Isabel Allende: “La política se ha puesto muy loca en todas partes”
A tiempo con el lanzamiento de “El viento conoce mi nombre”, la escritora más leída de Hispanoamérica, de 80 años, habla sobre el drama de los niños migrantes, el avance de la derecha, la cancelación, las giras interminables y el realismo mágico
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Estados Unidos celebra su fiesta nacional más importante. La gente sale con sus banderas y se reúne con amigos y familiares. Las calles están cortadas por los desfiles y a Isabel Allende (Lima, 1942) le costó llegar a su oficina con tantos desvíos y tráfico. Como todos los días, sin hacerle caso a los feriados, la escritora sale de su casa en Sausalito, San Francisco, y emprende aquel periplo de quince minutos de auto que la conduce a su oficina, allí donde brinda entrevistas a medios de todo el mundo desde una sala sin lujos. Desde ese lugar promete no embarcarse jamás en giras internacionales de promoción. En esa casa de estilo victoriano que, cuenta la leyenda, fue el primer burdel de la ciudad, escribe ocho horas diarias y dirige su Fundación. Esta institución protege los derechos de niños y mujeres refugiados o inmersos en crisis humanitarias. A su nuera, Lori Barra, y a Sarah Hillesheim, quienes lideran esta organización, Allende les dedica su última ficción.
El viento conoce mi nombre (Sudamericana) es la novela más vendida de la Argentina, una historia coral que comienza en Viena de 1938, en La noche de los cristales rotos, atraviesa la masacre de Mozote, en El Salvador, en 1981, y se traslada a la tragedia de los niños de Centroamérica y México cuando llegan a la frontera con los Estados Unidos. Estas distintas líneas argumentales se unen a través de un personaje, Anita, cuyo caso preocupó y fue seguido con atención por la Fundación de Allende.
-¿Cómo ves hoy a Estados Unidos, donde surgen tantos conceptos, manifestaciones y expresiones sobre la patria, cuando aparecen los nacionalismos?
-Hoy [por el 4 de julio] es un día celebración, pero el país está completamente polarizado. Dividido por dos bandos contrarios que ni siquiera se hablan. Ha habido un retroceso, por ejemplo, en el aborto. Hay un compás de espera por lo que pueda pasar con Donald Trump, porque está prácticamente probado que ha cometido crímenes, que es un felón. Sin embargo, puede ser el candidato presidencial del Partido Republicano. Es un país muy loco, en muchos sentidos, pero la política se ha puesto muy loca en todas partes. Hay un retroceso, una vuelta a la derecha extrema y al populismo.
-Vos sos una persona de izquierda, ¿cómo lees este momento donde pareciera ser que la derecha avanza y gana elecciones en distintos países?
-He vivido lo suficiente para ver que esto es como la ley del péndulo: va y viene. En los Estados Unidos, después de haber habido un movimiento muy progresista, liderado por mujeres, por el feminismo, hay ahora un retroceso, una vuelta a lo más conservador que no representa al país, que es un porcentaje minoritario. Y lo mismo pasa en muchas partes de Europa, donde siempre hay un 40% de la población que añora un gobierno autoritario de derecha, porque les ofrece seguridad. La derecha es muy eficaz en manipular el miedo para obtener poder político. La izquierda rara vez lo ha conseguido. También los gobiernos de izquierda que tenemos en América la Latina han sido un fracaso.
-Esta novela tiene varias particularidades: multiplicidad de tiempos, espacios y narradores. Uno de ellos es una niña narradora. ¿Cómo fue el proceso de construcción de esta voz narrativa? Entiendo que te inspiraste en un caso real.
