Hugo F. Bauzá: “En la leyenda de Afrodita late la potencia mediterránea del culto a lo femenino”
El especialista publicó un estudio profundo y ameno sobre el culto a la diosa de la belleza y el amor, junto con Eros, el del deseo; dirige en la Academia Nacional de Ciencias un centro dedicado al estudio del imaginario
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La diosa griega de la belleza y el amor, Afrodita (Venus para los romanos), y su divino hijo Eros (Cupido) han traspasado milenios y fronteras desde el mundo helénico hasta la actualidad. De Safo a Sandro Botticelli, y de Michelangelo Pistoletto a Isabel Allende, el poder de la hija de Zeus (o de Urano, según el mitólogo) ha cautivado a artistas, escritores, académicos y filósofos. En Afrodita y Eros. Consideraciones sobre mito, culto e imagen (El Hilo de Ariadna), el filólogo, profesor e investigador Hugo Francisco Bauzá (La Plata, 1942) dedica un estudio profundo y a la vez ameno sobre el rastro de las figuras míticas que, observa el autor, “se desplazan en el tiempo y en el espacio y que nómadas, en tales migraciones, asumen nuevos rostros”.
Bauzá es doctor por la Universidad de Paris IV-Sorbonne, donde trabajó en un equipo a cargo del también “mítico” historiador francés Pierre Grimal. Fue profesor titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos e investigador del Conicet. Es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, institución que presidió durante dos períodos y en la que dirige el Centro de Estudios del Imaginario, y autor de Voces y visiones. Poesía y representación en el mundo antiguo, El mito del héroe. Morfología y semántica de la figura heroica y Miradas sobre el suicidio, entre otros títulos. En 2014, fue declarado “Personalidad destacada en el ámbito de la cultura” de la ciudad de Buenos Aires. Tradujo obras de Virgilio para Eudeba.
Su nuevo libro integra la colección Catena Aurea de la editorial El Hilo de Ariadna, que dirigen Leandro Pinkler y Soledad Constantini. “Se trataba de abordar la imagen de Afrodita en el doble juego de palabra e imagen; a la figura de esta deidad añadí la de Eros, su hijo y páredros, ‘compañero’, esa figura, inocente en apariencia, que arroja sus flechas sin mirar a quién”, dice el autor en diálogo con LA NACION. Para Bauzá, en las diversas “reencarnaciones” de Afrodita resurgen simbolismos femeninos “en consonancia con diferentes propósitos histórico-culturales”. (Sin ir más lejos, este año, el rostro de la Venus de Botticelli fue utilizado para una campaña de promoción del turismo en Italia).
-¿Por qué el culto a Afrodita tuvo tanta proyección a lo largo del tiempo? ¿Es el arquetipo de lo femenino o de cierto tipo de feminidad?
-Tuvo amplia proyección porque encarna las ideas siempre mutantes de belleza y, en muchos casos, de amor. Su figura se impone desde siempre como arquetipo de lo femenino y, en especial, de una feminidad asociada a la belleza, entendida esta como construcción cultural. En la “Presentación” a mi libro, el historiador Francisco Marshall explica que “el gran templo de Afrodita es el cuerpo humano”. En la conformación de su leyenda late la potencia mediterránea del culto a lo femenino, en tanto fuerza generadora de vida, así como elementos orientales, pero la conformación de su mito es helénica. En Mitología arcaica y derecho materno, J. J. Bachofen, teórico del matriarcado, apunta que la primitiva cultura de la cuenca mediterránea se articulaba en torno de la mujer, como lo revelan las numerosas Venus marmóreas o en piedra del Paleolítico superior, hasta el arribo de migraciones procedentes del norte de Europa, como ha subrayado la antropóloga Marija Gimbutas. Estas, con violencia, impusieron una cultura patriarcal, por lo que lo femenino vivió soterrado para resurgir muchas veces transfigurado: así sucedió con Afrodita.
-¿Qué representa Afrodita?
-Una versión mítica transmitida por Homero refiere que Afrodita habría nacido del vínculo entre Zeus y Dione; otra, en cambio y que tuvo mayor fortuna, es la que nos narra el poeta Hesíodo. Según esta, habría surgido cuando Cronos, “el Tiempo”, emasculó a Urano, su padre. De las gotas de sangre surgieron las Erinias o Furias; de las de esperma, derramadas sobre el mar, brotó Afrodita, cuyo nombre procede de aphrós, “espuma marina”. En tanto hija de Urano, el dios del cielo, Afrodita se impone como una potencia capaz de elevarnos al ámbito celeste, aunque también tiene la capacidad de hundirnos en los abismos. Este doble efecto es explicado por uno de los comensales del Banquete platónico que habla de un amor celeste o uránico, y de uno vulgar o pandémico. La diosa se erige siempre como una dýnamis que nos tiene a su arbitrio y es por eso que, desde antiguo, se habla de lo agridulce de su actuar.
-¿Cuáles son las mutaciones más destacadas y qué representan?
-Su imagen varió a lo largo de tres milenios. Su impronta se advierte, ciertamente transfigurada, en Helena de Esparta, en la Venus de Milo, en la poseía de Safo, en el himno que le dedica Lucrecio, en el culto mariano, en la Beatrice de Dante, en las piezas de Botticelli, así como en recreaciones de su figura en poetas y pintores incluso de nuestro tiempo. Valiéndonos del sentido de las diversas mutaciones de su imagen, como con lucidez sugiere Aby Warburg, uno podría recorrer y explicar la historia de la cultura. Afrodita remite a “lo eterno femenino” como lo salvífico, según proclama Goethe en el final de su Fausto.
