Horacio Castellanos Moya: “La violencia habita en mí”
Definido alguna vez como hombre sin país, el escritor, entre los más importantes de la lengua española, recibe la distinción Manuel Rojas
Lo sacaron de Honduras a los 4 y, por la violencia política, lo llevaron a criar a El Salvador. No tiene recuerdos sino hasta los 7 años. Cree que esas difíciles memorias previas no están borradas sino guardadas, bien guardadas, y que mejor así. A los diez se imaginaba futbolista, pero su padre no lo llevaba a jugar, sino a las reuniones de alcohólicos anónimos en las que participaba. Por eso, cuando le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande decía "alcohólico anónimo". Llegó a la literatura más tarde, en busca de letras de canciones para su banda de rock: como no podía componer música, empezó a escribir. Horacio Castellanos Moya, uno de los mejores escritores en idioma español de la actualidad, recibe hoy el premio iberoamericano de narrativa Manuel Rojas de manos de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, tras la decisión de un jurado compuesto por Ana María Shua, Santiago Roncagliolo, Edmundo Paz-Soldán, Chantal Signorio y Patricia Espinosa. Sus predecesores en el galardón, que vino con estatuilla y US$ 60.000, son Rubem Fonseca (2012) y Ricardo Piglia (2013).
El autor de las novelas Tirana memoria, El asco y Baile con serpientes sabe que no nació en un lugar ideal para la creación literaria. Ni mucho menos. "En Centroamérica lo cultural es inexistente en comparación con Argentina, Chile o México. No hay producción literaria, ni promoción de literatura, escritores y libros. Las elites no han tenido mayor interés en la cultura y la literatura; son retrógradas, buscan mantener un statu quo de exclusión y casi de barbarie", dijo a LA NACION. Por eso, es un escritor sin país (como le dijo uno de los fundadores de Tusquets, donde publica) y va por el mundo sin mucho plan (tuvo estadías en Japón, Alemania y ahora está en Estados Unidos), pero con la congoja de la pasada tormenta y la certeza de que escribir le da sentido a su vida.
–Pudiste ser un escritor centroamericano. ¿Cómo se explica tu excepción?
–Pues con suerte para que haya habido editores, traductores, lectores que se interesaran en mis libros. También la constancia. Hay un poco de todo eso. Salí de Centroamérica, me fui a México, luego a España y luego a muchos otros lados. Mis libros tienen muy buena recepción. No soy un best seller. Mi literatura es esencialmente artística, una búsqueda, no se piensa en función de mercado, pero pese a eso mis libros tienen gran recepción en España, Argentina, Chile, México. Y en Francia, donde tengo ocho libros traducidos.
–¿Cómo vive un centroamericano en Iowa?
–Muy aislado. Es el medio oeste, muy lejos de todo. Se vive con muchas distancias. Llevo tres años ahí y es el otro lado del mundo. Salí de la lengua española en 2004 en Alemania, con una residencia de dos años, y de allí para los Estados Unidos. Tiene la ventaja de dar perspectiva, pero te quita porque el lenguaje se respeta.
–Esta pregunta es inevitable: siempre se habla de la violencia como uno de los rasgos de tu literatura. ¿Te propusiste mostrar esa realidad?
–No, emerge de una manera natural. La violencia es congénita en mi vida, habita en mí desde mis primeras memorias. Los países en donde me formé son países con mucha inestabilidad. No me propongo escribir sobre eso, pero llega de manera esencial. No es un plan de denuncia.
–¿Cómo sigue tu trayectoria, eso de ir por el mundo?
–Por algún motivo que tiene que ver con que mi país me expulsó de joven nunca me acostumbré a hacer planes. Agarré lo que la vida me ofrecía, en ese sentido soy un sobreviviente. Nunca tuve planes de ir a Pittsburgh o Iowa; surgen, como los seis meses que pasé en Japón. No tengo planes. Pero sea donde fuera seguiré escribiendo, es el eje central de mi vida. Ahora estoy tomando notas preliminares para una novela y terminé un ensayo largo sobre Roque Dalton.
–¿Qué leés mientras escribís?
–Cuando escribo ficción no leo ficción. Ahora bien, resulta que soy parte de un jurado, el premio iberoamericano de cuento García Márquez y me enviaron quince libros finalistas. Pero soy de releer ensayos, historia. Hay escritores que sí pueden leer ficción porque no se contaminan. Yo prefiero tener silencio. Ahora estoy leyendo a Emile Cioran.
–¿Cioran no contagia tristeza?
–(Se ríe) No me puede contagiar, porque yo ya la tengo. Y digo qué bueno que hay alguien más jodido, peor que yo.
–¿Qué esperás de tu literatura?
–Nada. Esperar algo de la literatura es un sinsentido. Es una vocación y un destino.
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