-No la conozco personalmente, pero conozco el caso porque mi Fundación trabaja con muchos programas y organizaciones sin fines de lucro en la frontera. Me llamó particularmente la atención el caso de Anita, que en la vida real se llama Juliana. Llegó con su hermano a 4 años y su madre a la frontera y los separaron. La niña es ciega. Nadie pensó en la reunificación, la madre se perdió en el sistema. No pudieron conectarse con ella, o no quisieron, y los niños estuvieron separados además entre ellos por 8 meses. El caso terminó mal porque finalmente, cuando se reunificaron, un juez lo deportó y los mandaron a México, donde todos desaparecieron. Imagínate el terror de esa criatura, la tristeza y el trauma. Yo creo que eso es imborrable. De ahí, hacer el arco a lo que pasó con esos niños del Kindertransport en 1938, era fácil porque es un caso muy similar.
-Así como hay violencia y gente muy dañina, también hay gente entrañable en tu novela, personajes que hacen el bien: Volker, Nadine, Míster Bogart, Selena, Frank. ¿Es la compasión el tema de esta novela?
-No lo sé, pero, dentro de la tragedia siempre me interesa el que hace el bien, porque es poco usual. Sabemos que hay maras y gente muy mala, pero lo que no sabemos es que hay 40 mil abogados americanos que están trabajando pro bono para representar a los niños a las Cortes y que de esos 90 y tanto porciento son mujeres, porque ahí no hay trama ni dinero. No sabemos de los miles de psicólogos, de asistentes sociales, maestros, que están ayudando. Conozco a esa gente de cerca y esa gente es maravillosa porque viven, con la tragedia encima y, sin embargo, son alegres, generosa, jóvenes, lindas. En el final del libro están los reconocimientos, los nombres de las organizaciones a los que la Fundación ayuda y con ellos pude hacer la investigación.
-Me llama la atención un agradecimiento a Frances Ridley, la traductora al inglés. Dice que contribuyó a la versión final de la novela. ¿De qué modo? Sé que tu madre, Panchita, era una crítica y lectora feroz de los manuscritos que estaban por entregarse a la editorial.
-Hasta hace poco no había nadie que me ayudara a corregir mis novelas. Mandaba mis novelas a España, a la agencia Balcells, y ellos se la vendían a Plaza & Janés, siempre el mismo editor, y la publicaban. Mi manera de trabajar es la siguiente: a mí se me ocurre algo y me siento frente a la computadora y le doy a las teclas. No lo converso con nadie. No lo sabe ni mi marido. Para cuando los americanos compraban el libro, estaba ya traducido a varias otras lenguas. Nunca nadie me llamó para decirme: “Mira, sácale la escena de la página 40″. Ese proceso cambió con Largo pétalo de mar, porque cambié de agente para el idioma inglés. En Estados Unidos es muy diferente: el autor propone un tema, escribe un resumen, vende el resumen, te dan plata por adelantado, cosa que yo no he hecho jamás. Mi agente, Johanna Castillo, vendió el libro a los americanos, con la condición de que se publicaran simultáneamente en español y en inglés, para lo cual la traducción tenía que estar lista antes de que saliera en español. Mi traductora aporta cuando hace la traducción y también tengo una editora, que es quien agarra ese manuscrito y me dice: “Mira, creo que hay que sacar a este personaje”. Esto es lo que pasó con el novio de Selena, que a mí me parecía un personaje importante, que había desarrollado, porque era el americano tipo, el que vota por Trump, es buena gente, es cristiano, pero que no entiende nada de la cuestión de los inmigrantes ni de los pobres. Mi editora me dijo que este personaje distrae de la trama principal. Tenía razón.
-Pero este personaje que mencionás, Milosz, a quien no le importan los inmigrantes, es inmigrante.
-¡Ese es el punto! Somos todos inmigrantes.
-¿Esta simultaneidad en la publicación te genera más presión?
-Me genera presión cuando se publica porque entonces tengo que hacer la promoción simultánea en varias lenguas, lo cual significa que estoy desde las 7 de la mañana, pero no importa porque son dos meses nada más.
-¿Te imaginás volver alguna vez a las giras internacionales de promoción?