-¿Cómo impactó en la iconografía y la cultura argentina?
-Partiendo de la idea de Jean-Pierre Vernant de mito como “significante disponible”, más próximas en el tiempo aparecen variantes que sugieren interpretaciones menos idealizadas; por caso, la Olympia de Manet o la Venus de los trapos de Pistoletto. [Después del incendio intencional de esta obra, el artista italiano confirmó que la obra será restaurada y volverá a ser exhibida en Nápoles con el nombre de Venus resugirá.] En nuestro país también existen variantes interesantes que dan cuenta de estas resignificaciones. De estas aludo a la Venus criolla de Emilio Centurión (1934) y a El nacimiento de Chola, fotomontaje de 2013 de Mauricio Poblete. La de Centurión transgrede el canon clásico de belleza hacia una nueva lectura que la entiende como imagen real de una nativa pampeana. La de Poblete, surgida como tributo a su sangre indígena y fiel exponente del arte queer, da cuenta también de un muevo canon de belleza femenina en tanto el artista nos enfrenta a una Afrodita de identidad “marrón” que denuncia una suerte de racismo estructural en Latinoamérica.
-¿Cómo se abordó el mito de Eros en la iconografía occidental? ¿Qué lo define y cuál es su lazo con Afrodita?
-Si bien la genealogía de Eros, “el Deseo”, es muy variada, su accionar posibilita la continuidad de las especies, incluida la humana, así como “la cohesión interna del cosmos”, según palabras de Grimal. Una deidad veleidosa, aparentemente menor, tenida por hijo o compañero de Afrodita, que la mayor parte de las veces, aunque no siempre, actúa en complicidad con la diosa. Los trágicos griegos, en particular Eurípides, lo muestran afectando especialmente a figuras femeninas, como Fedra o Medea. Provisto de flechas o antorchas con las que hostiga a sus víctimas, su proceder deviene temerario: hasta su misma madre le teme. Apuleyo, en el Asno de oro, evoca su aventura con Psique, un relato tan simbólico como mágico. En nuestros días, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han le ha dedicado un sustancioso ensayo, La agonía de Eros; en Eros, el dulce-amargo, desde una perspectiva contemporánea, la escritora canadiense Anne Carson echa nuevas luces sobre los escasos restos de la poesía de Safo en la que se exalta el amor lésbico. La iconografía de Eros constituye casi una invariante tanto junto a Thánatos, “la Muerte”, como junto a Afrodita, en sus sentidos de deseo, tentación, prohibición o desprecio, según el historiador del arte Jaime Brihuega.
-¿Cómo observa la influencia de la tradición clásica en la contemporaneidad a través de imágenes, lectura de clásicos, ensayos como el de Irene Vallejo y el suyo? ¿Qué se puede aprender hoy de esa tradición?
-La influencia es notoria. Por ejemplo, numerosísimos films y cómics recurren a figuras de la mitología clásica, que inciden principalmente en los jóvenes. La editorial Gredos, bajo la dirección de Carlos García Gual, viene traduciendo y comentando a autores griegos y latinos en una colección que ya alcanza los trescientos volúmenes. Además, sería tarea ímproba referir las infinitas recreaciones de figuras míticas grecolatinas en el mundo contemporáneo, así como la proyección de estas en la modernidad. Hay que entender la mitología clásica no como mera noción de aventura, sino como la manera según la cual la Antigüedad pensó la existencia, el mundo y de qué modo concibió una eventual vida post mortem. Sobre esas influencias subrayo una que, como argentinos, nos toca. Borges, en tres ocasiones de su obra, refiere: “mis noches están llenas de Virgilio”. Vale decir que durante sus noches cuando, según explican los surrealistas, se da el momento clave en que el poeta compone, en el inconsciente del autor de El Aleph emergen los versos del vate de Mantua. La llamada “tradición clásica” ha dado sentido y fundamento a los valores que hoy conforman Occidente: la racionalidad, la libertad, la democracia, la justicia y, fundamentalmente, la isonomía o igualdad ante la ley, como han destacado, entre otros, Gilbert Highet o T. S. Eliot en páginas harto famosas.
-¿A qué se dedica el Centro de Estudios del Imaginario y cuál es su rol allí?
-Parece sorprender que en una Academia Nacional de Ciencias haya un centro, que dirijo desde su creación, dedicado al estudio del imaginario, en particular, del mundo clásico. No hay que entender la palabra “imaginario” como en español, ”que solo tiene existencia en la imaginación”, sino como la voz francesa imaginaire, entendiendo por tal la corriente hermenéutica nacida a partir de los trabajos de Gilbert Durand, con base en ideas junguianas. Esta corriente de pensamiento concibe el imaginario como el conjunto de los dinamismos organizadores de las diferentes instancias de nuestra psique. Para ella lo racional es uno de los componentes que ordenan nuestro entendimiento, pero no el único ya que existe también el componente afectivo. Este dinamismo permite la circulación de ideas entre las esferas lógica y afectiva.
-¿En qué trabaja actualmente?
-Al advertir, una vez más, la tensión Oriente vs. Occidente que desde la guerra greco-troyana hasta hoy agita el mundo, he vuelto a Los persas de Esquilo. Pieza valiosa en la que el dramaturgo expone la oposición entre una política autoritaria como la persa, hoy Irán, frente a la democracia ateniense que exalta y proclama, como bienes supremos, la justicia entre los hombres, el entendimiento y la cultura del diálogo.
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