Honoré de Balzac: el vampiro de la literatura sigue vivo
Henry James, poco afecto a los elogios y desde "el pobre portal de la envidia", comparaba su obra con un laberinto de corredores radiantes y ramificados; Oscar Wilde decía que no había copiado la vida, sino que la había inventado, y para Stefan Zweig, era, por su mirada ávida y su memoria, "donde nada envejecía", similar a un vampiro. Hoy se cumplen 170 años de la muerte de Honoré de Balzac (1799-1850), creador de La comedia humana, esa empresa literaria aún más perfecta porque quedó inconclusa, y de personajes memorables como Eugenia Grandet, Lucien de Rubempré, Vautrin y Eugène de Rastignac, la duquesa Antoinette de Langeais, Zambinella y Sarrasine, entre muchos otros. Se puede decir que mediante cuentos y novelas Balzac intentó clasificar la surtida fauna humana de la época que le había tocado vivir. "Escribo a la luz de dos verdades eternas -dijo-: la Religión, la Monarquía".
París, un campo de batalla
"Todo lo sabía Balzac: los procesos, las batallas, las maniobras bursátiles, las especulaciones de terrenos, los secretos de la química, los manejos de los perfumistas, las artimañas de los artistas, las discusiones de los teólogos, el funcionamiento de un periódico, la ilusión del teatro y la de este otro escenario, la política", enumeró Zweig en Tres maestros, donde el autor de Papá Goriot comparte el trono magistral de la narrativa con Charles Dickens y Fiodor Dostoievski. Balzac escribió 91 relatos, entre novelas y cuentos. Se había propuesto publicar doscientos. "Como él son sus héroes –acotaba Zweig-. Todos poseen el afán de conquistar el mundo. Una fuerza centrípeta los lanza fuera de la provincia, de la patria chica, hacia París. Ahí está su campo de batalla". En sus narraciones, la ciudad actúa como un catalizador de arrebatos y manías, obsesiones y deseos. Balzac murió en París, a los cincuenta años, poco después de casarse con el amor de su vida, la condesa Ewelina Hanska. Fascinada por La piel de zapa, su primer opus (y elogiado por J. W. Goethe), la joven le había escrito a Balzac en 1832.
"Vladimir Nabokov tiene algo de razón cuando dice que Balzac tarda en arrancar, pero que una vez que lo hace es magistral -dice el escritor y editor Eduardo Berti a LA NACION–. Al mismo tiempo, estas demoras resultan muchas veces extraordinarias: cuando Balzac describe parece que inventara el cine porque hace travellings, zooms, planos detalles. Henry James decía que el realismo de Balzac se queda a veces en la superficie, pero no es menos cierto que está retratando un mundo industrial donde los hombres son muñecos o marionetas de una rueda productiva". En un breve texto, "Lectura de Balzac", el pensador alemán Theodor Adorno se preguntaba cuál era el lugar para las pasiones humanas en un mundo que no tolera demasiado las pasiones o que, a lo sumo, fomenta la avaricia y la codicia. "Por esta tensión, supongo, es que César Aira, que admira tanto a Balzac, lo tildó al mismo tiempo de Gran Romántico y Gran Realista en un prólogo que escribió cuando editamos en La Compañía la novela Ursule Mirouët, traducida por Mariano García".
Entre las muchas virtudes balzacianas que cautivan a Berti, el autor de El país imaginado destaca "su mirada del periodismo en Las ilusiones perdidas, su igual talento para el realismo y lo fantástico y, sobre todo, la imponente arquitectura de esa constelación tan única y tan compleja que es La comedia humana, un proyecto para que el que se inspiró de la zoología de Buffon. Y no es casual porque Balzac va ofreciendo una descripción o clasificación de las 'especies sociales'". Cabe agregar a la lista la sensualidad y el gusto por la materia de los héroes, ya sean estudiantes, costureras, jóvenes provincianas y damas de la nobleza, banqueros y militares.
