Ir al pasado para entender el país
Fundada en 1967, la publicación cumple cuarenta y cinco años difundiendo un mensaje de tolerancia y pluralismo que sigue vigente
La revista Todo es Historia se fundó en 1967, cuando estaba congelada la política por una dictadura militar, y ayudar a pensar y a entender el país desde los hechos pasados constituía un acto de civismo. Hoy las circunstancias son diferentes: el retorno a la democracia lleva casi tres décadas y el interés por la historia ocupa espacios cada vez más amplios, a tal punto que la expresión "todo es historia" se aplica en el ejercicio de la política. No obstante, el mensaje inicial que esta publicación transmite desde hace 45 años sigue vigente. Veamos las razones.
En una sociedad como la nuestra, signada por las discontinuidades y las rupturas, el secreto de la perduración se encuentra en la intención de la revista y en la personalidad singular de Félix Luna (1925-2009), su director fundador. Luna no se formó como historiador en la universidad, si bien ya funcionaban en el país centros universitarios de calidad. Graduado de abogado, a desgano, encontró su vocación por las suyas, a base de intuiciones felices, de renovado interés, de trabajo incesante y de cierta modestia que le impidió sobrevalorarse.
Sus orígenes familiares lo vinculaban a las dos vertientes que constituyen el país: por una parte, la ascendencia riojana de prosapia colonial, necesaria para entender a una mitad; por otra, la del inmigrante europeo reciente, su abuelo materno, que triunfó en los negocios y se radicó en Buenos Aires. Y aunque ostensiblemente simpatizara más con las raíces provincianas, esa doble procedencia está viva en su trayectoria intelectual. Con la misma tenacidad con que unos se aferraron a la tierra y otros a "hacer la América", Luna aplicó su voluntad de hacedor a proyectos culturales en los que combinó la exigencia de calidad con la sencillez, la tolerancia y el buen humor. Ésa fue la fórmula de TesH , una revista popular destinada a grandes públicos, que al mismo tiempo tiene el sesgo de lo contracultural, porque va contra la corriente vigente de lo efímero, del exitismo y del espectáculo continuado.
Como dije antes, Luna se formó por su cuenta. Desde chico se interesó por los relatos de los mayores fundados en la memoria familiar de las luchas civiles en La Rioja; en una obra de Sarmiento que descubrió a los diez años en la biblioteca paterna, leyó la frase que constituyó el punto de partida de su indagación sobre el país: "¿Argentinos? ¿Hasta dónde y desde cuándo?, bueno es darse cuenta de ello".
Se inició formalmente en el oficio de historiador a los 25 años, con un trabajo original sobre un episodio de la historia riojana. Entonces comenzó a tener opinión propia y temas favoritos que abordaría desde distintas perspectivas: historiográfica, literaria y musical. Siempre tuvo presente la necesidad de escuchar al otro, tanto la voz de los vencedores como la de los vencidos, y de apelar al documento, a los hechos tal como sucedieron, como base de sus interpretaciones. Por otra parte, desde muy joven se comprometió en política; militó durante años en el radicalismo intransigente; luego puso distancia para no contaminar sus investigaciones sobre la historia reciente en las que fue pionero.
Publicó sus primeros libros y cuando empezó a tener éxitos editoriales, como fue el caso de Los caudillos (1966), proyectó la edición de una revista popular que se vendiera en los quioscos. Su modelo era la revista francesa, ya extinguida, Miroir de l'Histoire (pero a diferencia de ésta, que aborda la historia universal, ceñiría la temática a la del país y sus vecinos). Pensaba que habría un público maduro para apoyar ese tipo de empresas, y aunque los periodistas estrellas de aquella época opinaran lo contrario, no se equivocó.
