Instrucciones para cumplir un sueño (y no es ni remotamente lo que te imaginás)
Iba a escribirle esto a una persona queridísima, como respuesta a una pregunta que me hizo hace poco y que, en el momento, por la magnitud del asunto, me dejó sin palabras. Cosa nada fácil, anoto al margen. Lo de dejarme sin palabras, digo.
Queda super bien sostener que importan más las preguntas que las respuestas. Puede ser, pero uno quiere respuestas. La vida es, entre otras cosas, buscar respuestas. Les adelanto, sin embargo, que la mayoría nunca llega. Ocurre en cambio que ciertas preguntas dejan de importarnos (el qué dirán, por ejemplo) y empiezan a aparecer respuestas para preguntas que nunca se nos habían ocurrido. Muchas duelen terriblemente. Al final, la vida es toda la respuesta que necesitamos.
Se le atribuye a Mark Twain haber dicho que los dos días más importantes en la vida de una persona son el día de su nacimiento y el día en que descubre por qué nació. Twain no parece haber escrito algo así y todo indica que se le ocurrió a Taylor Hartman, autor de libros de autoayuda y de un de test de personalidad que se considera cualquier cosa menos científico. Pero es cierto que la revelación de para qué vinimos a este mundo, si acaso ocurre, es una divisoria de aguas. Hartman añade que hay un tercer momento cumbre, cuando nos damos cuenta de cómo podemos contribuir con el don que se nos ha concedido. De acá al concepto japonés del ikigai hay un centímetro y monedas.
Sea Twain, Hartman o Mieko Kamiya, el erudito japonés que puso sobre la mesa el ikigai en 1966, el caso es que esto de descubrirnos es solo el principio. En el camino quedan muchos contratiempos y disgustos, todo labrado con uno de los estados más abrumadores que conoce el alma: la incertidumbre. Tan dolorosa es que ni siquiera sabemos si calificarla de emoción, sentimiento, situación o circunstancia. Pero desde Antígona y Polinices para acá, la vergüenza pública y la incertidumbre son peores que la muerte.
El ikigai, que me parece el concepto más sólido o el más completo, se cumple cuando se dan cuatro condiciones. Encontrar algo que amás hacer (Rilke añade, en Cartas a un joven poeta, que es algo que no podés dejar de hacer), que además hacés bien, que el mundo necesita y por lo que podrían pagarte. Redondito y cierto. Las redes sociales están hasta el tope de motivadores diagramas de Venn que describen el ikigai.
Algunas cosas incómodas que no aclaran, sin embargo. Primero (y en muchos casos, sobre todo), descubrirse no es ni fácil ni divertido ni agradable ni revelador ni satori ni nada. Depende de lo que descubras, para ponerlo simple. A los 10 años aprendí para qué había venido. Para escribir. No había ni una astilla de duda acerca de eso. Escribí una novela (mala, infantil) a esa edad y como resultado advertí que mi raison d’être iba en rumbo de colisión con las aspiraciones familiares. Ups.
Después: está muy bien lo de que podrían pagarte por eso que amás hacer, que el mundo necesita (¿lo necesita?) y que te sale bien. Pero ahí es donde el ikigai calla y en el silencio suenan la incertidumbre y la posible vergüenza pública. OK, podrían pagarte por eso. ¿Pero quién, cuándo, cómo? También están desbordadas las redes sociales del embuste épico de que si uno desea mucho algo al final se cumple.
No es verdad. Si estás tratando de cumplir un sueño, sobre todo si es un sueño ikigai, lo que aprendí hasta acá es que hay que hacer las paces con la incertidumbre y crear las condiciones para realizarte. O como dijo Picasso: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.
¿Qué significa crear las condiciones? No bajar los brazos. Aprender y seguir aprendiendo, sobre todo lo difícil, lo que requiere más esfuerzo. Practicar, todos los días, varias horas por día; los sueños no se toman vacaciones. Además, no te compares con nadie; todos soñamos. Y mantenete atento, porque no vas a tener mil oportunidades. Van a ser una o dos, y ni esperan ni tienen la costumbre de regresar. El resto es destino.
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