Insultante
Cuando uno busca en Google “Cómo funcionan los insultos”, encuentra docenas de consejos sobre cómo responder a la agresión verbal. Perdidos entre toda esa buena voluntad aparecen un paper lingüístico en Research Gate de 2022 y una nota de Psychology Today de 2016. Pero queda claro que hay tantos insultos que su mecanismo de acción no interesa. O no es prioritario.
La laguna es interesante. Si uno hace el ejercicio mental de extirpar el insulto de cualquier debate, controversia o discusión, los interlocutores se ven obligados a argumentar. No es improbable, vista la abundancia de falacias lógicas en el discurso público y privado, que esa argumentación venga algo floja de papeles. Pero es preferible una mala tesis al más inocente de los insultos.
Ahí surge una primera función clara y distinta: libera al insultador de la responsabilidad de razonar y probar sus dichos. Sobre todo, lo licencia de la más ofensiva de las tareas, para el que se siente inseguro y para el fanático. Esto es, escuchar al otro. En una pareja, entre amigos o colegas, podemos discutir con vehemencia. Pero deberíamos acordar una regla de oro. Jamás insultar. Me temo que se harían largos silencios mientras pensamos qué decir en lugar de ese agravio que estábamos a punto de pronunciar.
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