Inés Garland: "Escribir tiene que ver con salir a buscar a otra persona"
Con sus cuentos para adultos y novelas juveniles, esta autora que busca llegar a lo profundo ganó visibilidad el último año; la traducción, otro oficio apasionante
Hace exactamente un año, la luz de Inés Garland en el panel de la literatura argentina actual no estaba así: encendida. Y esto no quiere decir que de un momento para el otro se haya puesto a escribir. No. Sucede que, entre elecciones y oportunidades, en los últimos meses esta mujer alta, rubia y con un par de ojos clarísimos resolvió hacer foco en ese viejo amor que desde la adolescencia ha tenido que soportar que anduviera siempre coqueteando con otras pasiones. Ex atleta, en el duelo entre lo corporal y lo intelectual, finalmente ganaron las letras. Entonces, su nombre empezó a titilar: sólo en 2014, sacó -también en España- una novela para adolescentes (El jefe de la manada), un libro de cuentos para adultos (La arquitectura del océano), tradujo el primer trabajo de la norteamericana Lydia Davis que aparece en castellano por aquí (Ni puedo ni quiero). Y con gran repercusión internacional ganó en Alemania el Deutscher Jugendliteraturpreis, prestigioso premio del género infantojuvenil, que desencadenó que Piedra, papel o tijera se tradujera a otros idiomas. En la minúscula casa-cuarto donde vive temporariamente en Vicente López, rodeada de cosas imprescindibles y un par de gatos heredados de su única hija recientemente independizada, Garland hace una suerte de declaración de principios. Lo que ella busca no está flotando en la superficie. Y esa intención subyace en su libro más reciente: dieciséis historias cotidianas, simples -y por eso también empáticas-, protagonizadas por una galería de mujeres en apariencia débiles, pero de gran carácter. Como una bisagra, en el medio está La arquitectura del océano (el cuento), una ventana a lo autobiográfico, que confirma con la metáfora de una ecosonda los ejes principales de su trabajo (de su vida): la hondura, donde encuentra el sentido de las cosas, y las relaciones con los otros.
Fue un año muy impresionante 2014. Hubo un tema interno, de tomar el toro por las astas. Escribo desde que tengo 10 años, pero mostré lo que hacía recién a los 38. Después trabajé en muchísimas cosas (daba clases de movimiento corporal, hacía masajes, reflexología) y siempre con una insatisfacción con la vida en general. Me di cuenta de que eso tenía que ver con no decidir que mi vida pasara por la escritura principalmente. Que es una tarea muy solitaria, ya lo saben todos; te pasás el día encerrada, ves poca gente, y mientras más personas ves más te dispersás. Me empecé a organizar, a decir que no (mucho) a esa disponibilidad para los otros a cualquier hora. Decidí dedicarle a la escritura todo el tiempo posible. Y entonces pasó algo afuera. Pasó todo esto.
Es muy raro cómo funciona en mí la creatividad. Hay escritores que se sientan y saben perfecto adonde van y ya lo pensaron todo. Yo no tengo la menor idea: parto de una imagen o una situación o algo que necesito contar que no sé bien qué es, y cuando aparece la voz empiezo a descubrirlo. Siempre tengo que sentarme pensando que el proceso puede ser muy largo. Hay momentos de desasosiego muy grande, en los que creo que no voy a ningún lado, y luego pasa también que como hubo varios libros que ya llegaron a buen puerto, confío. Entonces bajo un poco esa voz mía tan crítica para dejar que lo lean otros.
Tengo muchos cajoncitos adentro de la cabeza con detalles de mi vida. No puedo acceder conscientemente a ellos. Cuando escribo -para mí escribe el inconsciente- se abren escenas que yo ni siquiera sabía que tenía guardadas. Algunas son autobiográficas, otras son contadas, otras son vistas no sé cómo, pero son exactamente lo que necesito para eso que estoy contando.
No sé bien si escribo para chicos o para grandes cuando empiezo una historia. Piedra, papel o tijera la hice para adultos; nunca pensé que le iba a gustar a los jóvenes. Es una historia tristísima. Con El jefe de la manada fue diferente: me senté a escribir y enseguida salió la voz de una chica de unos 11 años. En Una reina perfecta, hay un cuento de una mujer que es muy alta y le da tanta vergüenza que nunca se para. Está en una reunión con una pareja de amigos y viene un hombre que le encanta, y hace una serie de pavadas con tal que no lo sepa; se muere de ganas de bailar, pero baila sentada. Es un cuento tonto, con mucho humor sobre la sensación de inadecuación. Un cuento para adultos que después trabajé con adolescentes en talleres y se engancharon mucho. A lo mejor debo ser yo medio adolescente...
Traducir te hace conocer muy profundamente a otro escritor. Aprendés muchísimo sobre salir a buscar a otra persona, y para mí escribir tiene que ver con eso. La vida tiene muchísimo que ver con eso. Había traducido por amor sesenta poemas de Sharon Olds, una poeta americana que me enloquece. Si alguien me toca con todo lo que dice es ella. Fue un trabajo titánico, de dos años, para compartir con amigos que les gusta la poesía y que no saben inglés. ¿Por qué? Principalmente para mí fue preguntarme: cómo alguien que escribe poesía, o que lee mucha poesía, no va a conocer a esta mujer. Con el libro de Lady Davis también fue así: cómo no vas a conocer a alguien que hace algo tan especial, tan raro, que amplía tu visión sobre lo que es posible en literatura. Esa labor en la traducción es fundamental.
No pienso que lo que hago es una literatura femenina. Tengo la ilusión, la fantasía de que a los hombres les podría interesar conocer las emociones más profundas de una mujer. Muchísimos de mis cuentos tienen que ver con los vínculos, que creo que deberían interesarnos a todos: es una cuestión vital cómo nos encontramos y desencontramos. Leo mucho para entender a los seres humanos, entonces me imagino que un escritor que intenta develar, hurgar, abrir puertas para echar luz sobre asuntos que están normalmente tapados, es un autor que a mí me interesaría leer, trate temas masculinos, femeninos o del orden que sea. Es un rasgo mío ir a lo profundo, lo que hay por debajo, las cosas de las que no se hablan. Si eso es femenino sería interesante preguntárselo a los hombres. Y seguro no habría tampoco una respuesta unívoca.
Buenos Aires, 1960
Escritora, traductora y tallerista, publicó su primera novela, El rey de los centauros, en 2006. Por los cuentos de Una reina perfecta (2008) fue reconocida por el Fondo Nacional de las Artes. Su novela Piedra, papel o tijera (2013) obtuvo el premio infantojuvenil Deutscher Jugendliteraturpreis en Alemania. Integra el comité asesor del Filba 2015. La arquitectura del océano es su título más reciente en Alfaguara, que edita toda su obra aquí
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