El dinero como protagonista
"Me apasiona Papá Goriot porque es una guía de precios del París de 1819 -escribió el novelista español Manuel Vilas-. Han cambiado los nombres de las calles de la novela de Balzac, y me cuesta encontrar los lugares; sin embargo no ha cambiado lo esencial. Lo esencial es que la fuerza de la vida sigue siendo el dinero. Toda la novela avisa de que ha llegado al mundo una forma nueva de medir la vida".
El escritor francés, que tantas penurias económicas tuvo que soportar y que llegó a trabajar doce horas, agobiado por las deudas y los acreedores, hacía que las fortunas de sus personajes aparecieran, se desvanecieran y reaparecieran (en manos de los más astutos) a lo largo de sus tramas. "Balzac describe a hombres y mujeres apresados en redes que no comprenden, los narra como piezas ínfimas de una maquinaria que en cualquier momento puede romperlos -dice Magdalena Cámpora, investigadora del Conicet y profesora titular de Literatura Francesa en la Universidad Católica Argentina y la Universidad del Salvador-. Y luego nos muestra a esos personajes contándose historias para justificar aquello que los supera y que llaman fatalidad, suerte, amor mientras se debaten en una estructura inmanejable, que es el capitalismo, ensamblada por algo que carece de identidad o moral, pero que en La comedia humana da identidad y moral: el dinero, 'lazo de todos los lazos', como lo llamó Karl Marx". Pese a su derroche imaginativo, Balzac vivió en la pobreza gran parte de su vida; en los peores momentos, sin un franco, escribía sobre el papel el nombre de los manjares que ansiaba saborear.
Cámpora (que prepara para la editorial Ampersand un libro sobre clásicos franceses en ediciones populares argentinas de la primera mitad del siglo XX) señala que en Balzac predomina la creencia en una fuerza espiritual inmanente y horizontal ("la comedia es humana y no divina"), que otorga distinción incluso a los personajes más insignificantes. "En la Francia postrevolucionaria, después de la épica napoleónica, las criaturas de Balzac dedican su energía y su tiempo a pasiones bajas y objetos pequeños, con un alto grado de genialidad en la ejecución: monomanías, avaricia, envidia, ambición social -explica-. Por qué hacen eso exactamente, Balzac nunca lo explica. La novedad de su obra reside en reconocer esa genialidad del mediocre". Frente a estos caracteres, cobran relieve los ambiciosos temperamentos de los Rastignac o Rubempré.
Con su voluntad colosal, Balzac intentó aplicar lo que denominó "la ley del escritor", que lo equipararía, como mínimo, a los hombres de Estado. Esa ley tenía según él tres principios, como especifica en el prólogo de 1842 a La comedia humana. "El hombre no es bueno ni malo, nace con instintos y aptitudes; la Sociedad, lejos de depravarlo, como ha pretendido Rousseau, lo perfecciona, lo mejora; pero el interés desarrolla entonces en grado enorme sus malas inclinaciones -escribió-. El cristianismo, y sobre todo el catolicismo, es el mayor elemento de Orden Social, puesto que es, como he dicho en El médico rural, un sistema completo de represión de las tendencias depravadas del hombre". Con estos tres postulados, combinados y enfrentados en sus fábulas burguesas, se fraguó una obra que desafió a la historia, la moral y la razón de su tiempo.
En el cine
La obra de Balzac fue llevada al cine por varios directores, entre los que sobresale Jacques Rivette, que comenzó por dirigir una película de trece horas, Out 1: Noli Me Tangere (1971), basada en cuentos del creador de La comedia humana. En La bella mentirosa (1991), el director francés fusionó escenas de "La obra maestra desconocida", cuento en el que Balzac expone su teoría del arte, y de relatos de Henry James. Está protagonizada por Michel Piccoli, Jane Birkin y Emmanuelle Béart. En 2007, Rivette filmó La duquesa de Langeais, con Jeanne Balibar y Guillaume Depardieu, sobre la novela homónima ambientada en los años posteriores a la caída de Napoleón Bonaparte. En 2008, Raoul Ruiz filmó La mansión Nucingen, que se puede ver (sin subtítulos en español) en este enlace; el director chileno radicado en Francia le dio un giro gótico a la historia balzaciana y decidió ambientarla en una finca patagónica.
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