Historia del padre desconocido
En un libro de oscura belleza rilkeana, Alejándro Méndez construye un retrato poético de su origen perdido
Lacónico, conciso, el título del último libro de Alejandro Méndez (Buenos Aires, 1965) parece, además, esconder un enigma. Pólder, se lee en la tapa y luego, en el quinto poema, donde Méndez escribe: "Acá estaba el mar,/ la espuma de cada vaivén.// El trabajo del tiempo/ puso signos en lugar/ de cimientos: un homenaje/ a sus habitantes marinos.// Tierra ganada al mar; mi altar será un pólder". Luego sigue y refrenda lo que en los poemas anteriores ya había informado: se trata del padre. Se trata del padre muerto. Y de reconstruir, desde lo que fue sustraído, el lugar de la falta. Entonces pólder, esa construcción que sustituye el agua del mar por tierra cultivable, o mejor, que con el agua del mar bañando la costa, crea una geometría productiva que pone en tensión lo natural con el artificio. Pólder, como cifra o imagen de una experiencia, la del poeta que mucho antes de serlo perdió al padre y que, con la materia de la poesía, emprende el camino para llegar a conocerlo: "Ahora tu eslabón/ más chico,/ la niña de tus ojos,/ este que habla/ como aprendiz de brujo/ no escribirá tu lápida". Así, lo que parecía oscuro adquiere claridad, o como decía Wittgenstein, "el enigma no existe. Si una pregunta puede siquiera formularse, también puede responderse". Es lo que hace Méndez en este libro bello y por momentos, terrible a la manera rilkeana. En las aguas donde la muerte interroga, el poeta -que no escribe lápidas- rehace el rostro del padre a través de sus versos.
Las tres partes en que el libro se divide conforman una unidad. La primera, "Legión extranjera", es ciertamente la puesta en escena del drama de la muerte, sin dramatismo. Méndez va elaborando, poema tras poema, una historia natural del padre desconocido. En "23 de agosto de 1965 - 6 de diciembre de 1966", lo natural se vuelve documental: dos fechas marcan, de un lado el nacimiento del poeta y del otro, la muerte de su padre. En medio, el mito que es real, ambos acontecimientos transcurren en un mismo espacio físico: "La Clínica del Oeste es un punto de fuga,/ hueco por donde pasan dos vidas/ y un camello". Fotos donde mirar la posible narración de lo que fue o aun de lo que pudo haber sido; la figura de la madre ("Tiene un estilo lacónico y la mano pesada./ Su heroísmo es moderado./ Hasta su queja es de viuda decorosa"); la evocación como arqueología y hallazgo son algunos de los recursos que Méndez pone a prueba para formar la trama de lo perdido, el retrato de origen.
La segunda parte, "Atlas", quizá el punto más alto del libro, es como el viaje del héroe a partir del reconocimiento de sí. Viaje sentimental, el poeta se abre paso al mundo con moral de estoico; el amor es estación y punto de partida hacia un nuevo destino. "Un cuáquero en la corte de los milagros" y "La navaja de Ockham", dos poemas notables, acaso resuman el sentido de la sección: música hipnótica y fina ironía en el primero, hábil manejo del concepto y la sintaxis en el segundo, en ambos se manifiesta el depurado oficio del poeta: "Guillermo de Ockham me dice que hay que llevar/ la eficiencia de la razón a su grado máximo;/ de modo tal que si uno se encuentra en una ciudad/ y escucha galopar, sólo pueden ser caballos,/ y no una manada de cebras".
Con "Cartas del padre" se cierra el ciclo. Aquí, el poeta cede su voz. La entrega, para que desde un más allá sonoro, sea el padre quien diga esta boca es mía. Con el tono mesurado que domina el libro, estas cartas ajustan cuentas con lo funesto. Una vez más, lo sensible no da paso a lo patético. Méndez maneja con maestría las intensidades de las afecciones, los ritmos, su traducción en palabras: "Quién diría, ahora perfecciono mi oratoria en ínsulas/ extrañas. Desconfiás de mi sentido del humor/ porque te dejo mal parado frente al cenáculo de poetas".
Pólder
Por Alejandro Méndez
Bajo La Luna
74 páignas
$ 95