Houellebecq, autorretrato de un reaccionario proTrump y antifeminista, al filo de la provocación
PARÍS.– Que no se asusten los fans de Michel Houellebecq. No dejará de escribir novelas, esas precisas radiografías de su tiempo como en el siglo XIX lo fueron las de Balzac o Zola, y que le han consagrado como uno de los indispensables de la literatura francesa, aclamado por crítica y público, galardonado con el Goncourt y condecorado por el presidente Emmanuel Macron con la legión de honor. El autor de Plataforma, El mapa y el territorio y Serotonina dejará, eso sí, de "comunicar [sus] pensamientos y [sus]opiniones en público". Lo anuncia en la contraportada de Interventions 2020, el volumen de 450 páginas que acaba de sacar la editorial Flammarion en francés y que reúne entrevistas, artículos y ensayos de los últimos 28 años, en parte publicados en libros anteriores. Solo intervendrá de nuevo, añade, "en caso de urgencia moral grave, por ejemplo, una legislación de la eutanasia".
Houellebecq, de 64 años, es un reaccionario que no lo esconde, un dandi adicto a la provocación con opiniones que, si no fuese quien es, posiblemente no serían de recibo en los mismos salones de París, Madrid o Nueva York que le aplauden. Cosas de Michel… El periodista Laurent Joffrin le trató una vez de "beauf", literalmente "cuñado": el tipo que profiere opiniones banales sobre lo divino y lo humano, sin conocimiento y con osadía. Y algo hay de esto en Interventions 2020, título que imita, o parodia, las antologías ensayísticas de Jean-Paul Sartre, tituladas Situaciones, o de Albert Camus, Actuales. El escritor elogia a Donald Trump y carga contra la Unión Europea. Despotrica del feminismo. Defiende la prostitución. Y formula una particular teoría sobre la pedofilia. Puro Houellebecq. Entre la provocación y la frivolidad, o el humor. Entre la literatura perdurable y la brocha gorda. Ente la pose estética y la doctrina ultra. Entre el dandy y el beauf. El nuevo libro ofrece el mapa más preciso del territorio ideológico del escritor, cuya obra ha publicado en castellano la editorial Anagrama.
"Uno de los mejores presidentes que América haya conocido". Así define a Trump, quien, al mismo tiempo, le parece un tipo "bastante asqueroso" en lo personal. ¿El Brexit? "Lo único que lamenté es que, de nuevo, los ingleses se mostrasen más valientes que nosotros ante el Imperio", dice. El Imperio, claro, es la UE, "una idea nefasta o, en el mejor de los casos, estúpida, que poco a poco se ha convertido en una pesadilla de la que acabaremos por despertar".
He aquí varios de los dogmas del nacionalpopulismo europeo contemporáneo que Houellebecq suscribe al pie de la letra. También coincide en la desconfianza hacia la democracia representativa o en la fe en el voto plebiscitario. "Votar cada cuatro años para elegir al jefe, ¿es ‘esto’ la democracia?", se pregunta. "A título personal, cuando se me habla de ‘valores democráticos’, me cuesta sentir la emoción adecuada; mi primera reacción consistiría, más bien, en morirme de risa". ¿Su sistema predilecto? Una "democracia directa" sin Parlamento y en el que el presidente sería elegido de forma vitalicia, pero "instantáneamente revocable por medio de un referéndum de iniciativa popular".
Con la extrema derecha francesa, la de Marine Le Pen, Houellebecq comparte algunas de estas ideas, y la sensación de que Francia va "extremadamente mal" y se encuentra al borde de una "guerra civil". Por sus palabras sobre la religión musulmana, lo han llevado a los tribunales y ha recibido amenazas. "Sé que pude sorprender, pero cuando dije: ‘El islam, a fin de cuentas, es la religión más tonta’, lo dije como una evidencia. No pensé que sería tan criticado, ni cuestionado", se explica.
De las feministas de su juventud dice que eran "tontas amables" que combatían la contracepción, el aborto y la libertad sexual, "como si el sistema patriarcal fuese un invento de los malvados machos". Pero, según él, el "objetivo histórico de los hombres" era acostarse "con el máximo número posible de mujeres sin cargar con una familia", cosa que la revolución sexual habría facilitado. Houellebecq dice ser amigo de prostitutas que "adoran su oficio". "No escuchar a las prostitutas es una infantilización trágica", afirma.
En otro momento, aborda lo que llama "la cuestión pedófila". Lo deja claro, de entrada: "En todos los asuntos relatados de forma tan complaciente por los medios, el niño es absolutamente, totalmente la víctima". Y añade: "La pedofilia me parece el chivo expiatorio ideal de una sociedad que organiza la exacerbación del deseo sin aportar los medios para satisfacerlo". "En las condiciones actuales de la economía sexual" el hombre maduro desea aparearse, pero "ya no tiene la posibilidad de hacerlo; realmente ni siquiera tiene el derecho", argumenta. Y concluye: "No hay que extrañarse demasiado, pues, de que se lance sobre el único ser incapaz de oponerle resistencia: el niño".
¿Habla el personaje? ¿El hombre? ¿Es un escritor político? ¿Un esteta? En Interventions 2020, Houellebecq deja la marca de su excentricidad y sus humores. Pero también teoriza –con menos destreza que en sus ficciones: no es un ensayista sofisticado– los miedos profundos de la sociedad francesa: Le Pen sacó más de 10 millones de votos en las elecciones presidenciales. Al mismo tiempo, encarna el último eslabón de una serie de nombres –de Maurras a Céline o, en el bando opuesto, los adoradores de Stalin o Mao– que brillaron como escritores y abrazaron ideologías extremas.
También en eso, Houellebecq es muy francés.
UNA TRADICIÓN ANTIPROGRESISTA Y ANTILIBERAL
En 2002, el politólogo Daniel Lindenberg identificó en Le rappel à l’ordre a Michel Houellebecq como figura señera en la constelación de intelectuales reaccionarios en la Francia de principios de siglo. Estos intelectuales, en la estela de Charles Maurras y otros tótems de la vieja derecha nacionalista y radical, detestan el liberalismo y la izquierda democrática, según Lindenberg. En Interventions 2020, Houellebecq ataca a la "chusma izquierdista que monopolizó el debate intelectual a lo largo del siglo XX". Y a los liberales, "tan fanáticos como los comunistas". Él se declara conservador, pues el conservador, al contrario que el reaccionario, no tiene "ni héroes ni mártires; no salva a nadie, pero tampoco causará ninguna víctima.
EL PAÍS
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