Historias ilimitadas
A contrapelo del costumbrismo, Ricardo Strafacce acude al policial y los bares, en un gozoso derroche de imaginación
Éste, el más reciente libro de Ricardo Strafacce, se compone de dos novelas cortas. La que abre el volumen se titula Ojo por diente y es, quizá para sorpresa de algunos de sus lectores, un policial. Tal sorpresa seguramente estribe en que el policial, como ningún otro género, obliga a ceñirse a requisitos puntuales, y la literatura de Strafacce parecía, al menos hasta ahora, demasiado indócil como para cumplir con esa obligación. Pero lo cierto es que Ojo por diente no sólo es un policial con todas las de la ley, sino además que la pertenencia genérica ha redundado en beneficios para la de por sí chispeante inventiva del autor (como Macedonio Fernández, Strafacce refrenda, en cada frase, que su estética es la inventiva, en contraposición al realismo).
La línea argumental de la novela es tan original como disparatada. Un provecto investigador de la policía llamado Navarro recibe, justo cuando comenzaba a fantasear con las delicias del retiro, un caso truculento e intricado. Si lo resuelve, piensa, se retirará con honores. Sin embargo, Navarro dista de ser un hombre esclarecido y metódico; antes bien, hace de su insensatez virtud (es decir, la lleva hasta las últimas consecuencias). El caso que debe resolver es, en principio, el de un descuartizador que ha decidido esparcir las extremidades y el tronco de sus víctimas en distintos puntos de la ciudad. No obstante, como si con el descuartizador no fuera suficiente, un estrangulador comienza a hacer de las suyas, dispuesto a cobrarse más víctimas que su colega criminal. El descuartizador asesina a mujeres; el estrangulador, suerte de "justiciero demográfico", a hombres. La investigación de Navarro es un gozoso in crescendo -aventado por un tono pleno de socarronería- donde los cabos se atan de muy particular manera.
El libro cierra con El chino que leía el diario en la fila del patíbulo, novela que, al igual que otras de Strafacce, empieza en un bar. A contrapelo del costumbrismo demagógico, el bar no es, en la literatura del autor de Frío de Rusia, una excusa para entronizar al ser argentino amiguero y cultor del filosofismo más craso, sino que es la vía regia hacia lo maravilloso. En esta oportunidad, se dan cita Gabriela, "una muchacha más linda que la imaginación", y Basualdo, "escritor de un solo libro (inédito)". Ellos se conocieron la noche anterior en una fiesta. Gabriela se dice que, de no haber bebido tanto, no le habría dado su teléfono a Basualdo, pero es incapaz de justificar por qué aceptó encontrarse con él, un tipo con "insondable cara de idiota". Y Gabriela no se priva de tratarlo como tal desde el principio de la conversación. Una conversación que, por el carácter acre de Gabriela y el timorato de Basualdo, parece destinada a disolverse cual pompa. Pero súbitamente se produce un viraje: Gabriela, para matar el aburrimiento burlándose de Basualdo, le dice a éste que a unas mesas distancia está sentado un chino oficial de Inteligencia de Pekín. Ahí irrumpe la literatura entendida como derroche, como celebración cuyos límites son los límites de la imaginación. Además de timorato, Basualdo es crédulo y está loco por Gabriela, así que no duda cuando ella le cuenta que se encuentra implicada en una trama de política internacional. La novela, donde despunta el talento de Strafacce para captar las inflexiones del habla, atrapa al lector a puro frenesí. ¿Cuán lejos llegará Gabriela con el chiste? ¿Qué será capaz de hacer Basualdo por ella? C
Ojo por diente
Ricardo Strafacce
Blatt &Ríos
156 páginas
$ 160