Homenaje a Deira, humanista cabal
Deira, más allá de la Otra Figuración, la muestra exhibida en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref), asume que el grupo que integró Ernesto Deira, artista tan vario como único. produjo un antes y un después en la cultura argentina.
Es ineludible la imantación de ese estallido de petardos detonados por él, Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega, Rómulo Macció, Sameer Makarius y Carolina Muchnik en la galería Peuser, en la calle Florida. Corrían los años sesenta y el público adhirió a la virulencia rabiosa de la materia, el gesto a latigazos, ese asalto a la pintura rosa bombón, esos comedimientos que Picasso advertía al afirmar que el mayor enemigo de la creatividad es el buen gusto.
Jorge Romero Brest notó tarde estos valores y el fenómeno del público que los acompañó. Pero el grupo, conocido hoy como Nueva Figuración, no persistió unido; era la expresión de la rabia que asaltaría a la sociedad con creciente fanatismo.
Deira (BuenosAires, 1928-París, 1986) se recibió de abogado y ejerció por años siguiendo en paralelo su afición al dibujo y las enseñanzas de la pintura con el riojano zen Leopoldo Torres Agüero.
Esas experiencias fueron metabolizadas de manera singular. Para Ernesto la línea fue la ratio configurante. No sólo la línea, pura, significante, sino también el pulso de la creatividad, a menudo epopéyica.
Hombre de profunda erudición, pudoroso y desgarrado, reflejó el calvario de los años setenta en series épicas –Retratos imaginarios, Imágenes de la Pasión, Identificaciones– que es preciso leer como un friso de la inclemencia política y social del país.
Del magma matérico de la corta época de la Nueva Generación derivó –por exigencias expresivas– a materias diluidas, agobiadas, con algunos chorreados, que son signo y metáfora de los genocidios sufridos. Eran la toma de conciencia y la denuncia de un cabal humanista.
Era hora de recobrar la obra de Ernesto Deira. La labor de los curadores, prologuistas y responsables de la difusión es ejemplar. A los trabajos reunidos se suman bocetos, apuntes, retratos de sus colegas y textos íntimos, un lujo de capacidad y sensibilidad.
Deira vivió y actuó en décadas críticas que reflejó en su obra. Estas intemperancias lo llevaron a exiliarse, a desterrarse, ese supremo castigo conocido por los griegos, a quienes conocía y admiraba. Compartir esta aventura es imprescindible.
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