
Homenaje a un olvidado pionero del Sur
A pesar de que es poco conocido, Julio Koslowsky fue uno de los científicos más destacados del país; colaboró con el perito Moreno
Cuando ya nadie recordaba a Julio Germán Koslowsky -o, por lo menos, eso parecía-, el trabajo de un historiador de la Patagonia y de cuatro especialistas del Museo de Ciencias Naturales de La Plata rescató su figura de las fauces del tiempo. El primero, incluso, localizó su tumba, perdida durante 80 años en un remoto paraje chubutense. Los otros acaban de regresar de un viaje en el que rindieron homenaje al prócer con una placa de bronce. Justo cuando el olvido y el anonimato iban a terminar de devorarse sus restos.
Pero antes, bien vale una presentación: Koslowsky fue un científico, un pionero, un colaborador del perito Francisco Moreno, fue el padre de la herpetología en la Argentina (la ciencia que estudia los reptiles) y a él le debemos los argentinos que el Valle de Huemules -una de las zonas potencialmente más ricas y productivas de la Patagonia- haya quedado de este lado de la frontera, en tiempos en que se dirimía la posesión de la región con los chilenos.
La increíble historia de este hombre fue rescatada y escrita por Alejandro Aguado, ilustrador, periodista devenido en historiador de personajes y acontecimientos olvidados, en "El viejo Oeste de la Patagonia" -agotado y próximo a reeditarse-. Allí, Aguado recupera a Koslowsky y lo trae al siglo XXI. Durante el arduo trabajo de investigación de más de una década logró localizar su tumba.
"Fue muy difícil, porque salvo muy contadas excepciones nadie recordaba a este hombre -explicó a LA NACION-. Un antiguo vecino, de apellido Cunningham, que hoy tiene 78 años, amigo de uno de los hijos de Koslowsky, me condujo hasta el sepulcro."
Aguado se encontró entonces con la desolación pura: "Un pequeño recuadro, demarcado con un corralito de madera, anónimo, sin ningún tipo de inscripción", agregó. Y, claro, viento... viento y soledad.
Junto a los restos de Koslowsky, en la misma parcela, descansan también uno de los hijos -que cometió suicidio por una mujer- y un peón asesinado con unas tijeras de esquilar ovejas. No se sabe cuál es cuál. Sólo que tres tragedias duermen en ese pedacito de tierra, en medio de la nada.
Un sabelotodo lituano
Cuenta la historia que Koslowsky llegó de su Lituania natal con poco más de 20 años. De familia noble, era una especie de sabelotodo, capaz de hablar nueve idiomas. En la Argentina fue docente primero, formó familia y luego viajó por el Paraguay, el Mato Grosso y la zona de Cuyo, donde dio a luz sus primeros trabajos como naturalista y antropólogo.
Recorriendo la costa atlántica, según Aguado, dio con el perito Moreno -fundador y primer director del Museo de La Plata-, que preparaba entonces una gran expedición naturalista y geográfica a la cordillera. Koslowsky, un joven de 29 años, se alistó. Era 1895.
A caballo, a pie, en balsa, durmiendo a la intemperie, solo o acompañado, desandando caminos jamás caminados por un blanco, Koslowsky tuvo bastante para anotar en su haber unos meses después, cuando terminó la expedición.
Aguado mismo lo detalla: "Exploró la totalidad del actual departamento de Río Senguerr; fue uno de los primeros blancos en alcanzar el extremo oeste del remoto lago La Plata y ubicó y trasladó al Museo de La Plata el primer meteorito hallado en la Patagonia".
La historia también dice que, en 1898, se dedicó de lleno a su proyecto más ambicioso: intentó establecer una colonia de lituanos, polacos y rusos en Valle de Huemules. Pero fracasó. Los pobladores fueron desistiendo a causa del hambre, el frío y los insectos y, dos años más tarde, él y su familia eran los únicos habitantes que quedaban en la zona.
Entonces ocurrió un hecho que hoy es una anécdota formidable.
Aguado narra que, hacia 1901, el perito Moreno recorría junto con el árbitro inglés sir Thomas Holdich y algunos peritos chilenos la región cordillerana. El europeo debía dictaminar sobre el reparto del territorio. Moreno había solicitado la construcción de una línea telegráfica hasta la casa de Koslowsky -ubicada en una de las zonas conflictivas- que no se había terminado.
Aun así, el perito argentino dispuso el envío y la instalación de los aparatos transmisores en la propiedad de Koslowsky, aunque, claro, no funcionaban.
Cuando la comitiva arribó al remoto lugar, el árbitro inglés quedó sorprendido con la presencia de un argentino -si bien su origen era lituano- y de una estación telegráfica con el escudo nacional. Incluso, decidió mandar algunos mensajes a su país, por lo que los argentinos se vieron obligados a montar una escena ficticia. Tan encantado quedó el inglés que decidió otorgar esas tierras a la Argentina, pese a que por el principio de divisoria de aguas habrían correspondido a Chile (no así en caso de haberse tomado en cuenta las altas cumbres).
Batalla contra el olvido
En realidad, hoy Aguado tiene firmes indicios de que Koslowsky no colonizó la zona por propia iniciativa. "Colonos como él, como Eduardo Botello y Antonio Steinfeld, se asentaron en la región por mandato de Moreno. El perito quería demostrarles a los representantes ingleses la efectiva presencia de colonos argentinos", dice. Si fue así, Moreno se salió con la suya.
La historia que sigue es digna de largos capítulos, pero puede resumirse así: hasta 1913, Koslowsky publicó numerosos trabajos científicos y tomó varias de las mejores fotografías antiguas de la región que se conocen hoy día -era un eximio fotógrafo-. Entonces, el gobierno nacional le concedió cuatro leguas de tierras que Koslowsky vendió. Con el dinero se mudó a Buenos Aires, donde su labor científica no declinó. Incluso, fue uno de los cofundadores de la Sociedad Ornitológica del Plata.
Pero Koslowsky no era nada ducho con los números y varios fracasos económicos lo llevaron nuevamente al Sur. Se instaló, completamente pobre, en Monte Solo, una estancia ubicada entre Huemules y Lago Blanco, hacia 1921. No logró soportar el invierno de 1923. Murió en septiembre de ese año y, desde entonces, sus restos y su historia permanecieron en el más completo olvido.
Hace pocos días, siguiendo las instrucciones de Alejandro Aguado, Jorge Williams, Gustavo Spinelli, Néstor Basso y Héctor Ferreyra -todos ellos especialistas del Museo de La Plata- viajaron a la región de Huemules y colocaron una placa recordatoria en la tumba de Koslowsky. Un homenaje en nombre del museo, que le dio un nombre al sepulcro anónimo.
"Para mí, visitar su tumba se había convertido en obsesión", asegura Williams, que es presidente de la Asociación Herpetológica Argentina.
Hoy, por fin, brilla el bronce en las maderas resecas del corralito donde descansa el prócer. El olvido ha perdido una batalla.
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