Historia de una amistad femenina y feminista
A veces, una conversación televisiva estimula la reflexión sobre la historia individual dentro de la colectiva. Para eso, quienes hablan deben ser inteligentes, sensibles y sinceros, deben saber exponer, escuchar, debatir civilizadamente, sin pedantería y sin arrogancia.
Tuve la suerte de dar hace unos días con un programa que me llevó a revisar la historia y las ideas vividas desde mi niñez. Se lo debo a dos escritoras francesas que narraron la amistad que las une. Y también se lo debo a Brigitte Bardot y a la película Y Dios creó a la mujer, de Roger Vadim. Este tema da para más de una columna.
Uno de los malignos ataques masculinos contra el espíritu femenino, hoy desacreditados por el #MeToo, consistía en burlarse de la rivalidad y la imposible amistad verdadera entre las mujeres, así como del encono que generaba en ellas la belleza ajena.
El martes pasado, en la emisión subtitulada de La grande Librairie, en el canal francés, conducida por François Busnel, los espectadores tuvimos la prueba de lo fuertes que pueden ser los lazos de dos amigas, en este caso, los de las dos grandes historiadoras francesas, Mona Ozouf (91 años) y Michelle Perrot (93) reconocidas en Europa y en Estados Unidos por sus libros. Perrot lo dijo con claridad: “Antes, la amistad era una virtud masculina. Y bien, Mona y yo damos el ejemplo de una amistad que sigue firme después de casi siete décadas”.
Ozouf, que es profesora de filosofía y luego devino historiadora, publicó Composición francesa. Regreso a una infancia bretona. Diccionario de la Revolución Francesa, en colaboración con François Furet; y Las palabras de las mujeres. Críticos y lectores siempre coincidieron en celebrar su calidad de escritora exquisita. Dedicó una serie de obras a la Revolución Francesa como Les chemins de la France y Varennes. La mort de la royauté. Su enfoque de ese período histórico no es marxista a pesar de que Mona, al igual que Perrot, militaron brevemente en el Partido Comunista que abandonaron en 1957 cuando los tanques soviéticos entraron en Hungría.
Perrot se interesó desde el comienzo en los obreros, los presos y las mujeres. Escribió El socialismo y el poder, Los obreros en huelga, El panóptico del poder, Historia de las mujeres en Occidente, en colaboración con Georges Duby; y Mi historia de las mujeres.
Perrot nació en París en una familia burguesa. Su padre no militaba en ninguna causa, pero era un libertario. Educó a su hija como a un varón y le inculcó que no debía depender económicamente de ningún hombre, aunque fuera su esposo. (Perrot se casó y cumplió con la enseñanza paterna). Mona, en cambio, es originaria de Bretaña. Sus padres fueron profesores, militantes de la lengua y la cultura bretona y defensores de los proletarios de la región. El padre murió cuando ella tenía cuatro años. Mona fue criada por su madre y su abuela, que era iletrada y consideraba que el sexo “débil” era el masculino, porque en ese ambiente bretón de marinos y pescadores, las grandes decisiones las tomaban las mujeres. Los hombres eran débiles porque tenían mucho de qué avergonzarse: se emborrachaban, jugaban, iban a los burdeles. El lema de la abuela era: “No hay que estar en la lengua de los otros”. Ser tema de comadreos era signo de poca fuerza.
Las dos historiadoras piensan que la gran revolución del siglo XX fue la de la contracepción que permitió a las mujeres liberarse del temor al embarazo no deseado, administrar la “fatalidad” de sus cuerpos y disfrutar de la sexualidad.
Queda por contar la alegría y la culpa de la posguerra, la militancia comunista, la revelación de El segundo sexo de Simone de Beauvoir y lo que ellas y yo le debemos a Brigitte Bardot. Continuará...
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