mujeres siguen siendo totalmente impunes en algunos países. Las mujeres tenemos que unirnos, porque una mujer sola es muy vulnerable. La misión del feminismo y de los gobiernos es proteger a las mujeres y a las niñas del terror de la violencia. Un país que vive con ese terror no puede progresar. Los países más atrasados son aquellos en que las mujeres están en la peor situación”.
La autora recordó que había escrito su primera novela, la exitosa La casa de los espíritus, con máquina de escribir. “Pegaba los párrafos con cinta scotch”, ejemplificó (la primera que escribió con computadora fue Eva Luna). “La gente no sabía nada de mí, pero sabía de Chile y de Salvador Allende; eso pavimentó el camino para los libros que he escrito después y creo que para muchas escritoras también. Las escritoras en América Latina estuvieron mucho tiempo silenciadas e ignoradas, hasta que el mercado descubrió que había un público que quería leer a mujeres. Eso no era así hace cuarenta años. Donde tuve más dificultad para ser respetada fue en mi país”. La casa de los espíritus está siendo adaptada a una serie de televisión.
En 2010, obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Chile; en 2014, la Medalla de la Libertad de Estados Unidos y, en 2018, la Medalla de la Fundación Nacional del Libro por la Contribución Distinguida a las Letras Estadounidenses. De más está decir que sus libros son best sellers internacionales. Es una de las autoras en lengua española más traducida y leída en el mundo.
En la presentación por Zoom se refirió a la coyuntura política global. “La amenaza de una tercera guerra mundial es real, y la amenaza del fascismo y del autoritarismo, y la vuelta de la derecha extrema, también -advirtió-. Estamos muy polarizados, hay mucho racismo y a la vez mucho temor de los blancos con el cuento de la supremacía blanca y todo eso. Pero en el curso de los años, he visto que hay más democracia, más educación, información, conexión. Tenemos más herramientas para progresar de las que teníamos cuando yo nací”.
“El arte procura mantener vivo el estandarte de la libertad -afirmó-. Pero al arte lo sofocan a menudo. En Estados Unidos hay libros prohibidos en escuelas y bibliotecas para niños porque mencionan, aunque sea ligeramente, problemas de raza, de género, problemas sociales o de pobreza”. La autora, que no estaba enterada de los cambios a la obra de Roald Dahl hechos por los editores en el Reino Unido para “lectores sensibles”, se puso al día en la rueda de prensa. “Si hicieran una nueva edición de La casa de los espíritus habría que quitarle la mitad, porque todo es políticamente incorrecto -bromeó-. O a Cien años de soledad. En Estados Unidos, donde vivo, casi todo es ofensivo. Hay que andar pisando huevos y se ha perdido el sentido del humor. Extraño las épocas en que se podían decir banalidades con total libertad. No estoy de acuerdo con que se castigue a los escritores del pasado, como se hizo con Pablo Neruda en Chile. Hay que separar la obra de la vida privada del autor”.
Confesó que hacía muchos ejercicios matinales para no quedarse “tiesa” y que era “adicta” a los audiolibros. “Para los míos, elijo las voces que más se ajustan a los personajes -contó-. Siempre que voy manejando, escucho audiolibros y así me voy enterando de lo que pasa en el mundo de la ficción”.
“Me he jubilado de todo lo que no me gusta, pero para qué me voy a jubilar de lo que me gusta, que es la escritura”, dijo Allende, que en agosto cumplirá 81 años. Una vez que muera, la correspondencia con su madre, anticipó, será destruida. “Para qué voy a hacer públicas cosas que ella no quiso que se hicieran públicas”.
En El viento conoce mi nombre, los admiradores de la escritora tienen a disposición más de 350 páginas “ciento por ciento Allende” para reflexionar y apostar por un mundo menos cruento.
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