Su tarea en el diario Clarín le enseñó cuáles temas son atractivos para el gran público y cómo relatar los asuntos arduos con buena prosa y claridad. Por otra parte, su rica experiencia de vida y su compromiso con el país le permitían mirar la historia con una amplitud inusual en quienes se limitan al claustro universitario o a la redacción de un medio de comunicación. Su curiosidad intelectual y su falta de prejuicios lo llevaron a indagar los aspectos no convencionales del pasado, aquellos que, como diría Marc Ferro con respecto al testimonio del cine, "no entran en el universo mental del historiador" porque no entiende su lenguaje.
Fundó TesH cuando ya dominaba el oficio, aunque sus grandes aportes - El 45 , Perón y su tiempo , Soy Roca- son posteriores a esa fecha. Anhelaba transmitir su experiencia a otros, sumar nuevas voluntades, abrir rumbos al conocimiento del tiempo pretérito y compartir la alegría del oficio y sus secretos. La divulgación "es la forma de hacer historia en la que siempre me he sentido cómodo", admitió en su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia, años después. Citó a Collingwood: todas las disciplinas tienen un costado de divulgación y en ninguna de ellas esto se justifica más que en el caso de la historia, porque es necesaria para el ejercicio de la ciudadanía.
Sin embargo, no se engañaba respecto a los posibles recursos de esta disciplina para advertir a los poderosos. En diciembre de 1975, cuando el país se precipitaba en la peor de las crisis y el público de sus conferencias lo interrogaba sobre el futuro, porque como historiador debía tener alguna respuesta, respondió, citando a Cervantes:
La historia es advertencia de lo porvenir? siempre que haya advertidos que quieran descifrarla. Y casi invariablemente ocurre que los menos advertidos en este terreno son los gobernantes. Es inútil que la historia les señale, por ejemplo, los desgastes que pueden corroer a un movimiento originariamente popular; o el peligro de pretender acumular demasiado poder en una sola persona; o las consecuencias que apareja el amordazamiento de la oposición; o la confusión en que suele incurrirse al atribuir a la opinión pública lo que son nada más que errores propios. Es que la historia suele expedir mensajes elocuentes sólo a aquellos que no están atados a los gajes del poder y por consiguiente pueden sacar mejor fruto a la acumulación de experiencias históricas, porque nada obnubila su análisis, ningún interés, ninguna vanidad distorsiona su visión del pasado.
Si se leen con atención los editoriales -tema de estudio que sugiero a los investigadores-, se advierte la coherencia de un pensamiento volcado a los temas de historia argentina y a comparaciones con otros pueblos y otros tiempos. La revista, escribió Luna cuando ésta llevaba publicados 340 números, le permitió "influir en el pensamiento y en el espíritu de mis compatriotas positivamente, ayudándolos a entender el pasado común". Dicha influencia tuvo una doble vertiente, por una parte, los ya citados editoriales. Por otra, la variedad y amplitud de las colaboraciones, que no representan un eclecticismo vaciado de contenido sino la convicción de que en nuestro país es necesario el diálogo, el respeto mutuo y la inclusión del que piensa diferente. En otras palabras, la democracia de la convivencia en paz y no la que sólo se circunscribe a la elección de una forma de gobierno.
Impresiona la calidad y variedad del índice de notas publicadas y los 1592 colaboradores de la más variada procedencia e ideología, cuyos nombres hablan por sí mismos del criterio con que se los invitó a colaborar. Del índice temático surgen asimismo los aportes sustanciales que renovaron la visión convencional del pasado, el de las corrientes predominantes entonces, liberal y revisionista, y ampliaron sus límites mucho antes de que las universidades y los medios de comunicación les dieran cabida. En el número 1 Luna explicó:
El título de nuestra revista establece con claridad cuál es la intención que nos anima. Por historia no entendemos solamente los sucesos que tienen acogida en las crónicas más o menos notorias. Historia es todo; y todo es Historia. Historia no es únicamente la línea de las grandes efemérides: es también el amor y los crímenes, las modas y las costumbres, las formas de vida, las creencias, hasta las mentiras. Todo es historia, todo nos interesa porque todo se refiere a nuestro país y a nuestro pasado.