-No. Aprendí en la pandemia a decir que no, pero a decir que no a todo: a las giras, a las conferencias, a las firmas de libros, a la gente tóxica, a lo que no me gusta hacer. ¡A los 80 años me puedo dar el lujo de decir que no!
-A los 80 años, pero siendo Isabel Allende... ¡con 60 premios internacionales!
-Sí, pero la edad ayuda mucho. A las mujeres, al menos a las de mi generación, nos entrenaban para ser agradables, para hacerle la vida agradable a otros, a postergarnos. Siempre los hijos y el marido iban primero. Hoy soy libre.
Las novelas de Allende se han traducido a más de 40 idiomas y además de haber obtenido el Premio Liber 2020 a la autora hispanoamericana más destacada, que concede la Federación del Gremio de Editores de España, ha recibido más de 20 doctorados honoris causa. Icónica, su vida fue convertida en miniserie a través de Isabel (Amazon Prime). Este año se celebran las cuatro décadas de La casa de los espíritus y el nombre de Eva Longoria como protagonista de la producción de TV sigue sonando fuerte. Allende asegura que no intervendrá en absoluto en el guion.
-¿Envejecen los libros? Quizá me equivoque, pero esta novela, tiene ríos subterráneos, o no tanto, con La casa de los espíritus, que cumple precisamente este año cuatro décadas. ¿Sentís que tiene vigencia?
-No sé. No lo he vuelto a leer. Ahora todo el mundo está celebrando los 40 años con ediciones especiales. Se va a hacer una miniserie. Creo que si hubiera que volver a escribirla con este cuento de que ahora todo es políticamente correcto, habría que sacar mucho, porque ya no, no se aceptan términos y situaciones. Yo escribo más que nada sobre relaciones y sobre emociones y eso no cambian tanto en el tiempo. Son universales. Mis libros se traducen en Vietnam o en Finlandia y la historia se sostiene.
-Hablabas de la cancelación. ¿La padecés? ¿Tenés miedo a que te cancelen?
-No, no tengo miedo que me cancelen y, si me cancelan, voy a prestar mucha atención porque me parece importante tomar conciencia de las cosas, aunque parezca exagerado. Cuando uno revisa el lenguaje, porque cuando tomamos consciencia de cómo hablamos, tomamos consciencia de cómo actuamos. Puede ser que el péndulo se vaya a un extremo, pero ya volverá a una cosa más razonable. Es lo mismo que pasa con el racismo. Mi mamá que se consideraba una persona totalmente de avanzada, me decía: “Mira, esta persona que tiene pelo de indio, pero es bien inteligente”. Lo tenía tan metido en los huesos que ni siquiera lo podía ver.
-Una paradoja que expone en su libro es cómo alguien que ha sido criado en un ambiente de tolerancia, una casa liberal, se convierte en un fanático. ¿Cómo emergen estas tan radicales que tenemos en la actualidad?
-Me acuerdo de que en la generación de los años cincuenta, en la publicidad de la máquina aspiradora, el papá llegaba con un maletín, entraba en su casa y adentro estaba la señora vestida de cóctel, con collar de perlas, maquillada y taco alto, mientras los niñitos perfectos estaban peinados y lavados. Esa es la familia perfecta, pero de esa generación salieron los hippies y de esa generación viene la de los ochenta, en la que era todo consumo. Los hippies desaparecieron del mapa, pero no su ideología.
-En esta novela volvés al realismo mágico. ¿Cuál es el vínculo con lo mágico en tu cotidianidad?
-En general, cuando aparecen esos elementos en mis libros hay una explicación. En el caso de Anita, es una niña traumatizada y hemos visto en mi Fundación cómo estos niños inventan amigos o lugares imaginarios donde se escapan porque viven en el terror. Se aferran a un pensamiento mágico. En el caso de Samuel, que vive en una casa embrujada… bueno, donde yo trabajo, una casa que es mi oficina, que fue el primer prostíbulo de Sausalito. Esta es una leyenda. Me encuentro que es un pedigrí fantástico para la casa. Nunca hemos visto nada, pero esta leyenda más que mágica es poética y me sirve para ilustrar un ambiente.
