Humberto Rivas: el ojo detrás del ojo
"Un hombre simple, generoso y bueno" dijo Juan Travnik frente a un auditorio colmado de público, y se interrumpió en llanto. Siguió un silencio respetuoso y ahogado. Adriana Lauría, curadora de la muestra Humberto Rivas, Antología Fotográfica 1967-2007, tomó entonces la palabra para continuar el homenaje que había reunido también a Adriana Lestido y a Luis Felipe Noé en el Centro Cultural Recoleta.
Se cerraba así la mayor muestra en Buenos Aires del multipremiado autor argentino, residente en Barcelona desde 1976 y fallecido en 2009. Un gran maestro de la fotografía internacional, poco reconocido en su propio país. La exposición, que abarcó más de 160 obras, dos entrevistas filmadas, un excelente y muy accesible catálogo y la proyección de uno de los pocos films que Rivas hizo en la década del 70 (Unos y otros), se realizó en el marco de los Encuentros Abiertos 2014.
El relato hilvanado por Adriana Lauría en la Sala Cronopios puso las cosas en su lugar como lo hubiera hecho el propio Rivas, que no hizo otra cosa en su vida como fotógrafo. Retrató los espacios, principalmente muros y cuartos vacíos. Y registró los rostros como si fueran paisajes lunares. La no-expresión llevada al límite, el profundo compromiso con el tema que se trenza con una enorme distancia del sujeto.
El resultado es el silencio. "Un silencio que grita", dijo Noé durante el conmovedor homenaje. Y agregó su teoría acerca del magnetismo de las fotos de Rivas: "Él tenía un ojo detrás del ojo. Una mirada detrás de la mirada".
Lauría señala la evidente presencia de la historia de la pintura en muchas de sus imágenes. En la década de 1960, cuando estaba a cargo del departamento de fotografía del Instituto Di Tella, el futuro de Rivas estaba en la pintura. No hay rastros de esos lejanos trabajos sino a través de las fotos que podemos admirar hoy. Un proceso creativo que le llevó cuarenta años y que tiene su momento culminante en los años 80 con una serie de interiores realizados en Barcelona, Londres y Buenos Aires.
Son poco más de una docena de fotos en las que el autor conjuga en forma genial el silencio que emana de un rostro con el que se desprende de una pared descascarada. Los resume en una cama vacía, una silla desolada, el papel pintado en el ángulo de un zócalo. Horas de observación que preceden al disparo genial.
El gran fotógrafo norteamericano Lee Friedlander dice que cuando va a una exposición siempre trata de recordar bien la foto que inicia y la que culmina la muestra. A partir de esos dos hitos, y del recorrido que proponen, extrae el sentido del relato.
La propuesta de Lauría hizo honor a la intensa trayectoria de Rivas. La muestra se inició con el enigmático retrato de Roberto Aizenberg posando con una pequeña esfera metálica en 1975. Un homenaje a Magritte, según la curadora. Y culminó con dos fotos: arriba, una cabeza de espaldas, la nuca de un hombre anciano con poco pelo (Oriol, 1995, Huellas de la Guerra Civil); abajo, un túnel lóbrego apenas iluminado que no deja ver hacia dónde va (Barcelona, 1998, Huellas de la Guerra Civil). Nada mejor que estas tres imágenes para intuir la personalidad de un hombre simple, generoso y bueno.
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