Por eso se leen en la revista tantas páginas dedicadas a la historia de la gente sin historia: humildes, marginados, locos o vencidos, que fueron devueltos a la memoria colectiva en notas en que se los trató con el merecido respeto. Hay también amplio espacio para la historia de las mujeres, en las que quienes hoy son especialistas en historia de género publicaron sus primeros trabajos hasta constituir una masa crítica que permitió resignificar el lugar de la mujer en el pasado argentino. Se destaca asimismo el abordaje de la historia reciente, que dejó de ser tema tabú mucho antes de que se convirtiera en materia favorita de investigación en maestrías y doctorados. La Nación y las provincias, Buenos Aires y el interior mantuvieron un deliberado equilibrio. Así, y junto a los temas clásicos de los próceres y símbolos, mirados al margen de la épica pero también en este caso con el merecido respeto, se constituyó "una monumental y al mismo tiempo informal historia de la Argentina" (editorial, n° 300).
Ciertamente no es tarea fácil darle continuidad a una publicación de este género. La persistencia del director en llevar adelante el proyecto coincidió con el interés de los autores de notas, avisadores y fundamentalmente con el del impredecible y variado universo de lectores. En noviembre de 1976, en plena dictadura militar, cuando ese estado de orfandad respecto a grupos de poder constituía una cierta garantía de independencia, escribió:
Son ellos [los lectores] y sólo ellos los que han permitido a nuestra revista su sorprendente vitalidad. Nada debemos a ningún régimen, a ningún grupo económico, a ninguna organización política, ideológica o confesional; ni siquiera ese ingreso normal de cualquier publicación periodística, la publicidad, constituye un aporte importante en nuestro desenvolvimiento. La perduración de TesH se basa en la reiteración mensual del crédito que le extienden miles de argentinos y de extranjeros residentes en la Argentina, al adquirir cada nueva edición.
En efecto, la revista ha sido y es el marco apropiado para reunir distintas corrientes, personalidades, tendencias. Si, como destacó el historiador brasileño Luciano Figuereido, la gran dificultad en este tipo de proyectos es trasponer el foso entre universitarios y periodistas, TesH sorteó el obstáculo desde el comienzo: abrió sus páginas a periodistas, a simples aficionados, recién egresados y a autores consagrados quienes se allanaron a compartir esta aventura intelectual sin prejuicios; asimismo, estimuló la discusión y el intercambio de ideas con los lectores; reunió a colaboradores y amigos para que se conocieran; convocó y convoca concursos en forma periódica para promover la investigación y descubrir nuevos valores.
"Nunca me pregunté cuánto tiempo duraría, pero me asombraba un poco cuando un nuevo aniversario, año a año, lustro a lustro, década a década, me recordaba el camino ya caminado", escribe Luna en Encuentros (1996). Idéntico asombro experimentamos, al cumplir 45 años sin interrupciones, los que hoy hacemos esa revista, editada por su hija, Felicitas Luna, junto con Eliana de Arrascaeta, Susana Slik, Lucy Violini y Gregorio Caro Figueroa. Este pequeño y entusiasta equipo sigue empeñado en dar a conocer el pasado y en mantenerlo vivo, lo que constituye más que un trabajo, una "junción", como diría el gaucho Fierro. Esta "junción" nos parece tan necesaria como en 1967, porque si entonces había trincheras abiertas en el campo de la historia, hoy las diferencias entre los argentinos con respecto al pasado se han profundizado y agravado. Por eso, el aniversario que nos regocija y conmueve es también un incentivo para asumir la continuidad de esta nueva etapa, en la que es más que nunca necesario tender puentes, invitar a la moderación y reflexionar sobre el país con serenidad y alegría. Como Félix Luna supo hacerlo.