-¿Es una novela política? Hay una mirada y una posición muy clara sobre la crisis migratoria, sobre el rol que tuvo los Estados Unidos en conflictos de Centro América, se hace alusión a un líder populista, se habla de la radicalización de segmentos de la sociedad, etc.
-Creo que todas mis novelas están situadas en un contexto político y social que determina la vida de las gentes. Ninguna está despegada de la realidad. En mi juventud quise escribir novelas románticas, como las de Corín Tellado. Nunca pude, porque lo que sucede en las novelas románticas, los personajes actúan en el limbo, viven en las pasiones.
-Vivías en Venezuela, trabajabas en una escuela y terminaste el manuscrito de La casa de los espíritus ¿Cuál fue el rol de Tomás Eloy Martínez para que tu novela fuese publicada?
-Tomás Eloy venía pasando en Venezuela y había una conexión a través de mis padres, no me acuerdo bien, pero llegamos a conocernos. Yo no me atreví a decirle, pero mi mamá le dijo que había escrito una novela, y que se la había enviado a un par de editores en Argentina, pero que no había tenido respuesta. Tomás me dijo: “Nadie te va leer la novela si no tienes un agente literario”. Esto era cuando había puras voces masculinas. Me dio la dirección de Carmen Balcells y me dijo que le mandara una carta con un resumen de la novela. Al mes me llamó Carmen, había perdido toda esperanza. Me dijo: “Cualquiera puede escribir un buen primer libro, el talento se prueba en el segundo libro”.
-¿Qué recuerdos tenés de tus papás en la Argentina [su padre, primo de Salvador Allende, la abandonó cuando tenía tres años; al segundo marido de su madre lo llama “tío Ramón”, padrastro o “papá”]? ¿Cómo fueron esos días en los que estalla el Golpe en Chile y cómo parten al exilio?
-Cuando vino el Golpe salieron ese mismo día de la embajada y se quedaron en Buenos Aires, porque adoraban la ciudad y tenían muchos amigos. Pero luego empezó la guerra sucia y Pinochet empezó a matar gente fuera de Chile.
-Tus papás se salvaron de milagro de un atentado, aquel donde muere el General Prats. ¿Qué recordás? ¿Qué te contaron?
-Carlos Prats había sido el jefe de las Fuerzas Armadas en Chile y se negó a participar en el Golpe militar. Sus mismos compañeros de armas lo metieron en un helicóptero y lo mandaron a Argentina, sin papeles, sin pasaporte, sin nada. Carlos Prats estaba escribiendo sus memorias y se corrió la voz, que no era cierto, que mi padrastro, el tío Ramón, tenía una copia. Pinochet amenazó de muerte a Prats y a mi padrastro. Prats trató de irse, pero no tenía pasaporte. Todo esto con ayuda del aparato de gobierno argentino, ayudado por la CIA. Mis padres habían ido al cine a ver Pan y chocolate con los Prats. A mi madre le dio una tremenda jaqueca, entonces no fueron a comer y se bajaron en su casa. Pero los Prats, siguieron su camino y no alcanzaron a abrir le portón de su casa, cuando explotó el auto. O sea, hubiesen muerto los cuatro. Mis padres se escondieron y salieron con pasaporte falso de la Argentina con la ayuda del comisionado para Naciones Unidas de refugiados.
-¿Cómo es llevar el apellido Allende? ¿Qué te brindó y, si lo hizo, qué te quitó?
-Creo que lo llevo con un gran sentido de responsabilidad porque no quisiera hacer nada que pudiera manchar el apellido de Allende, pero no me ha servido mayormente ni para bien ni para mal. No creo que me haya hecho daño, pero puede ser que mucha gente que respeta el apellido Allende haya leído mis libros al principio… o que haya dejado de leerlos, porque me llamo Allende.