Humor escandinavo
Jonas Jonasson cuenta la historia de un anciano de vida agitada que, a punto de celebrar los cien años, escapa del asilo con una valija llena de dinero
Tal vez fue Bergman, su cine, quien nos brindó las primeras imágenes de Suecia. Gracias a Cuando huye el día o a El séptimo sello supimos que los hombres y las mujeres de aquel país cargaban culpas existenciales y castigos ancestrales. Gracias a Un verano con Mónica supimos que esa carga y ese castigo no los privaban de algunas libertades, entonces poco frecuentes por nuestras tierras. Estábamos convencidos de que Suecia no sufría violencias políticas y menos aún hechos de corrupción. El asesinato del primer ministro Olof Palme y las novelas de Henning Mankel y de Stieg Larssonacabaron con esa creencia: Suecia comenzó a parecerse al resto de los países de la Tierra, sólo le faltaban el sarcasmo y el disparate que caracterizan a muchos de esos países. Jonas Jonasson y su novela El abuelo que saltó por la ventana y se largó salvan esas faltas y, de paso, ofrecen una muestra cabal del inédito humor escandinavo.
Hasta hace pocos años, Jonasson era un destacado periodista del diario Expressen y dueño de una empresa de multimedios. Cierto día, harto del diario y de los multimedios, abandonó la redacción y vendió su empresa; con el dinero recaudado saltó por la ventana y se largó a Suiza. Se estableció en Ponte Tresa, una pequeña ciudad junto al lago Lugano, y ahí trazó los primeros apuntes de la novela que "siempre" quiso escribir. Cinco editoriales la rechazaron sin más vueltas. La sexta fue la vencida. Un triunfo merecido: El abuelo que saltó por la ventana y se largó lleva vendidos casi dos millones de ejemplares en Europa. La razón de ese éxito se encuentra en las páginas de esta insólita e hilarante novela que comienza el lunes 2 de mayo de 2005, cuando Allan Karlsson, su personaje principal, cumple cien años. Un acontecimiento que las autoridades de la residencia de ancianos de Malmköping, una localidad al sur de Suecia, se han propuesto celebrar con bombos y platillos. Piensan en festejos de diferentes tipos y esperan la presencia del alcalde. Ignoran que habrá una ausencia esencial: Allan Karlsson no será de la partida. El centenario anciano va a saltar por la ventana, se marchará del asilo y algunas pocas páginas después se hará dueño de una valija que contiene cincuenta millones de coronas. A partir de ese momento, la policía y los mafiosos dueños de la valija irán detrás de Karlsson, de Julius, de Benny y de Gunilla, sus flamantes amigos.
A diferencia de aquella vieja dama indigna creada por Bertolt Brecht, que vivió décadas de monotonía y un año de felicidad, el viejo creado por Jonasson tuvo una vida plagada de aventuras que lo hicieron ir de China a Estados Unidos, con largos períodos en diferentes países de Europa y de Oriente. Jonasson no sólo cuenta los últimos 45 días de Allan Karlsson, también da noticia de todos los otros muchos días que lo tuvieron por protagonista. Lo encontraremos como miliciano en la Guerra Civil Española, en donde casi por accidente salva la vida de Franco. No debe sorprendernos, con Allan Karlsson todo es posible: es capaz de brindarle a Oppenheimer la clave para que por fin pueda crear la bomba atómica y, con idéntica naturalidad, participar en un atentado frustrado contra Churchill, comer en México con el vicepresidente Harry Truman o tener en China un altercado con Mao Tse-tung y con la esposa de Chiang Kai-shek. Podremos encontrarlo junto al general De Gaulle en París y con Stalin en Moscú. Algún comentarista apresurado quiso comparar a Allan Karlsson con Forrest Gump, aquel personaje que interpretara Tom Hanks en la película de Robert Zemeckis. Una comparación infortunada, ya que Forrest Gump padecía de cierto retraso mental, mientras que Allan Karlsson es dueño de una aguda inteligencia y de una especial astucia que le permiten salir airoso de todos los entuertos en los que se complica.
La calidad de un texto no se resuelve creando situaciones insólitas y disparatadas; más allá de la anécdota, prima la escritura. Aquí es donde reside el genuino valor de Jonasson: sabe de qué modo y con qué palabras administrar el delirio, en qué momento provocar la risa y cuándo la emoción.
Jonasson le dedica la novela a su abuelo, un viejo sabio que, sentado en un banco de madera, mascando rapé y ligeramente inclinado sobre su bastón, contaba historias a sus nietos. Cuando los chicos le preguntaban si eso era cierto, el abuelo tenía una respuesta definitiva: "Quienes sólo saben contar la verdad no merecen ser escuchados". Fiel a esa consigna, Jonas Jonasson recupera el valor de la sátira y, con humor irreverente, cuenta mentiras que resultan verdades. Merece ser leído.
El abuelo que saltó por la ventana y se largó
SalamandraTrad.: Sofía Pascual Pape
413 páginas
$ 98